En las profundas y misteriosas aguas que bañan las costas de Puerto Nuevo, Baja California, yace un sueño que espera hacerse realidad: la culminación del Museo del Parque Submarino Rosarito.
Este espacio único está destinado a contar la extraordinaria historia del buque Uribe 121, una patrulla oceánica de la Armada de México, hundida en 2015, con un propósito visionario: convertirse en un arrecife artificial, un refugio vivo que ha transformado el fondo marino y ha dado nueva vida a la flora y fauna que habitan estas aguas, sostiene Francisco J. Ussel Heredia, presidente de la Fundación de Arrecifes Artificiales de Baja California.
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El hundimiento del Uribe 121 no fue un acto fortuito sino una iniciativa consciente y comprometida con la conservación marina. Debido a esta osadía, se abrió una puerta hacia la regeneración ecológica, creando un hábitat donde miles de especies encuentran refugio y alimento. Sin embargo, este logro natural aún requiere de impulso: promover el turismo sostenible y diversificar la economía local para que la comunidad de Puerto Nuevo pueda beneficiarse plenamente de este tesoro submarino.
La pandemia, con su irrupción, frenó el avance de la construcción del museo que narraría esta historia. Pero hoy, con renovada esperanza, la iniciativa resurge con fuerza, aunque enfrenta el reto de la falta de recursos para alcanzar su culminación.
En este contexto, Ussel Heredia hace un llamado urgente al reconocido actor y activista ambiental Leonardo DiCaprio, cuyo compromiso con la conservación de los océanos ha inspirado a miles de personas en todo el mundo.
“Leonardo DiCaprio dona 3 millones de dólares al año a iniciativas del mar, por eso le mandamos una invitación a todos los que conozcan a Leonardo DiCaprio para que lo inviten a este proyecto, y se acuerde que hace 25 años estuvo aquí en Rosarito, que lo apreciamos mucho y que si viene a ver nuestro proyecto, seguramente se va a enamorar de él y nos a ayudará. Queremos hacerle un homenaje al Titanic y sería interesantísimo que él pudiera inaugurarlo, pues serían sumergidas reproducciones de piezas del Titánic a unos 20 metros de profundidad”.

Un santuario
El hundimiento del Uribe 121 marcó el nacimiento de un santuario marino en las profundidades de Baja California. Esta patrulla oceánica de 70 metros de largo por 12 de ancho fue donada por la Armada de México al pueblo de Rosarito. No es un caso aislado: la institución ha hundido alrededor de 18 barcos con el objetivo de crear arrecifes artificiales que fomenten la biodiversidad y la pesca sustentable.
El siguiente paso es la edificación del museo que narre esta historia, que es también una de pasión, ciencia y comunidad.
Por lo pronto, a través de un pequeño espacio museográfico recientemente abierto, la Fundación de Arrecifes Artificiales de Baja California ofrece una muestra preliminar de lo que será el Museo del Arrecife Artificial (Musarr) en Puerto Nuevo.
El presidente de la fundación, apoyado en una exhibición fotográfica, guía a los visitantes por un recorrido que abarca 16 años de esfuerzo para dar vida a este proyecto.
En esta primera etapa, celebran el desarrollo de flora y fauna marinas, destacando especies como anémonas y algas gigantes únicas en su especie, que crecen a 30 metros de profundidad y que solo se encuentran en lugares tan remotos como Australia.
“En Puerto Nuevo, entre Rosarito y Ensenada, hemos tejido un refugio donde la naturaleza florece bajo las olas”, comenta.
El Museo del Arrecife será un edificio de tres pisos, con una azotea privilegiada desde donde se podrá contemplar en todo su esplendor el área donde yace el barco hundido, símbolo de vida y renacimiento, refiere Ussel Heredia.

Futuro sustentable
El Parque Submarino Rosarito, explica el experto, nació con cinco grandes metas que guían cada etapa del proyecto: alcanzar resultados ecológicos, científicos, educativos, económicos y turísticos.
“Científicamente, desde el primer día del hundimiento, expertos y oceanógrafos han monitoreado el sitio, documentando con fascinación el renacer del ecosistema marino”.
Pero la visión no termina ahí, explica que imaginan también una Atlántida prehispánica, un sueño que empieza a tomar forma con la creación de pirámides a escala que serán parte de este santuario marino inspirados en el Jardín Escultórico de Cancún, solo que aquí esas obras serían realizadas por artistas de Rosarito, Tijuana y Ensenada. Ellos tendrían que diseñar tres piezas: una para sumergirla, otra para montarla en un nuevo parque escultórico y una más para entregarla a quien patrocine el proyecto.
La langosta, un legado en peligro
Ussel Heredia explica que Puerto Nuevo no solo es conocido por su parque submarino sino también por una tradición culinaria que ha marcado la identidad de la región: la langosta.
Los primeros pobladores, concheros que vivían en armonía con el mar, pescaban langostas no para venderlas sino para compartirlas en sus mesas como alimento esencial. Cada día, alrededor de las 11:00 horas, las familias disfrutaban de langosta acompañada de tortillas de harina, frijoles y arroz.
La fama de esta langosta fresca y deliciosa se difundió por estadunidenses que probaron este manjar y que para recomendarlo, daban la referencia de un cartel publicitario de cigarros Newport, ubicado sobre la carretera. Así, el nombre Puerto Nuevo se convirtió en sinónimo de una delicia culinaria, atrayendo a turistas y amantes de la gastronomía.
Sin embargo, la abundancia que alguna vez regaló el océano comenzó a desaparecer. Hoy la langosta que se sirve en los restaurantes locales, asegura Ussel Heredia, ya no es de estas aguas, proviene de La Paz, Los Cabos e incluso de Mazatlán.
Por eso se creó un proyecto lleno de esperanza y compromiso: junto con todos los restaurantes de la región, se apuesta por la regeneración del cultivo de langosta en las aguas de Puerto Nuevo. Gracias al Parque Submarino y al barco hundido que ahora protege y nutre la vida marina, se sueña con recuperar ese tesoro natural.
Si logran producir al menos un 20 por ciento de la langosta que se consume localmente, será un paso gigante.
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hc