Durante décadas, el ascenso al máximo circuito fue sinónimo de lucha, ilusión y merecimiento. En la cancha se ganaba el derecho de subir, y en la grada se vivía cada partido con la pasión que implicaba la oportunidad de pertenecer a la élite del futbol en México.
En este contexto, vale la pena repasar la historia de esta lucha por la gloria de “ser de Primera”, una batalla que durante décadas definió el sueño de muchos clubes y aceleraba el pulso del balompié nacional.
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¿Cuándo se creó la segunda división mexicana?
Tras la creación de la Segunda División en 1950, se instauró el sistema de ascenso y descenso en el fútbol mexicano. Con el paso del tiempo, las formas y formatos del sistema de ascenso y descenso fueron cambiando.
Durante varios años, el ascenso a la Primera División —hoy Liga MX— se definía en una serie de ida y vuelta entre los campeones de los torneos Apertura y Clausura. La ventaja de cerrar como local recaía en el equipo con mejor desempeño acumulado a lo largo del año futbolístico.
Este formato no sólo añadía dramatismo al final de temporada, sino que convertía la lucha por el boleto al máximo circuito en una batalla directa.
En caso de empate global tras los dos encuentros, el reglamento contemplaba tiempos extras y penales para definir al vencedor. Si un mismo club ganaba ambos torneos, el ascenso era automático, sin necesidad de disputar la serie final. Siendo el último ejemplo de esto el Atlético San Luis en el Clausura 2019.
Ascenso cuestión más allá de lo deportivo
Sin embargo, alcanzar el ascenso no solo depende del rendimiento deportivo. A partir del Clausura 2019, los clubes necesitan estar certificados, cumpliendo exigencias en infraestructura, fuerzas básicas, presencia en la Liga MX Femenil y categorías inferiores. En su lugar, recibieron una compensación económica.
Un año más tarde, en abril de 2020, en plena pausa por la pandemia de COVID-19, la Federación Mexicana de Futbol (FMF), decidió cancelar la temporada del Ascenso MX y eliminar la liga, dejando atrás el último resquicio de movilidad entre divisiones.
Esta medida respondió a las constantes crisis financieras que afectaban a los clubes de la categoría, provocando desapariciones y una caída en el número de equipos.
Lo más cercano a aquella gloria perdida es el actual Campeón de Campeones, un título honorífico que no otorga ascenso, ni cambia destinos. Es apenas un reconocimiento en un torneo sin promesa, sin la recompensa suprema de convertirse en equipo de Primera División. Un eco lejano de lo que alguna vez fue la batalla más noble del fútbol mexicano.
OV
