“Él ha cumplido con su misión en la tierra, creo que ha dejado un legado que, hasta los musulmanes, lo tomamos como un ejemplo”, dice con voz firme el Imam Beytullah, representante musulmán ante el Vaticano y uno de los interlocutores más cercanos del papa Francisco en los últimos diez años.
A quien el Santo Padre llamaba El Turco, lo conoció en una reunión casual en Estados Unidos. Lo que parecía un encuentro diplomático más, terminó abriendo la puerta para una relación sincera y duradera, marcada por el respeto mutuo y la calidez humana. Desde entonces, sus caminos se entrelazaron en nombre del diálogo interreligioso.
“Él no se olvida de nadie, es muy leal a sus relaciones”, recuerda el Imam, evocando uno de sus encuentros favoritos: un largo mate compartido durante 55 minutos de conversación íntima, donde incluso los hijos del líder musulmán preguntaban por qué el Papa no regresaba a Argentina o por qué había elegido el camino religioso.
La última vez que hablaron fue en junio del año pasado. Platicaron de todo: desde el conflicto entre Rusia y Ucrania hasta la música, el cambio climático y el futbol. Pero lo que más marcó a Beytullah fue “la paciencia de Francisco para escuchar y su capacidad de hacerte sentir en casa”.
La relación entre el papa Francisco y el mundo musulmán tuvo su punto de inflexión en 2019, cuando firmó en el Golfo Pérsico el histórico Documento sobre la Fraternidad Humana. Aquella promesa de rechazar la violencia y promover la coexistencia lo volvió un referente incluso entre líderes islámicos que, como Beytullah, ven en él a un hermano de causa.
“El camino de él era el del encuentro, del diálogo con el otro, sin importar si era musulmán, judío, ateo… ese diálogo te hace crecer”, reflexiona el representante. Y agrega con esperanza: “Ojalá el próximo Papa camine por la misma senda… y vaya aún más allá”.
En 2021, el Papa rompió otro paradigma al visitar Irak y reunirse con el Gran Ayatolá Ali Sistani, uno de los líderes espirituales del islam chiita. Fue un gesto que le ganó el respeto de una comunidad históricamente estigmatizada, particularmente por la vinculación errónea entre islam y terrorismo.
“Él quería que el islam no se asociara con el terrorismo, porque eso no es justo, un terrorista puede pertenecer a cualquier religión”, remarca Beytullah con convicción.
Así, lo que comenzó como diplomacia, terminó siendo amistad, una que rompió barreras ideológicas y religiosas, y que deja como legado una idea simple, pero poderosa: el encuentro con el otro no nos debilita, nos humaniza.
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