No hizo falta que amaneciera para que cientos de almas comenzaran a llegar a Santa María la Mayor. Desde muy temprano, la basílica que ahora guarda los restos del Papa Francisco se convirtió en un refugio de fe, emoción y lágrimas contenidas.
Las filas, que se extendían por varias calles, no detuvieron a quienes viajaron desde lejos para despedirse de un hombre que cambió su vida. De Colombia, de España, de todos lados. De corazones heridos, esperanzados, agradecidos.
“Tiene una luz que brilla por su luz propia. Desde el cielo nos sigue iluminando”, dijo Estela, una mujer colombiana que apretaba fuerte un rosario entre sus manos mientras miraba hacia el altar.
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Allí, bajo una cruz de metal, sobre mármol blanco, descansan los restos de Francisco. Sin lujos, sin adornos. Solo su nombre, “Franciscus”. Así lo quiso él: sencillo, cercano, humano, como siempre fue.
La seguridad de la Santa Sede vigila de cerca, pero no puede contener la marea de sentimientos que inunda el lugar. Cada mirada, cada oración, cada paso hacia la tumba es un acto de amor.
“Es algo indescriptible estar frente a él”, susurró Estela, su voz entrecortada, como si cualquier palabra rompiera la solemnidad del momento.
Desde que Jorge Mario Bergoglio pidió ser enterrado aquí, el corazón de Santa María late más fuerte. Cuatro veces más peregrinos, cuatro veces más lágrimas y sonrisas. Cuatro veces más amor.
Liliana, también colombiana, resumió lo que muchos no sabían cómo poner en palabras: “Es un privilegio estar aquí, recibir su bendición, formar parte de todo este milagro”.
No era un adiós. Era un reencuentro. Una promesa de que su luz no se apagó, de que sigue viva en cada abrazo, en cada gesto de bondad, en cada mirada al cielo.
“Era como él quería: sencillo, cercano. Me sentí muy cerca de él”, contó Inmaculada, una española que también viajó hasta Roma para acompañarlo una vez más.
La tumba de Francisco no solo es mármol y metal. Es un faro encendido para quienes buscan consuelo, para quienes todavía creen que la humildad es la forma más poderosa de cambiar el mundo.
CHZ