La política económica de muchos países entró en una nueva era de ayudas y subsidios, pero los mercados financieros mundiales todavía no se ponen al día
Veamos algunos de los titulares de la semana pasada. En las reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial que se celebraron en Washington, las llamadas instituciones de Bretton Woods se vieron asediadas por los líderes del sur, que denunciaron la hipocresía de los acreedores de los países ricos, que exigen austeridad a los solicitantes de préstamos mientras ellos acumulan enormes deudas por su cuenta.
En Bruselas, Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), pronunció un discurso en el que abogó por una política industrial para toda la Unión Europea. Al otro lado del Atlántico, el gobierno de Biden triplicó los aranceles sobre China y aceptó la petición de los sindicatos de ayuda al comercio de la construcción naval para contrarrestar el apoyo estatal chino a su propia industria.
Pero, al mismo tiempo, los negocios internacionales continuaron como de costumbre. El canciller alemán, Olaf Scholz, encabezó un grupo de líderes industriales que viajaron a Pekín con el objetivo de crear empresas conjuntas en China, mientras que la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo, ayudó a Microsoft, un aspirante a “campeón nacional”, a conseguir una inversión de mil 500 millones de dólares en inteligencia artificial (IA) en Emiratos Árabes Unidos.
La mejor manera de salvar la brecha entre estos titulares es comprender que, incluso cuando la política fiscal de los países ricos está cambiando para apoyar el proceso a largo plazo de reindustrialización y transición climática en casa, los mercados financieros mundiales siguen enfocados en maximizar las utilidades a corto plazo del sector privado. La pugna entre ambos seguirá hasta que surja un nuevo equilibrio.
En Europa, lo fiscal le hace frente a lo financiero. “Seguimos una estrategia deliberada de intentar reducir los costos salariales respecto a los demás”, dijo Draghi, refiriéndose a la estrategia europea posterior a 2008 de apretarse el cinturón en lugar de invertir. “El efecto neto fue debilitar nuestra propia demanda interna y socavar nuestro modelo social”. Ahora, la Unión Europea intenta con desesperación salvar esta brecha con una nueva unión de mercados de capitales.
Mientras, la Casa Blanca redobló la apuesta en la idea de que el libre comercio no toma en cuenta el costo de externalidades negativas como el cambio climático. La semana pasada, John Podesta, asesor principal del presidente Joe Biden en materia de energía limpia, dijo en un discurso: “Cuando en verdad se toman en cuenta las emisiones incorporadas a los bienes comercializables… las emisiones de los procesos de producción que crean las materias primas y los productos manufacturados que compramos y vendemos en el mercado mundial, entonces los bienes comercializados representan alrededor de 25 por ciento de todas las emisiones mundiales”.
Según estos cálculos, el libre comercio en sí es el segundo mayor responsable de contaminación de carbono después de China. Esto se debe a que el actual marco comercial y financiero global todavía incentiva lo que es más barato para las empresas y más rentable para los accionistas, no lo que es mejor para el planeta.
Como señaló Podesta, EU solía ser el mayor productor de aluminio del mundo. Ahora, la mitad del aluminio del mundo proviene de China, pero con 60 por ciento más de emisiones. De hecho, las emisiones que la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por su sigla en inglés) espera reducir para 2030 equivalen solo a lo que EU importó en productos manufacturados con una gran carga de carbono en 2019.
En un intento por cuadrar este círculo, la Casa Blanca anunció un nuevo grupo de trabajo sobre clima y comercio que se basará en la idea de la representante comercial de EU, Katherine Tai, de un sistema de comercio “poscolonial” que fije precios en función de la carga de carbono y los estándares laborales. Un sistema de este tipo puede, por ejemplo, ofrecer transferencias de tecnología a los países en desarrollo a cambio de materias primas clave.
Pero las instituciones financieras globales también tendrán que cambiar para que se produzca una transformación real hacia un sistema mejor. En un de Oxfam en Washington la semana pasada, Adriana Abdenur, asesora económica especial del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, denunció el “desajuste” entre “los países ricos y las regiones que ahora abrazan y defienden abiertamente la política industrial” mientras “siguen presionando a las instituciones financieras internacionales para que impongan una receta anticuada del Consenso de Washington”.
La Casa Blanca sabe que el sur global tiene razón. La semana pasada, el asesor adjunto de Seguridad Nacional para Economía Internacional de EU, Daleep Singh, abogó por un mayor uso de la autoridad de garantía de préstamos soberanos de Estados Unidos para reducir las tasas de interés de los países en desarrollo.
Pero también propuso varias ideas que tienen el objetivo de impulsar la inversión en EU que parecían sacadas de las páginas de un manual de estrategias industriales de los países en desarrollo. Entre ellas se incluía un “fondo de resiliencia estratégica” para asegurar cadenas de suministro de energía limpia e incluso un fondo soberano para realizar inversiones a largo plazo en tecnologías estratégicas.
Todo esto nos indica que nos encontramos en un punto de inflexión importante y que ningún país tiene todas las respuestas; sin embargo, muchas partes interesadas quieren aferrarse al pasado, incluso cuando el futuro está cambiando. Me maravilla, por ejemplo, la ceguera voluntaria de los grupos automotrices alemanes al firmar una declaración conjunta para trabajar en vehículos conectados con China, a pesar de que es probable que Europa imponga restricciones a los coches eléctricos chinos en ese continente. Del mismo modo, me preocupa que el impulso de Estados Unidos para contrarrestar la IA asiática lleve a que un puñado de gigantes de tecnología de EU tengan aún más poder de mercado del que ya tienen.
El cambio hacia un nuevo paradigma económico comenzó. En dónde terminará está en el aire.
