La defensa es la nueva tecnología cuando se trata de los sectores en auge. ¿O es al revés? Es una pregunta que vale la pena plantearse, ya que las acciones de las empresas del sector defensa subieron en las últimas semanas debido a diversos factores, desde las noticias sobre el escudo antimisiles “Cúpula Dorada” de Donald Trump hasta el nuevo pacto de seguridad entre Reino Unido y la Unión Europea que dará a las compañías británicas de defensa al fondo europeo de 150 mil millones de euros, y la amplia comprensión de que la competencia estratégica entre Estados Unidos y China llegó para quedarse y que Europa invertirá más en su propia defensa.
El asunto es si todo este gasto dará sus frutos o si la disrupción tecnológica no solo cambia la naturaleza de la guerra, sino también el propio negocio de la defensa.
Los presupuestos militares en EU son enormes desde hace mucho tiempo (la defensa es la partida más importante del presupuesto federal) y con Trump están creciendo aún más. El presidente solicitó una cifra récord de un billón de dólares para el rubro en el “grande y hermoso” proyecto de ley de presupuesto, que aprobó la Cámara de Representantes por un solo voto y ahora pasará al Senado.
El gasto militar chino también va en aumento: el país es el segundo que más gasta después de Estados Unidos y cuenta con la armada más grande del mundo. Se prevé que la inversión europea también aumente, ya que le vuelva a dar prioridad a su propia seguridad después de la guerra de Rusia y Ucrania y ante la creciente sensación de que EU se ha convertido en un aliado poco confiable.
Pero gran parte de esta nueva inversión se destina a artículos tradicionales, como aviones de combate F-35, barcos y submarinos. Los planes de defensa antimisiles de Trump parecen sacados del manual de Star Wars de la era Reagan. Algunos analistas empiezan a preguntarse si, incluso considerando el aumento de los conflictos globales, este dinero se gasta bien en un momento en que la tecnología está transformando la naturaleza de la guerra.
Después de todo, los drones y misiles baratos ahora pueden destruir las líneas de tanques rusos que avanzan hacia Ucrania. También los rebeldes hutíes los utilizaron en el Mar Rojo para destruir varios barcos y obligar a EU a gastar casi mil millones de dólares en operaciones militares.
En cierto modo, Ucrania ha sido un campo de pruebas para este cambio en la estrategia bélica. Como señaló Erik Prince, fundador de la empresa militar privada Blackwater y actual director de la firma de capital privado Frontier Resource Group, en un discurso que pronunció en febrero sobre el futuro de la guerra, el conflicto entre Rusia y Ucrania “aceleró enormemente la guerra” de una forma que no se veía “desde que Gengis Kan puso estribos a los caballos”.
En la actualidad, innovaciones como los explosivos de bote impresos en 3D en drones guiados por software pueden destruir tanques rusos por unos cuantos miles de dólares, mientras que los piratas informáticos descubrieron cómo interferir los sistemas de navegación de misiles Javelin de 150 mil dólares, fabricados en EU, en cuestión de semanas. Si a esto le sumamos el creciente poder de la inteligencia artificial, tenemos, según Prince, un ex Navy Seal, una situación en la que las próximas grandes innovaciones militares probablemente no provengan del Pentágono, ni siquiera de la agencia de investigación y desarrollo de defensa Darpa, sino de “gente inteligente” en “sus cocheras”. En sus propias palabras, “billones de dólares de capacidad instalada” se están volviendo obsoletos.
Esta “deflación y descentralización impulsadas por la tecnología llegan por primera vez de manera importante a la guerra”, según el analista de mercado Luke Gromen, quien también ha abordado el tema. Gromen compara el problema de la industria de defensa con una “maldición del operador dominante”, similar a la destrucción de Blockbuster Video por parte de Netflix, donde las empresas de defensa tradicionales se verán superadas por la innovación desde cero. Louis Gave, de Gavekal Research, la denomina “la Microsoftización de la guerra”, una tendencia que puede “socavar la ventaja comparativa de las superpotencias militares mundiales”.
Al igual que compañías como IBM y Microsoft democratizaron la propiedad de las PC (antes era necesario trabajar para una gran empresa para acceder a las computadoras centrales), la innovación desde cero está transformando la naturaleza de la guerra actual. Esto tiene implicaciones profundas para los contratistas de defensa tradicionales, desde Raytheon hasta BAE Systems, GE Aerospace y otros, cuyas acciones subieron en las recientes tendencias al alza del mercado. Sus productos pueden terminar siendo el equivalente militar de una computadora central en comparación con las laptops que se utilizan cada vez más en el campo de batalla.
Por supuesto, estas empresas tienen en marcha sus propios esfuerzos de innovación. También existen numerosas startups de vanguardia, desde Silicon Valley hasta Israel, que buscan capitalizar la guerra descentralizada y de alta tecnología. Pero la naturaleza cambiante de la guerra no solo es una cuestión de mercado, también tiene implicaciones macroeconómicas y geopolíticas. Como dice Gromen: “Los inversionistas occidentales operan basándose en el principio fundamental del dominio militar estadunidense como respaldo infalible para la política exterior, la política económica y el propio sistema del dólar”. ¿Y si ese supuesto fuera incorrecto?
Para empezar, es probable que se observe una menor dependencia en los fabricantes estadunidenses, algo que ya está sucediendo, como lo demuestran los planes de rearmamento de Europa, que dependen de compañías de la Unión Europea. Esto también plantea la pregunta de si EU puede darse el lujo de aumentar el gasto militar en un momento en que los niveles de deuda y déficit están generando alarma. Por último, la democratización de la guerra otorga a los individuos y a las naciones mayor autonomía en materia de defensa. El éxito en este nuevo mundo puede medirse menos por el tamaño del presupuesto y más por el conocimiento en la tecnología.