Otro avance en las capacidades de ChatGPT viene acompañado, inevitablemente, de una oleada de personas que las utilizan para producir imitaciones de obras de grandes artistas. El último artista en ser objeto de comentarios en los medios y de gran parte de la promoción de OpenAI –Sam Altman incluso cambió su avatar en X por eso– es Hayao Miyazaki, cofundador de Studio Ghibli. Las redes sociales están inundadas de imágenes que pretenden seguir el mismo estilo que la obra de Miyazaki.
Utilizo la palabra “pretenden” de forma deliberada porque la mayor parte de lo que se produce “se parece” a la obra de Studio Ghibli, en el mismo sentido en que yo “me parezco” a Will Smith. El color y la forma (aproximadamente) son correctos. Pero si se observa con cuidado y atención, lo que queda claro es que no se parecen en nada. Los personajes no establecen o visual entre sí. Los patrones de luz y sombra, o las representaciones detalladas de las imperfecciones de la madera o la piedra, están prácticamente ausentes.
Las imágenes generativas pueden hacer que algo difícil de entender sea concreto y visible. Pero también nos muestran riesgos de los que debemos cuidarnos.
Un video reciente en YouTube que “reimagina” El Señor de los Anillos de Peter Jackson, supuestamente al estilo de Miyazaki, fue un buen ejemplo. Si te detienes durante El Niño y la Garza, verás expresiones faciales cuidadosamente dibujadas para cada uno de los siniestros periquitos. Mira las imágenes de los orcos en el tráiler generado por inteligencia artificial (IA) y todas son iguales.
No digo que la IA generativa no pueda usarse para crear arte. Si alguien se toma el tiempo y el cuidado de refinar el detalle de cada imagen, usando comandos generativos con la misma delicadeza con la que se usaría un pincel o el cursor del mouse, entonces eso puede convertirse en una forma de arte, aunque su producción suene a un infierno. Pero producir algo que tiene tanto en común con el arte de Miyazaki como yo con Will Smith no es arte, y es deprimente y alarmante que tanta gente piense que lo es.
Es deprimente porque alguien que ve una imitación y no aprecia la belleza de la obra original no está disfrutando la vida al máximo. Si crees que te gusta Studio Ghibli, pero dejas pasar y no le prestas atención a la calidad del arte, te estás negando el placer pleno del trabajo de la compañía. Es alarmante porque los usos más emocionantes de la IA en el lugar de trabajo y en las políticas públicas implican convertir tareas, que toman muchas horas, en tareas que requieren mucho menos tiempo para ejecutarse, aunque aún implican decisiones importantes.
Estos avances tienen el potencial de aumentar significativamente la productividad y la prosperidad. Son particularmente significativos para el estado. En educación, por ejemplo, la sustitución de la calificación y la istración, una enorme pérdida del recurso más importante y valioso en un salón de clases –el tiempo y la energía del profesor– es un área que el gobierno británico está considerando. Y en el ámbito de la atención de salud, un ensayo de Palantir ya liberó horas de tiempo clínico, al transformar tareas que a los médicos les tomaba horas en tareas comparativamente breves.
Sin embargo, para evitar errores, debemos recordar que debemos tratar la IA no como una fuerza mágica capaz de proporcionarnos respuestas seguras, sino como una herramienta muy eficaz que debe utilizarse con criterio. Ya hay pruebas sólidas de que muchos de nosotros no lo hacemos, y de que el uso frecuente de chatbots, en realidad, lleva a las personas a sentirse más solas y a depender más de ellos. Las investigaciones también muestran que los programadores novatos más débiles no se vuelven mejores programadores, sino más complacientes con su incompetencia debido al uso de la IA generativa. El problema de confiar demasiado en la máquina –ya sea algo en una computadora, como el software defectuoso que condenó injustamente por fraude a los trabajadores de Correos del Reino Unido, o un algoritmo de papel y lápiz, como un conjunto de directrices para sentencias– no es nuevo. Nuestra tendencia a convertir los dispositivos que nos facilitan la vida en cosas a las que otorgamos una autoridad que no merecen no es nueva. Lo que sí es nuevo es que, junto con el potencial transformador de la IA para cambiar nuestras vidas para bien, conlleva el riesgo de que tenga un impacto catastrófico si se utiliza de forma ciega e irreflexiva.
Irónicamente, el auge de la IA nos recuerda una vieja verdad: que el plan de estudios más importante y con mayor futuro es aquel que enseña conocimiento y comprensión, en lugar de habilidades, y que impartir comprensión nos anima a analizar las cosas con mayor profundidad, ya sean los detalles de una banqueta animada o la propuesta que escribió una máquina inteligente.
GSC