Zedillo: el mensaje y el mensajero

Mi columna de la semana pasada molestó a algunos analistas. Me reclamaron que dijera que Zedillo había sido un distractor y que minimizara la importancia de la discusión sobre la democracia en México. El problema con ese argumento es que en realidad no había tal discusión sobre la democracia en el país. Todo el debate de esos días giró en torno al pasado: el Fobraproa, la reforma judicial zedillista, Acteal, etc. Es decir, pura distracción de los temas relevantes contemporáneos. Ahora bien, ¿por qué no se dio un verdadero debate sobre lo dicho por Zedillo? En mi opinión, hubo dos factores cruciales: el mensaje y el mensajero.

Por una parte, el mensaje era de entrada fallido. Lo que dijo Zedillo no era nada nuevo. El ex presidente usó los mismos argumentos y las mismas expresiones que diversos analistas han venido repitiendo desde hace tiempo. Para esas voces, la democracia en México comenzó a morir el mismo día en que ganó una alternativa que les incomodaba. Basta ver las páginas editoriales de casi cualquier diario nacional para leer las constantes actas de defunción de la democracia mexicana que se han emitido  desde hace ya varios años.

A esos opinadores el autoritarismo y la falta de democracia los abruma: lo reiteran cada semana en sus columnas de opinión, en sus espacios mediáticos y en cada conferencia que dan. Empezaron con lo del talante autoritario y ahora ya vamos en tiranía. Para ellos, estamos igual o peor que Venezuela, Nicaragua y Cuba: el sistema de salud está destruido, el país se está cayendo a pedazos, la democracia murió. La hipérbole como musa de sus reflexiones. El mensaje, pues, se volvió apenas una fallida cámara de eco entre ese conjunto de opinadores.

Por otro lado, está el tema del mensajero. ¿A quién se le habrá ocurrido que era una buena idea que el último presidente del régimen autoritario viniera a pontificar sobre la democracia en México? Están viendo y no ven. Y no, no es que yo tenga una mala opinión del ex presidente. Al contrario, yo creo que, dentro de todo, Zedillo fue relativamente buen presidente. Al inicio de su istración le tocó enfrentar un momento muy delicado para el país y logró enderezar el barco. También considero que muchas de las críticas que se le hicieron estos días fueron injustas e inmerecidas.

Sin embargo, es claro que fue una mala estrategia pensar que Zedillo tendría la autoridad moral para venir a hablar de la democracia en el país. Su gestión, como la de los otros ex presidentes, está llena de claroscuros. Además, hay que tener memoria. Algunas de las principales batallas del cardenismo-obradorismo se dieron durante su mandato. Era apenas lógico que sus comentarios desatarían una crítica y un balance de su gestión. No era muy difícil preverlo.

En resumen, creo que fue una estrategia equivocada del lado opositor y una respuesta lógica de parte del oficialismo, a quien también le convenía atizar el fuego en contra de un adversario político. Por ello, reitero lo dicho: Zedillo fue un gran distractor en nuestra conversación pública. Quisieron usarlo y les salió mal la jugada. La oposición decidió sacar una piñata del desván y se enojaron porque le pegaron. ¿Quién les entiende? ¿Quién les explica? 


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Gerardo Esquivel
  • Gerardo Esquivel
  • Economista.
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