Cultura

CdMx: te quiero verde

Uno de los más sugerentes mitos acerca del origen de la humanidad, es el del Edén perdido. Esa primera casa de la humanidad se perdió cuando la pareja fundadora comió el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Conocer el bien y el mal implicó dejar lo que Nietzsche llamó “la inocencia del devenir”, ese estado en el que el bien y el mal no existían. ¿Qué ocasionó que conociéramos el bien y el mal?

Nosotros mismos nos desterramos del Edén al separarnos de la naturaleza y dejar atrás su moral natural, aquella que, con pocas normas, organiza y posibilita la convivencia de varios tipos de primates en su estado natural. Pero la naturaleza nos pareció hostil: el rayo, la lluvia, la amenaza de los demás animales, nos hicieron alejarnos de ella buscando no solo protección, sino también confort.

Al principio la lejanía fue parcial. Pero creció al grado en que hoy en las grandes ciudades, no existe o alguno con ese Edén que, si bien nos resultó peligroso, también nos hacía sentir en casa, en nuestra casa de verdes pastizales, de tierra y barro, de cielo azul: la biodiversidad del Edén perdido cubría al mundo de colores. Aquella colorida naturaleza, a pesar de todos sus peligros, nos mantenía en balance. Había que correr; que trepar árboles; que estar alertas; comer, jugar, descansar. Y todo eso se hacía en un mundo verde.

Hoy la vida en las grandes ciudades se encuentra fuera de balance y transcurre en un mundo gris: nuestras calles son grises, el contaminado cielo es gris, como lo son nuestros puentes, nuestras planchas de cemento y todo cuanto construimos en nuestra urbes. Esa masa informe y gris no procura vida, solo procura neurosis e infelicidad.

Alejarse de la naturaleza, desgarrarse de ella hacia un mundo artificial, fue un trueque engañoso. Aparentemente ganamos en seguridad y comodidad, pero todos sabemos que eso ha sido una falsa ilusión. La inseguridad continúa presente, pues nos convertimos en los primates más violentos, los animales más enloquecidos: ningún otro animal es capaz de la crueldad propia del ser humano.

Por todo eso, recuperar espacios verdes debe ser una medida terapéutica: urgen espacios verdes en los que nuestros niños y nuestros jóvenes recuerden que somos parte de una única madre generadora de la vida.

Pensé en todo eso cuando recientemente, junto al museo Universum, el Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad (PUEC) de la UNAM, creó una exhibición temporal sobre un interesante experimento. Se le pidió a niños de diversas escuelas que dibujaran cómo se podrían recuperar espacios desaprovechados de sus colonias y en qué los transformarían. La mayoría crearon espacios verdes de diferente tipo y las propuestas ganadoras, conformaron dicha exhibición.

Lástima que ese ejercicio no haya pasado a más: su resultado es una verdadera fuente de sugerencias para recuperar áreas verdes en la ciudad. Ojalá el mismo PUEC retome esas ideas para presentarlas ante el gobierno de la ciudad: sería una labor enriquecedora, verde y urgente para esta gris ciudad.


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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
  • [email protected]
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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