La censura contra la música que hace apología del narcotráfico fue dictada por algunos gobernadores, con la anuencia de la Presidenta, luego de que, con el infierno de Teuchitlán todavía ardiendo, la banda Los Alegres del Barranco se presentara en Guadalajara para interpretar “El del palenque”, su pieza sobre Nemesio Oseguera, al tiempo que proyectaba grandes imágenes del capo: “Soy el dueño del palenque, cuatro letras van al frente, soy el señor de los gallos, el del cártel jalisciense, brazos armados que tengo, los élite y los guerreros, los amos del terror, a las órdenes del Mencho”.
“Siempre pendiente”, la pieza que Luis Roberto Conriquez canta junto a Peso Pluma, tampoco es sutil: “Siempre pendiente, porque el gobierno es muy inteligente… JGL traigo en las cachas orgullosamente… mandan los jefes, yo cuido el área, aquí nadie se mete, cuido la plaza del señor Guzmán”. Para sorpresa de todos, el pasado 11 de abril, en su presentación en el palenque de Texcoco, Conriquez avisó que sus días de narcocorridos habían terminado: “Haré algunos cambios significativos en las letras que me hacen llegar”, dijo en un comunicado posterior, y en sus redes sociales escribió así: “Entramos a una nueva etapa, mi gente, sin corridos y todo eso. Se siente feo no poder cantar lo que la gente quiere escuchar, pero nos sumamos a la causa de cero corridos y pa’ delante”.
Cuando lo anunció en el palenque la reacción fue brutal. El público comenzó a abuchear a los músicos, coreándoles el consabido grito homofóbico y lanzándoles botellas de cerveza y sillas al ruedo, que quedó como calle de procesión: la banda tuvo que huir en caliente, dejando tirados instrumentos destrozados y equipo roto.
Al día siguiente, al comentar el zafarrancho, la Presidenta dijo así: “No prohibimos un género musical… lo que estamos planteando es que las letras no hagan apología de las drogas, de la violencia”. Todo eso suena loable, pero es irrelevante: la decisión de algunas bandas de dejar de glorificar a los capos no se da por los exhortos desde Palacio, ni siquiera por una indignación popular que, aunque justificadamente intensa, está muy lejos de ser mayoritaria.
La indigesta realidad es que, como se vio en Texcoco, a pesar de los ríos de sangre que hoy bañan a México, no pocos conciudadanos ven a los capos como héroes populares, y a la narcocultura como uno de los escasos caminos posibles hacia la fama y la riqueza:
“En Bugatti la cocaine llega hasta Medio Oriente, se me ven los LV, ya me elevé, me chingué un pase en caliente, pero con la reina Isabel, no con los presidentes”, dice otra canción de Conriquez. Después del controvertido concierto tapatío, el himno al Mencho subió brevemente al número uno en las listas de Billboard.
No fue sino hasta que Estados Unidos anunció que las visas de los Alegres del Barranco habían quedado canceladas, y con ellas una gira que tendrían durante el verano allende del Bravo, que pandió el cúnico. Conriquez, por cierto, comienza en 10 días la gira “Trakas HDSPM”, una que recorrerá el país de Trump de aquí hasta septiembre.
Quizá por eso.