La semana pasada, como cada año, la Presidenta se reunió con la alta clase empresarial en la Convención Bancaria. El optimismo fue palpable. Los empresarios ovacionaron a Sheinbaum con tal efusividad que no pocos analistas quedaron perplejos.
El júbilo de la Convención Bancaria merece una explicación.
El optimismo del alto empresariado y los banqueros choca con la incertidumbre que se vive en los mercados globales y con el sentir del 71% de los expertos consultados por el Banco de México, según los cuales México vive un “mal momento” para invertir. El entusiasmo también riñe con los datos confianza empresarial que han caído para construcción y comercio. Y con el consumo que ya da muestras de ralentización.
Cuesta trabajo recordar algún momento en el que, como ahora, los analistas económicos se sintieran pesimistas y los empresarios optimistas. La explicación yace en que ambos están viviendo en dimensiones distintas.
El alto empresariado habita una dimensión política. Ven en Sheinbaum a una presidenta poderosa —que tendrá enorme control sobre la energía, las telecomunicaciones, la competencia y el ámbito regulatorio— y con la cual más vale estar en buenos términos.
Sin embargo, no le tienen miedo. Consideran que pueden “trabajar con ella”, hablarle y convencerla de cosas. Eso los conforta. Sheinbaum tiene el botón nuclear, pero el alto empresariado siente que puede convencerla de no usarlo.
El entusiasmo empresarial no es ingenuo. Es realista. Proviene generaciones de entender los irreductibles del capitalismo de cuates mexicano. Y la cobardía de Morena por confrontarlo.
En el corto plazo, el alto empresariado sabe que habrá dificultades, pero a futuro ven grandes promesas. México tiene menos aranceles que el resto del mundo lo que nos da una ventaja. Además, la substitución de importaciones asiáticas que Sheinbaum ha propuesto como parte del Plan México abre un mercado de ensueño para ellos.
El alto empresariado está feliz porque siente que le quitarán la competencia de China, al tiempo en que le abrirán las puertas de Estados Unidos en exclusiva. Cuesta trabajo pensar un mejor escenario.
Por otro lado los analistas se sienten incómodos porque ven incertidumbre. A diferencia de los empresarios, que ya entendieron que pueden acomodarse, los analistas solo ven muchas cosas moviéndose al mismo tiempo y eso los pone nerviosos.
Hay también un tema de personalidad. Los analistas eran los niños listos de la clase, a los que les gustaban las matemáticas. Los empresarios eran los mirreyes revoltosos. A los primeros les disgusta el riesgo, a los segundos los entusiasma.
Para Sheinbaum, el mayor riesgo es que sin darse cuenta alimente un nuevo capitalismo de cuates disfrazado de política de desarrollo empresarial. Para evitarlo la Presidenta debe hacer lo que las izquierdas de los setenta no hicieron: dejar que los empresarios que no den el ancho fracasen. Filtrar a los competitivos de los parasitarios. Y sobre todo, tener el valor de exigirles más. Mucho más. Hay margen.
Lo contenido en este texto es publicado por su autora en su carácter exclusivo como profesionista independiente y no refleja las opiniones, políticas o posiciones de otros cargos que desempeña.