La Merced late como un testimonio vivo del modo en que la historia, la migración y el comercio han moldeado su identidad en el corazón de la Ciudad de México. Este barrio, conocido por su mercado y su actividad comercial, no sólo es un punto de encuentro, también es reflejo de las desigualdades y tensiones que atraviesan la capital del país.
Jesús Pardo, de 39 años, es una figura conocida en estas calles, no sólo por su larga permanencia en la zona, sino también por su ocupación: la venta de drogas. No reside en una calle fija; cambia constantemente de ubicación, ya sea por las condiciones del clima, por razones sociales o para evitar persecuciones policiales. La mayor parte del tiempo duerme sobre un pedazo de cartón y carga consigo pocas pertenencias: ropa y algunos rios como una gorra y lentes, que le ayudan a protegerse del sol y el frío.
Jesús es conocido por los residentes como alguien tranquilo, asentado en las inmediaciones de la zona, aunque alejado del bullicio comercial. Con la ayuda de vecinos logro ubicarlo en un campamento con personas en situación de calle. Lo encontramos acompañado de otros compañeros que prefirieron no hablar durante la entrevista. En ese lugar hay una comunidad de unas trece personas. Algunas dormían, otras conversaban o consumían sustancias. Los campamentos son inestables, cambian de lugar con frecuencia. La mayoría tenía una cobija y un pedazo de cartón como cama; otras, ni eso.

Jesús afirma que, muchas veces, sobrevive gracias a lo que le brindan otras personas: amigos, compañeros o incluso transeúntes. Dentro de su entorno, hay cierta solidaridad: “Cuando vemos a alguien mal, lo alivianamos, ya sea con agua, un poco de comida o incluso con droga; algo que le ayude a disociarse y sobrellevar la vida”. Para él, estos gestos reflejan una empatía que nace de la experiencia compartida de vivir en la calle.
A pesar de haber concluido la preparatoria y hablar inglés, su vida dio un giro irreversible al entrar en o con las drogas a los 17. Desde entonces, ha sido detenido 14 veces por delitos contra la salud, pero asegura que su verdadero castigo no está en la cárcel, sino en el vicio.
“La mejor escuela de la vida es la calle”, dice Jesús, quien se dedica al narcomenudeo. La transacción, dice, es sencilla: se acerca a ofrecer o bien son clientes frecuentes quienes lo buscan en puntos donde saben que suele encontrarse. Jesús es una persona sin techo en esta ciudad. Y la calle le ha enseñado a adaptarse y resistir. No busca ayuda, cree que él solito puede salir adelante, pero ite que el consejo que una vez le dijeron sus padres, “seguir superándose”, resuena como un eco lejano.

Jesús llegó a vivir a la calle debido a su situación familiar y, como él lo llama, “el destino“. En su hogar había violencia ejercida por su padre, lo que afectó profundamente su desempeño escolar. Esta situación lo llevó a abandonar la escuela y, poco a poco, a involucrarse en el mundo de las drogas: primero como consumidor y luego como vendedor. Salió de su casa sin mirar atrás. Llegó a La Merced atraído por la facilidad de al consumo y por las redes de personas que, como él, ya formaban parte de ese entorno.
Jesús describe las noches en la calle como el enfrentamiento con el frío, el hambre y la inseguridad. “La calle te endurece”, dice, ha vivido enfrentamientos con otras personas y hasta abusos de autoridad. Considera, sin embargo, que la calle le ha enseñado a “ponerse trucha”. Para Jesús, cada día es un balance entre subsistir y lidiar con las secuelas emocionales de su entorno. Y dejar las drogas, “una pelea que llevo todos los días”, ite.
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La vida en las calles es el resultado de una compleja red de causas estructurales, sociales y personales. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, más del 40% de la población mexicana vive en pobreza, una condición que a menudo empuja a las personas a situaciones extremas, como la historia de Jesús. La desigualdad económica, la falta de a vivienda digna y la precariedad laboral se combinan con problemas de salud mental, adicciones y crisis familiares para arrastrar a muchos hacia la calle.
La CdMx perpetúa el ciclo de exclusión para la gente de la calle

La Merced, en la alcaldía Venustiano Carranza, es uno de los barrios antiguos de la Ciudad de México, en donde las personas en condición de calle han encontrado un espacio de resiliencia, en una urbe que les excluye.
Diversos especialistas han señalado que la situación de calle es el reflejo de problemas estructurales profundos. La investigadora Leticia Armenta Fraire, del Tecnológico de Monterrey, afirma que “la pobreza multidimensional en México amplifica la vulnerabilidad de ciertos grupos”, especialmente en contextos urbanos. Este fenómeno se vincula con la carencia de a derechos como la salud, la educación y la vivienda.
Además, el antropólogo Guillermo Estrada, en un estudio publicado por la UNAM, explica que los desplazamientos forzados internos, causados por la violencia y los desastres naturales, incrementan la población en situación de calle. Según sus investigaciones, más del 25% de las personas sin hogar han sido víctimas de desplazamiento por conflictos armados o desastres naturales, como terremotos o inundaciones.

Por otro lado, Mariana Azuela, experta en salud mental comunitaria, resalta que la falta de atención a los trastornos mentales es un factor crítico. “Al menos 40% de las personas en situación de calle padecen enfermedades como depresión severa o esquizofrenia, condiciones que no se atienden por falta de recursos o estigmatización”, señala. Esta ausencia de tratamiento perpetúa el ciclo de exclusión y dificulta la reintegración de estas personas a la sociedad.
En el ámbito laboral, un informe de la Organización Internacional del Trabajo indica que más del 60% de la población en situación de calle se encuentra en la economía informal. Este dato refleja una tendencia en barrios como La Merced, donde las oportunidades laborales suelen estar relacionadas con actividades precarias y sin garantías sociales, lo que agrava la inestabilidad económica de las personas más vulnerables.
En La Merced, estos factores se ven intensificados por la migración. Este barrio ha sido, desde la época virreinal, un punto de convergencia para migrantes nacionales e internacionales. La economía informal se convierte en una red de sustento para quienes llegan en busca de oportunidades, pero también perpetúa un ciclo de vulnerabilidad y exclusión.
La gente de la calle aprende a sobrevivir en un entorno hostil

David García, de 37 años, ha vivido toda su vida en las calles. Su historia comenzó tras la muerte de su padre, un evento que lo llevó a buscar consuelo en el alcohol y las drogas. Aunque David ha trabajado en diversos oficios, su adicción lo ha alejado de la estabilidad laboral y personal.
“Uno se adapta a donde está”, comenta David, quien ha aprendido a sobrevivir en un entorno hostil. A pesar de las dificultades, mantiene la esperanza de un futuro mejor. Su meta es alejarse de los vicios que lo han atrapado y buscar una vida diferente. “Ahora que me he retirado de donde estaba, ya no tengo que lastimar a otras personas”, reflexiona.
David suele dormir cerca del mercado de La Merced, en calles donde varias personas en situación de calle extienden lonas y pasan la noche juntas. Ellos, aclara, no son necesariamente amigos, sino compañeros de circunstancia. A diferencia de muchos, David posee más pertenencias, las cuales guarda en una mochila que lo ha acompañado a lo largo de su recorrido. En ella lleva ropa y objetos que le resultan útiles para su vida cotidiana.
Reconoce que, en muchas ocasiones, no busca dinero para alimentarse, sino para conseguir alcohol, una adicción que, dice, está intentando dejar atrás. El día que lo encontramos, David preparaba su lona para pasar la noche. Era diciembre de 2024, y el aire frío de la temporada se vuelve especialmente duro, incluso mortal. Él, más establecido que otros, contaba con una colchoneta que lo ayudaba a sobrellevar el suelo helado.

Llegó a las calles escapando de un entorno familiar marcado por la violencia física, química y sexual ejercida por sus mayores. A los 17 años huyó de casa y buscó refugio en el alcohol. Eligió La Merced por conveniencia: era un lugar donde encontró oportunidades laborales que, aunque breves, eran constantes y le permitían subsistir. Sin embargo, la recaída en el alcohol lo llevó a abandonar esos empleos una y otra vez.
Su rutina diaria gira en torno a buscar sustento. Algunos días trabaja ayudando a comerciantes del mercado, cargando y descargando mercancía. Otros días recurre a lo que llama “chacharear”, recolectando objetos para vender. “Aquí, si no te mueves, no comes”, dice, resaltando la dureza de la calle.
El alcohol sigue siendo su mayor obstáculo. Aunque ha dejado otras sustancias, reconoce que el alcohol es una dependencia difícil de superar. “Es lo que me calma, pero también lo que me ha cerrado muchas puertas”, ite. En su comunidad, el alcoholismo es una constante y muchos de sus conocidos han muerto debido a sus excesos. “No quiero acabar así”, dice con un dejo de preocupación, reflejando su deseo de cambiar.
A pesar de los retos, David encuentra momentos de esperanza. Su objetivo a corto plazo es finalizar unos trámites legales que podrían abrirle nuevas oportunidades. “Tengo fe en que las cosas pueden mejorar”, asegura. Si pudiera, le diría a su yo de 17 años: “Aléjate de lo que te hace daño”.
La migración, la inseguridad y la explotación en La Merced

La Merced, como lo documenta el cronista Jorge Pedro Uribe Llamas, es un mosaico donde la migración y los desplazamientos forzados han dejado una huella profunda. En su libro Amor por la Ciudad de México y la serie documental Ciudad infinita, Uribe Llamas explora cómo los flujos migratorios han transformado este barrio en un centro de intercambio cultural y económico. Los migrantes, que traen consigo tradiciones, lenguas y costumbres, enfrentan barreras que los relegan a la informalidad y la precariedad.
El comercio informal, característico de La Merced, tiene como eje un mercado que se extiende por varios kilómetros cuadrados. Este mercado no sólo es uno de los más grandes y antiguos, sino que también ha funcionado como un motor económico para miles de familias. A diario, concentra una gran diversidad de productos, desde frutas y verduras hasta hierbas medicinales, carnes, granos, textiles y comida preparada, lo que lo convierte en un punto neurálgico del abasto en la ciudad. Para muchos migrantes, este espacio representa una oportunidad de empleo, aunque sea precario, sin contrato ni prestaciones.
El barrio de La Merced, sin embargo, perpetúa un sistema que carece de protección social y deja a estas personas expuestas a la inseguridad y la explotación. La vida aquí es un espejo de los contrastes de la Ciudad de México: un espacio vibrante y diverso, pero marcado por la desigualdad. A lo largo de los siglos, ha sido un punto de convergencia para migrantes de diversas regiones del país, quienes han aportado sus tradiciones, lenguas y costumbres, creando un mosaico cultural y económico único.
Sin embargo, esta interacción genera tensiones. La afluencia constante de migrantes ha llevado a una competencia por los recursos y oportunidades. La economía aquí se ha caracterizado por el comercio minorista y mayorista, especialmente de alimentos tradicionales, sustentado por familias que encuentran en este espacio una fuente de empleo. Pero, a pesar de ser parte del Centro Histórico y un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad, la marginación y la pobreza impacta en quienes viven y trabajan en La Merced con recursos limitados.
La Merced recibe a migrantes en busca de oportunidades

La migración ha sido un factor en la configuración de La Merced. Desde el siglo XX, ha atraído a migrantes de diversas regiones, incluyendo grupos indígenas como los triquis, mazahuas, otomíes, mazatecos, nahuas, chinantecos y purépechas. Además, ha recibido a inmigrantes de países como Líbano, España, Grecia, Italia, Turquía, Francia, Siria, Polonia, Rusia y Armenia, entre otros.
Esta diversidad ha enriquecido la vida cultural y económica del barrio, aunque también ha presentado desafíos en términos de integración y cohesión social. La Merced es, por tanto, un reflejo de los retos más amplios que enfrenta la Ciudad de México.
A esta complejidad estructural se suma una crisis comercial que, en los últimos meses, ha golpeado con fuerza al Centro Histórico. De acuerdo con un reciente comunicado de empresarios y comerciantes del Primer Cuadro, se vive una caída de hasta el 40 por ciento en sus ventas, derivada de bloqueos, plantones, conflictos con el comercio informal y la falta de apoyo por parte de las autoridades. En este contexto, lograr y sostener un empleo formal, acceder a un local comercial o incluso tener un techo donde dormir se vuelve un privilegio al que no todos pueden aspirar. Así, la calle para muchos no es una elección, sino una consecuencia directa de un sistema que margina y expulsa.
La historia de La Merced es una narrativa de resiliencia y adaptación, pero también de desafíos que requieren atención y acción colectiva para construir una ciudad más inclusiva y equitativa. Las historias de Jesús y David son un recordatorio de que la situación de calle no es un problema individual, sino el resultado de una red compleja de factores que demandan soluciones integrales. Garantizar el a vivienda digna, crear oportunidades laborales formales y ofrecer atención en salud mental y adicciones son pasos esenciales para abordar esta problemática.
*Ana Lourdes Espinosa del Río es alumna de Comunicación de sexto semestre de la materia de Periodismo Convergente, en el Tec de Monterrey Campus Ciudad de México. Su texto fue seleccionado como uno de los dos mejores del semestre.
GSC/ATJ