“La gente tiene mucho estrés”, pensé luego de presenciar una discusión entre dos mujeres que habían detenido por unos minutos la marcha del Metro de la Ciudad de México (CdMx). ¿La razón? Una había empujado a la otra.
El mismo pensamiento me cruzó por la mente semanas después, cuando en el cruce de una avenida varios automovilistas se ‘pasaron el alto’ del semáforo con tal de ganar unos cuantos minutos al reloj; mientras los demás les tocaban el claxon, les gritaron insultos o incluso les ‘aventaban el carro’ para ver si frenaban.
Ambos momentos me hicieron reflexionar, pues no concebía lo normalizado que tenía el ver a las personas molestas, frustradas o ansiosas desde los primeros hasta los últimos minutos del día. ¿Estos episodios son realmente consecuencia del estrés o esta percepción mía fue sólo un momento en el que me desconecté del estilo de vida capitalino al que ya estoy acostumbrada?, me pregunté.
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La respuesta a la sola pregunta “¿Por qué nos estresamos?” no es tan simple como para señalar una u otra razón, ya que las causas pueden ser tan variadas según las circunstancias, el contexto y la realidad de cada persona; e incluso si se trata de un ‘estrés positivo’ o ‘estrés negativo’.
¿Hay estrés bueno?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estrés es un estado natural de preocupación o tensión mental causado por una situación difícil, que puede ir desde algo tan cotidiano, como presentar un examen parcial o comprar boletos para un concierto, hasta lo más grave, como perder el trabajo o resolver algún trámite burocrático.
Y si bien el estrés suele cargar con una connotación negativa, también puede jugar el rol de un estímulo positivo, satisfactorio e incluso saludable. A este último se le refiere como eustrés o el “estrés positivo”.

A grosso modo, el eustrés genera una adaptación en la que el organismo funciona de manera armónica ante un estímulo estresante. Un estudio de Creatia Business (2005) lo proponía como una situación “desafiante en la que el individuo tiene la seguridad de ser capaz de gestionar con éxito las demandas de su entorno dadas las amplias posibilidades de control”.
Pero el riesgo de brincar del eustrés al estrés (también referido como distrés) es alto.
Esta frágil dinámica se explica con el modelo de Yerkes-Dodson, el cual plantea que una persona puede ser más productiva si hay motivación de por medio, en este caso, un nivel moderado de estrés o de alerta. Sin embargo, pasa a lo perjudicial si las demandas son excesivas o escasas: el primero porque desencadena sentimientos de ansiedad y malestares psicológicos, y la segunda deriva en aburrimiento o menos productividad.
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Me pongo a pensar. ¿Alguna vez experimenté el eustrés en mi vida?. Y sí. Bien recuerdo que esas pequeñas dosis de estrés me ayudaron para cumplir con tareas o proyectos de la universidad; y hoy en día, en el trabajo, me ‘echan la mano’ al investigar y escribir de temas nuevos.
Sin embargo, es más fácil acordarme de los momentos donde el estrés me hizo perder el sueño, temblar y hasta tener dolores musculares y de cabeza. Por eso, creo yo, es que lo asocio más con sensaciones o experiencias desfavorables. Y honestamente, no creo ser la única.
Tanto así que la Asociación Psicológica Americana (APA) ha identificado tres tipos de estrés: el agudo, que surge de las exigencias y presiones del pasado reciente y del futuro cercano; el episódico, cuando hay constantes cuadros de estrés agudo y las personas no pueden responder a la gran cantidad de exigencias, y el crónico , el más destructivo que afecta a las emociones y al cuerpo.
Pero … ¿Qué nos puede estresar tanto como para llegar a esos niveles?
Una gran mayoría de blogs y artículos coinciden en responder con un rotundo "depende". ¿En qué? En la personalidad, experiencias y estilo de vida de cada persona. Por ejemplo, a alguien ajeno a los negocios le angustiará poco, o nada, la caída de las bolsas como a otro que tiene un portafolio de inversiones.
De ahí que la duda debe reformularse hacia lo particular; pasar del “¿Por qué nos estresamos?” al “¿Por qué me estreso?”. Es decir, reconocer nuestros estresores.

¿Qué nos estresa y cómo solucionarlo?
Los estresores son aquellos estímulos, condiciones o tipos de situaciones que demandan a una persona a poner en marcha alguna actividad para la cual no estaba preparada o no tenía recursos.
El hospital National Jewish Health identificó que los principales factores de estrés están relacionados con las personas, el dinero, trabajo, cuerpo, mente, ocio o una pérdida. Identificarlos y ser conscientes de estos, señala la institución, “nos ayuda a afrontar el estrés mismo”.
Ejemplos de ello hay muchos y lo vemos en el día a día: un examen sorpresa, que el celular se haya descompuesto, sobrecarga de trabajo, que el o la roomie no dé su parte de la renta o encontrarnos con una larga fila en el banco. Aunque también nos puede estresar asuntos más generales, como el clímax de violencia, crisis económicas o el escenario político.
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Una de las principales técnicas para contrarrestar la respuesta al estrés son aquellas que induzcan a la relajación: ejercicios de respiración, concentrarse en una palabra tranquilizadora, visualizar escenas tranquilas o meditar.
La actividad física también regula la acumulación de estrés, y esto puede ser desde una caminata tranquila, correr unas vueltas al parque o practicar disciplinas que combinan movimientos fluidos con respiración profunda, tales como el yoga, el taichí o el qigong.
Por supuesto, es esencial contar con una red de apoyo con amigos, conocidos, familiares o cónyuges e incluso, acudir a la ayuda profesional si se considera necesario.
ASG