Cultura

El té y el caos

Casta diva | Nuestras columnistas

Cuando es tiempo de la infusión, no hay nada más importante, todo puede esperar.

La cotidianeidad exige un orden muy preciso, cada cosa en su lugar. Conseguir la coreografía y la escenografía de una armonía que fluya es un trabajo constante. Se altera y surge el caos, sin embargo, esa cotidianeidad que no es infalible, crea su desequilibrio para retar a la paciencia y la voluntad para regresar al orden. Los promotores de la autoayuda han difamado a estas rutinas que se convierten en rituales. Nos dicen con insistencia “rompe con tu rutina”, “atrévete a hacer cosas diferentes”, no impulsan a tomar riesgos, su búsqueda repudia la estructura de la existencia por algo que cumple con el estereotipo de “divertirse en la vida”.

La construcción de rutinas y rituales, de esa armonía, es un valor que cuando lo perdemos por alguna circunstancia dolorosa o involuntaria, nos arroja a la nostalgia, entonces extrañamos la pureza del espacio que se abría a recibir cada acto que derivaría en otros, que van dando forma al día. Preparar una taza de té podría ser un acto mecánico o elevarlo a un sentido sensorial, que dibuje la soledad y el silencio de estar en el presente. Aroma, color, sabor, jugar con una mezcla especial para el día, dedicada a ese pasajero capricho. La taza de porcelana, la tetera de hierro, el agua debe hervir y dejarse enfriar unos instantes, porque ponerla en ebullición estropea los sabores y virtudes de las hierbas. Té verde, un poco de jengibre fresco, de esa raíz con formas que la tierra asigna, se debe cortar en láminas muy delgadas para que su jugo perfume el agua. Reposar. Es tiempo de la infusión. No hay nada más importante, todo puede esperar.

Sí hay tiempo. La queja, el lugar común es “no tengo tiempo”. Hemos entregado el tiempo a personas y momentos que no lo merecen. El cronómetro de cada vida está corriendo, no se detiene, se acaba, se dirige a la extinción y aun así lo entregamos a lo irrelevante. Lo tenemos limitado, desde el primer instante cada existencia está determinada a finalizar. Da terror vaciarlo en la nada. Lo más doloroso es que parece inevitable. Se desvanece, se fuga, pero está aquí para una taza de té, para la mirada de un gato.

Los gatos respetan los rituales y las promesas, viven en el presente, aprenden y no olvidan. (Cortesía de la autora)
Los gatos respetan los rituales y las promesas, viven en el presente, aprenden y no olvidan. (Cortesía de la autora)

Esperar, esperamos y ese es tiempo regalado a la nada. Tenemos expectativas, deseo, recuerdos, reclamos al pasado que ya no existe, planes a futuro que es un abismo incontrolable y arbitrario, y así, en el desperdicio, acabamos.

Contemplo el caos, espera que sea capaz de entrar en él y encontrar el orden. Despertar a la rutina, convocar a los rituales. Los gatos respetan los rituales y las promesas, viven en el presente, aprenden y no olvidan. El reloj biológico les dice que es hora de comer o jugar, de dormir o de mirar al cielo. La Naturaleza les ha dado sabiduría, y no la contradicen. Los humanos hemos sustituido a la biología por la psicología. La filosofía se ha degradado en autoayuda, el sentido del orden es mirar la vida cotidiana como un corporativo, las casas están construidas y decoradas en colores grises de oficinas. La taza de té espera, mi gato huele el jengibre. Hay tiempo.

AQ

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Avelina Lésper
  • Avelina Lésper
  • Es crítica de arte. Su canal de YouTube es Avelina Lésper
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