Cultura

“Oscilamos entre la idea de que nada va a cambiar y la de que ya todo cambió”: Juana Inés Dehesa

El libro 'Tiempo de mujeres' reúne diez ensayos que abordan la violencia digital, la desigualdad laboral, la migración femenina, la simulación mediática y la urgencia de instituciones que garanticen los derechos de las mujeres.

El libro Tiempo de mujeres nace de la necesidad de pensar, desde distintas voces, cómo se vive y se ejerce el ser mujer en un país atravesado por las violencias, las tensiones sin resolver y las promesas que no siempre se traducen en realidades.

Concebido por la consejera electoral Karina Vázquez, el libro reúne diez ensayos escritos por mujeres con trayectorias diversas —académicas, activistas, periodistas, escritoras— que comparten una convicción: la llegada de una mujer a la presidencia no basta para resolver los pendientes estructurales que marcan la vida de millones de mexicanas. Cada texto abre una fisura en la superficie del discurso triunfalista y ofrece, en su lugar, una lectura crítica de las condiciones que aún impiden una vida plenamente digna, libre y equitativa para las mujeres en México.

Juana Inés Dehesa, una de las autoras del volumen, reflexiona desde el ámbito de la cultura. Escritora aguda, con una larga experiencia en medios y un pie siempre puesto en las conversaciones públicas, Dehesa propone, desde su trinchera, imaginar otros destinos. “La cultura —dice— nos permite pensar que lo que es, podría ser de otra forma. Y eso puede cambiar un país”.

En entrevista, Dehesa comenta varios de los temas que articulan Tiempo de mujeres: la violencia digital, la desigualdad laboral, la migración femenina, la simulación mediática y la urgencia de instituciones que garanticen los derechos.

Su ensayo habla de presupuestos, de cuidados, de la brecha entre el discurso oficial y la experiencia cotidiana. Pero también de símbolos resignificados: del eco incómodo que deja una obra de teatro como La señora presidenta, donde un hombre disfrazado de mujer ocupaba el poder, y de la urgencia de construir una representación política que no sea mera imitación de lo masculino. 

“Nos imaginábamos a una presidenta, sí, pero siempre era una farsa. Siempre un disfraz. No deja de ser curioso que desde la cultura se haya planteado a una presidenta como una figura impostora, una enmascarada. Lo que nos imaginábamos, culturalmente, era eso: una mujer en el poder que, en realidad, no lo era. Karina Vaquera, en su ensayo, habla de la masculinización de la política. Y tanto Natividad Cárdenas como Soledad Gaytán se detienen en lo que ocurre cuando las mujeres llegan a puestos de elección popular y, sin embargo, no logran ejercer el poder. Se les otorga de manera nominal, pero no terminan por habitarlo”.

“Por eso, mi propuesta es que la cultura está para imaginar otras posibilidades. Para construir un país distinto. También para dar trabajo a muchas mujeres y hombres, aunque lo hacemos con la conciencia de que de esto no se vive. Y ahí está mi grito de guerra: ¿por qué no se vive de ello? Las mujeres que nos dedicamos a esto, muchas veces somos cabeza de familia. Y lo hacemos en un país como el de Pedro Páramo, donde todo parece deshabitado, suspendido. Así que mi ensayo es un intento por pensar qué podemos hacer desde la cultura, qué ejemplos podemos ofrecer y, sobre todo, qué podemos decirles a las niñas y los niños para que se imaginen un destino diferente”.

Se ha dicho que la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia es un símbolo. Y sin duda lo es. Pero tú adviertes del riesgo de que se quede solo en eso, en un gesto simbólico.

Exactamente. No se trata solamente de un símbolo, ni mucho menos de un “ya estuvo”. Tenemos muchos niveles de discurso. Uno de ellos dice: “Ya tienen paridad constitucional, ya hay una presidenta, ya hay ligas femeniles de futbol. ¿Qué más quieren? Ya somos un país paritario y avanzado”. Y no. Lo que este libro demuestra, con sus distintos ensayos, es que aún estamos muy lejos. 

Adriana Buentello escribe sobre las redes sociodigitales plagadas de discursos misóginos, machistas y violentos, que comienzan a traducirse en la vida real. Así que no es cierto que ya llegamos. Sí, es importante tener una presidenta, y es algo que muchas mujeres de mi generación no creíamos posible. Pero también es peligroso suponer que con eso basta. Porque no llegamos todas. Y lo que está roto no se repara con una elección. Esto no resuelve nada por sí solo. Es un avance, sí, fruto del trabajo de muchas y muchos, pero no es el final del camino. Las mujeres más vulnerables, en contextos de mayor riesgo, tienen menos derechos, menos posibilidad de salir a la calle, de imaginar un futuro distinto. Y ese es uno de los puntos centrales de mi ensayo: que la cultura nos permite imaginar otros destinos.

A través de la cultura, y de los espacios que habilita, podemos construir contrafactuales: pensar que lo que es podría ser de otra forma. Y eso puede transformar un país. Pero si seguimos normalizando la violencia, el miedo, la desigualdad estructural… no hay imaginación que alcance.

Además, como mencionas, los derechos existen en el papel, pero muchas veces no permea la igualdad estructural. ¿Cómo se refleja esto en la vida cotidiana de las mujeres?

Tiene todo que ver con las condiciones materiales. Vanessa González lo deja claro en su ensayo: aunque ganemos espacios, seguimos ganando menos. Y no hay instituciones que cubran de verdad, ni con profundidad, las labores de cuidado. Por ejemplo, ¿quién va a cuidar a nuestros padres? ¿Los hijos? La evidencia dice que no. Somos un país que está envejeciendo, y el trabajo del cuidado sigue recayendo en las mujeres. Y se va a complicar aún más con fenómenos como la migración. Ana Mercedez Saiz lo explica muy bien: hoy las que migran son mujeres. Ya no es el estereotipo trumpiano del “bad hombre” que va a invadir Estados Unidos. Son mujeres, vulnerables, solas, víctimas de trata, cuyo cuerpo no les pertenece. Les pertenece al entorno, al que pasa por la calle. Entonces sí, celebramos la paridad en el Congreso, en los gabinetes, pero hay una matriz más profunda que no hemos tocado. Seguimos sin instituciones que garanticen los derechos básicos de la mitad de la población. Y eso no lo va a resolver el mercado. El mercado nunca va a apoyar a la cultura si no le es rentable. Solo el Estado puede sostener ese tejido. Necesitamos presupuestos, espacios seguros para niñas y niños, casas de cultura, salas de lectura. Si todo eso desaparece, solo queda la calle. Y la calle, en muchos casos, es vulnerabilidad pura.

Mencionaste el impacto de las redes sociales, pero también estás muy cercana a los medios. ¿Qué papel crees que están jugando en la reproducción de estos discursos?

En algunos espacios, hubo avances. Somos más cuidadosos, más conscientes. Pero ya se nota un retroceso. Un coletazo. Empieza a instalarse este fastidio de: “Ay, ya no se puede decir nada, ya no se puede hacer ningún chiste”. Y bueno, si están matando a las mujeres, sí, hay cosas que ya no se pueden trivializar. El humor tiene su lugar, la transgresión también. Pero hay que tener cuidado con la simulación. Con fingir que todo cambió cuando no es así. Pongo un ejemplo: en los programas deportivos ya hay mujeres. Ya “hasta opinan”. Pero, ¿cómo se les trata? ¿Qué espacio ocupan? ¿Qué se dice de su apariencia, su voz, su ropa? Los medios electrónicos —la televisión abierta, la radio— siguen teniendo una influencia enorme, aunque existan más plataformas. El espectro radioeléctrico es nuestro. Lo pagamos. Y aun así, los discursos de género que ahí circulan se quedan en lo superficial. En la cuota, no en el contenido. Se piensa que con cubrir cuotas ya está todo resuelto. Pero no. Cubrir cuotas es el inicio, no el fin. Y los medios tienen una responsabilidad: explicar cómo y por qué se cubren ciertos temas. No basta con tener reporteras o mujeres en espacios tradicionalmente masculinos. Hace falta profundidad, pensamiento, revisión.

Si pudieras escribirle una carta a las niñas que en 2050 tendrán treinta o cuarenta años, ¿qué les dirías sobre lo que estamos haciendo hoy para mejorar su futuro?

Me acuerdo de una vez que entrevisté a Lorenzo Meyer y le pregunté: “¿Qué le dirías a tu yo del pasado?” Y me contestó: “Que nada era cierto”. Esto fue en 2010. Otros tiempos. Pero quiero pensar —y me aferro a ello como a un dogma de fe— que quien sea mujer en 2050 tendrá más derechos, una vida más equitativa, mayores posibilidades de las que tuvimos nosotras. Les diría: estamos haciendo lo que podemos. Y, sobre todo, estamos tratando de imaginar. De pelear contra dos ideas falsas: la de que nada va a cambiar, y la de que ya todo cambió. Oscilamos entre esas dos. Y ninguna es cierta. Las mujeres jóvenes de hoy —pienso en las adolescentes de preparatoria de Ciudad de México— son menos dueñas de la calle de lo que fui yo. Y mucho menos que lo que fue mi madre. Así que estamos intentando construir algo más justo. Y, por encima de todo, intentando que se vea. Que no nos hagamos tontos. Que no nos resignemos.

PCL

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Patricia Curiel
  • Patricia Curiel
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  • Estudió Comunicación y Periodismo en la UNAM. Escribe sobre arquitectura social y el trabajo de las mujeres en el campo de las artes. Cofundadora de Data Crítica, organización de investigación periodística que produce historias potenciadas por análisis de datos.
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