El escritor Fernando Solana Olivares (Ciudad de México, 1954) charla con MILENIO sobre Péguese mi lengua, publicada por El Tapiz del Unicornio, una novela con raíz histórica sobre Concepción Lombardo, Miguel Miramón, Maximiliano y Carlota.
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—¿Qué te impulsó a escribir la novela?
Por razones subjetivas, imaginarias, si tú quieres, me planteé que tenía una deuda con las memorias de Concha Miramón y, evidentemente, con su historia. Hay historias y personajes que te llaman y otros que no. Leí las memorias de esta mujer y, a partir de ello, me fascinaron. Me encantó la mujer, su marido, Miramón, y decidí escribir esta historia que no es —y me interesa mucho señalarlo— una reivindicación de carácter ideológico, pero sí es una reivindicación de carácter humano, dramático, estético y literario.
—¿Y tiene que ver con?
Con algo que se nos olvida en la historia de los seres humanos, que es que aquellos que pierden, pierden por diversos factores. Pensamos que quienes ganan tendrían que hacerlo; hay una razón que se les da, se llama filosofía de la victoria, pero a mí me interesó mucho esta parte, que es justamente la pobreza y la belleza del fracaso. Entonces, me pongo a investigar y, a partir de ello, se echa a andar la historia. La literatura a veces es un fenómeno que pasa a través del escritor; desde luego hay una voluntad, una intencionalidad y, después de un tiempo, apareció la novela.
—¿Es una novela femenina?
Traté de abrir la perspectiva desde mi punto de vista masculino a una visión femenina, que es la de Concha, y otra que es la de Carlota. En ese sentido, yo sé que esto puede ser discutible para una feminista, etcétera, pero me parece que es una novela femenina.
—¿Qué te atrajo del personaje?
Desde luego, la pareja imperial es inmensamente trágica; es inevitable vincularse con ellos si vas a tratar el Segundo Imperio, porque son el eje de la historia, y la otra parte fue Miramón y su esposa, que son muy interesantes ideológicamente, porque es un liberalismo ilustrado, pero conservador, donde están del lado del imperio porque no pueden estar del lado de Juárez. Miramón le dice a Concha, a quien llamaba mi chinaquita, porque ella era una chinaca, en el sentido de que era profundamente liberal, pero tenía un gran problema de orden político con Juárez.
—¿Fue una historia perfecta?
El contexto dramático me llamó mucho la atención y en mi lógica literaria me señaló que había ahí una novela. Él es un gran militar y gran estratega. Es un hombre que se entrega a una idea de nacionalidad y comete aparentemente pecados o errores que son inevitables y pasa la historia como un traidor, lo que me llamó mucho la atención, así como la fidelidad de Concha al recuerdo, a la memoria de Miramón. El sentido de Péguese mi lengua es una promesa, un voto que ella va a cumplir en entrega a un marido muerto.
—¿Quieres rescatar la figura de Concepción Lombardo?
No estoy justificando ideológicamente a los conservadores, porque además esos conservadores frente a los actuales no tienen nada que ver, nada que ver. Ellos son cultos, ilustrados, tienen un sentido de patria y los actuales son una serie de bárbaros, entreguistas, en fin, golpistas. No es entonces una reivindicación ideológica, sino humana, de un personaje como Concha que nunca se dobló; ella pide clemencia a Juárez por la vida del marido, pero ella nunca se hincó. En este sentido, conservan el honor. Y eso me parece también muy meritorio en momentos como los actuales, donde el honor es una moneda de cambio, un vejestorio que estorba.
—¿Cuál es la estructura de la novela?
Es una polifonía que al final tiene una coherencia, porque entonces te das cuenta de que hubo un fresco, donde estas partes conforman una historia completa. La historia, básicamente, es de los tres años del imperio malhadado de Maximiliano, y luego algunas referencias a cómo le cuesta trabajo vivir a Concha, que acaba en la miseria porque no se roba nada. Así como hay traidores en la historia que se roban todo lo que pueden, ellos no. Son una pareja muy digna, muy modesta, y ella siempre conserva la dignidad y la memoria, una memoria heroica, impoluta de Miramón, una memoria castigada, denostada por la traición aparente que él comete, simplemente porque se inscribe del lado de los perdedores.

—¿De dónde nace tu interés por la historia?
No soy historiador, ni pretendo serlo; me interesa la historia, pues es uno de los factores que explican la existencia de cualquiera, pero en este caso me interesaba ese periplo del segundo imperio y sus desenlaces de carácter trágico. El eje, como te diste cuenta, sí es una historia comprobada, son personajes reales, pero hay otros imaginarios; mi interés en la historia es básicamente de carácter estético-literario. No tanto la puntualidad historiográfica del “sí ocurrió”, y luego me planteé otro problema, que conoces bien: La historia la hacen los vencedores; ellos dan la descripción final.
—¿Te interesaba la filosofía del fracaso?
Y enfrentarme a la filosofía de la victoria que da la razón automática a aquel que ganó. En ese sentido, me parece que perdemos una gran cantidad de matices, circunstancias y de personajes que son de una profunda humanidad. Es buscar la pureza y la belleza del fracaso. Entonces ahí hay un doble drama.
—¿Fue un reto escribir la novela?
Toda novela supone un reto y es un cambio de tono. Esto es un mecanismo compensatorio, digamos, catártico. Cuando hago novelas durísimas que me vacían, tengo que hacer una novela compensatoria. Desde luego que hay drama, hay tragedia, pero también hay una historia amorosa que me interesaba contar, porque me parece que le damos mucho valor al desamor y valoramos poco la fidelidad. En este caso es el testimonio de una mujer absolutamente fiel, amorosa, amante, que conserva no sólo la memoria, sino los valores de su marido, de su ideología de clase, así estén equivocados, equivocados en términos del contexto que predomina históricamente. Eso me parece muy meritorio, muy humano.
Presentación
'Péguese mi lengua'. Jueves 15 de mayo, 19:00 horas. Fondo de Cultura Económica Rosario Castellanos
PCL