El cartujo no se da cuenta pero vive en el mejor país del mundo, el más justo, el más democrático, el más honesto, el más pacífico, el más seguro, el más bonito. Es como aquellos ídolos mencionados en el Salmo 115: tiene ojos, mas no ve; tiene orejas, mas no oye; tiene narices, mas no huele, todo le pasa de largo, incluida la histórica elección del pasado domingo, promovida por el mejor ex presidente del mundo, quien reapareció, votó y compartió una repentina opinión: “Tenemos a la mejor presidenta del mundo”. La mejor y más popular, la más disciplinada y obediente, la más chistosa, como lo demostró en su sketch del lunes, cuando, impostando la voz, leyó los comentarios de sus adversarios políticos en Palacio Nacional; las risas de los mejores pregoneros del universo traspasaron las paredes del expropiado recinto para alegrarles la mañana a los mejores, más esforzados y desinteresados maestros de la historia planetaria, acampados en el Zócalo. Pero eso no es todo, México cuenta con el mejor junior tóxico del mundo (no lo llamen Andy, por favor), con la refinería más productiva, con el sistema de salud más eficiente, con un gran aeropuerto de juguete, con un tren extraordinario en cuya construcción no se tiró ni un solo árbol… ¿Y Noroña, y Lenia, y Monreal, y Adán Augusto, y Andrea Chávez, y Taibo II, y Piedra, y los moneros, y tantos otros héroes “de la Transformación”? Excelencia pura en un país donde pronto tendremos el mejor Poder Judicial del mundo, electo con música de acordeones.
El Supremo y la Suprema, como diría Guillermo Sheridan, están felices con los resultados de un proceso electoral “inédito, impresionante, maravilloso, democrático”.
En el espejo del poder, las cosas se miran de esa manera y todo marcha bien. Sin embargo, a veces la terca realidad muestra otra cosa y entonces a los opositores políticos se les recomienda hacer yoga o, si son periodistas, se les lleva a los tribunales para enderezarles el criterio. Con todo, piensa el monje recordando a Ibargüengoitia: “La verdad es que mientras más enojado estoy con este país […], más mexicano me siento”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio lo colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.