Debo de reconocer que se veía venir. A tan solo un año de haber lanzado Bineo —su ambicioso intento por crear un banco digital desde cero—, Banorte decidió echar marcha atrás y apagar las luces del proyecto. La apuesta no fue menor. Invirtió 100 millones de dólares para descubrir lo que muchos anticipaban desde un inicio: que los bancos tradicionales y las fintech juegan en ligas distintas.
De entrada, son culturas y estrategias opuestas. Las fintech son ágiles, disruptivas, orientadas a la innovación y al cambio. Existen para alterar el statu quo. La banca tradicional, en cambio, es conservadora por naturaleza y busca preservar un negocio consolidado. Sus estructuras establecidas entorpecen la incorporación de nuevas tecnologías. Mientras que las fintech priorizan una experiencia de amigable, sencilla y sin fricciones, los bancos grandes suelen ser más lentos y burocráticos.
Puedo imaginar que Banorte, al ver la amenaza de los neobancos, decidió crear su propia propuesta digital; enfrentar fuego con fuego. Lo que no anticipó fue la incompatibilidad de los modelos de negocios. Veo difícil que Bineo haya tenido la autonomía que necesita cualquier startup para moverse con agilidad y asumir riesgos. No dudo que existiera tensión entre la banca tradicional y el brazo fintech en cuanto a la asignación de recursos y la selección de personal.
Debo de reconocer que la irrupción fintech es muy bienvenida. México tiene una banca muy concentrada. La falta de competencia ha frenado la reducción de comisiones, el abaratamiento del crédito y la mejora en servicios. Ahí es donde entran jugadores como Nubank, Klar y Mercado Pago, que no solo generan competencia, sino que contribuyen a ampliar la inclusión financiera. Nubank, por ejemplo, ya ha colocado cerca de 6 millones de tarjetas de crédito y suma más de 10 millones de clientes en el poco tiempo que lleva en México.
La banca tradicional ha tratado de defender su posición de diversas maneras. Además de lanzar sus propias fintechs, ha reclamado un “piso parejo”. Considero que este término resulta un poco paradójico viniendo de instituciones con décadas de ventaja: redes de sucursales, millones de clientes, privilegiado a depósitos y nutridas utilidades. Es decir, la banca tradicional arranca con tres cuerpos de ventaja. Donde deben de enfocar sus energías los grandes bancos es en mejorar su propia oferta digital. Algunos ya lo están haciendo. BBVA Bancomer, por ejemplo, ha construido una de las mejores experiencias digitales del sector sin tener que disfrazarse de fintech.
El caso de Bineo deja una valiosa lección: es difícil ser dos cosas a la vez. Crear una fintech sin adoptar su ADN es una receta de fracaso. Quedan por ver otros intentos similares, como OpenBank, de Santander, y Hey Banco, de Banregio. Ojalá me equivoque, pero si no encuentran cómo resolver la tensión entre lo viejo y lo nuevo, tendrán la misma suerte que Bineo.