Dividir la realidad en sub-realidades nos permite entenderla mejor. Es por eso por lo que categorizamos las cosas para asignarles atributos específicos, atributos de dicha categoría, con la finalidad de comprender mucho más rápido la naturaleza de lo que observamos. Si tal evento o persona es asignada a cierta categoría, entonces “debe” compartir los atributos de dicha categoría, aunque muchas veces no lo haga. Esto sucede en todos los aspectos de nuestra vida, y el mundo económico no está exento de este fenómeno. Veamos el siguiente ejemplo.
El término “tercer mundo” fue acuñado el 14 de agosto de 1952 por Alfred Sauvy para describir a los países subdesarrollados que no entraban en la categoría del primer mundo (el capitalismo) ni en la del segundo mundo (el comunismo). Fue una categoría que se popularizó de manera inmediata y que se mantuvo vigente como formas de encasillar a los distintos países durante muchos años. Pasó el tiempo y en la década de los años 80s, y de la mano de un economista del Banco Mundial llamado Antoine van Agtmael, se acuñaron nuevos términos: país desarrollado y país emergente. Estas dos categorías son las que nos acompañan hoy en día y nos ayudan a entender los atributos económicos, sociales y políticos de un país. Dividir al mundo en dos, es mucho más fácil que dividirlo en 200 países, y a su vez, cada país en distintas subregiones. Pero ¿siguen vigentes estas categorías? Muchos analistas, incluyendo algunos organismos multinacionales como el Banco Mundial, creen que no.
Cuando se acuñaron los términos “país desarrollado” y “país emergente”, el mundo era un lugar distinto a lo que es hoy. Podría extenderme y hablar de cómo la diferencia en esperanza de vida, o el índice de mortandad infantil, entre desarrollados y emergentes era mucho más amplia de lo que es hoy, o bien, de cómo el PIB per cápita era muy bajo para los emergentes respecto a los desarrollados; de cómo la educación ha ido convergiendo, de cómo en los 80s sólo el 70% de los adultos en México sabían leer y escribir y hoy estamos en niveles similares a los países desarrollados con un analfabetismo de apenas 4%. Podría ir variable por variable para demostrar el gran avance que ha tenido el mundo emergente respecto al desarrollado, pero, por temas de espacio, me concentraré en una solo variable que, además, ha adquirido notoriedad los últimos años, y que, seguramente, dará mucho de que hablar en los años venideros: el endeudamiento.
En la década de los 80s se gestó una crisis de endeudamiento brutal en los mercados emergentes de Latinoamérica. Si factorizamos la fortaleza de las economías en la ecuación, los índices de endeudamiento eran enormes en comparación con el mercado desarrollado, por ejemplo, en 1985, Colombia tenía un endeudamiento sobre PIB de 17%, México de 33%, Brasil de 58% y Chile de 79%; por otro lado, los países desarrollados tenían un endeudamiento similar, o incluso, inferior, por ejemplo, UK de 40%, Estados Unidos de 43% y Japón de 52%. Los indicadores de endeudamiento eran muy similares, pero las economías no. Este episodio terminó mal para América Latina, costándole casi una década perdida de crecimiento.
Sin embargo, en los últimos 40 años, las cosas han cambiado mucho. Los países emergentes, en cierta forma, han aprendido su lección a “la mala”, mientras que los desarrollados han abusado de su estatus de país fuerte, y se han endeudado en exceso. ¿Dónde estamos parados hoy? A cierre de 2022, el endeudamiento sobre PIB gubernamental (sin tomar en cuenta paraestatales y otros rubros, solo gobierno federal) de Colombia era de 47%, el de México de 41%, el de Brasil de 82% y el de Chile de 38%; por otro lado, el endeudamiento de UK fue de 101%, Estados Unidos de 110% y Japón de 215%. El endeudamiento emergente ha permanecido relativamente estable, en promedio, los últimos 40 años (con algunas excepciones, como Brasil, lo cual ha sido bastante costoso para el país), mientras que los países desarrollados parece que han perdido el piso por completo.
Durante los últimos 40 años, la mayoría de los países emergentes parece que han logrado alcanzar a los países desarrollados en muchas métricas, tanto económicas, como sociales, mientras que el país desarrollado ha ralentizado su avance. Eso nos pone en una situación muy distinta a la de hace 40 años. Si, además, a esto se le suma que el país desarrollado ha empezado a retroceder en algunos rubros, como el endeudamiento, por ejemplo, no debería ser extraño que la convergencia que ha sucedido durante las últimas décadas se acelere aún más.
Dicho esto, necesitamos dejar de etiquetar al emergente como emergente y al desarrollado como desarrollado. Necesitamos nuevas etiquetas que reflejen mejor la realidad que nos ha tocado vivir. Cualquier cosa distinta a esta, sería seguir engañándonos con etiquetas y atributos que ya no corresponden a lo que es fácilmente observable: el mundo está cambiando, el mercado emergente está desarrollándose, y el mercado desarrollado está, en varios aspectos, involucionando.