La calidad crediticia en la época de la posverdad

A inicios de agosto Fitch, después de varias advertencias iniciadas en 2021, le bajó la calificación a Estados Unidos de AAA a AA+. Algunos comentaristas dijeron que “no era noticia” porque S&P ya lo había hecho en 2011.

Sin embargo, si bien es cierto que ya le habían bajado la calificación hace 12 años, era una sola calificadora de las tres más importantes, hoy ya son dos calificadoras las que tienen calificado a al país como AA+, por lo que, por convención de mercado, el AA+ es mayoría y dejó de ser un país AAA.

Las reacciones no se hicieron esperar. Janet Yellen, Secretaría del Tesoro, comentó indignada: “estoy totalmente en desacuerdo con la decisión de Fitch y creo que es totalmente injustificada. Su evaluación defectuosa se basa en datos obsoletos y no refleja las mejoras en una variedad de indicadores, incluidos los relacionados con la gobernanza, que hemos visto en los últimos dos años y medio”.

Por su parte, Warren Buffet, el gurú financiero, comentó que “hay cosas por las que las personas no deberían preocuparse, y esta es una de ellas”.

Si bien tiendo a estar parcialmente de acuerdo con ellos, también creo que solo están viendo un solo lado de la moneda. Como comenté en otros espacios, la calidad crediticia de un emisor (desde el gobierno de Estados Unidos hasta el emisor menos confiable) depende, grosso modo, de dos factores: primero, Su capacidad de pago; segundo, su voluntad de pago.

Si bien nadie puede discutir la capacidad de pago que posee del país (pueden imprimir dinero, son la moneda de reserva más importante, son la economía más grande y un largo etcétera), la voluntad de pago es la que genera algunas dudas, si bien pequeñas, pero dudas al fin. Dudas que no deberían existir cuando se habla de un emisor AAA.

¿Y de qué depende tal voluntad? La voluntad, como en casi todo emisor gubernamental, es meramente política. En el caso de Estados Unidos, el techo del endeudamiento es en donde se manifiesta y, contrario a lo que afirma Yellen, no hay avances para que dicha voluntad fluya en los últimos años, sino todo lo contrario.

Aquí es donde entra la posverdad. El diccionario Oxford lo define como “la información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita”. La posverdad se adueñó del ámbito político y las opiniones: lo que nos hacen sentir esas opiniones, hoy, pesan más que los hechos.

Si bien la posverdad ayuda a que la gente se identifique mejor con una personalidad o un político, no deja de ser la manifestación de un sesgo cognitivo importante: el sesgo de confirmación, es decir, darle más peso a los hechos y opiniones que respaldan nuestra visión del mundo, y desestimar a los que no se alinean con nuestra forma de pensar. Y esto, llevado al extremo, puede ser muy peligroso.

La baja de calificación de Estados Unidos no responde a otra cosa más que a un deterioro de sus métricas, y a una falta de voluntad política para arreglarlas, eso es un hecho cuantificable. Sin embargo incomoda, sobre todo, a la gente que depende de dicha calificación crediticia: gobierno e inversionistas. Entonces, ante esa verdad, preferimos la posverdad: “para mí, Estados Unidos es un país AAAA”, “no hay nada de qué preocuparse”, “Las calificadoras están mal, sino me crees, mira lo que pasó en 2008”.

Desestimar una calificación, mayormente cualitativa, se volvió en las últimas semanas un ejercicio más de posverdad que, además, se alimenta peligrosamente con la polarización política que está viviendo el mundo, y Estados Unidos, en los últimos años.

Si los hechos no importan, si lo único que importa es la opinión de los políticos y la creencia general, entonces la polarización seguirá creciendo y con ello el uso de herramientas de negociación y coerción, como es el techo de la deuda, mermando así la percepción que tiene el público inversionista sobre la voluntad del gobierno de pagar sus deudas, lo cual no debería suceder.

La política interna no debería ser una causa que ponga en duda el pago o no de una deuda. Poniendo un ejemplo burdo, es como avisarle al banco que este mes probablemente no le pague la mensualidad de mi hipoteca porque me pelee con mi esposa. Simplemente no tiene sentido.

Aunado a lo anterior, desestimar un riesgo importante bajo el pretexto de que “para mi Estados Unidos es un país AAAA” también es peligroso. Es otra cara de la posverdad que debemos evitar a toda costa. Aunque probablemente no se cristalice en el corto plazo, el riesgo político ha aumentado, y no hay un camino claro para el “desescalamiento”.

Vamos a tener que vivir con él en los siguientes años, y el techo del endeudamiento seguirá ahí, recordándonos que existe una pequeña probabilidad de que Estados Unidos no honre sus deudas porque las distintas facciones políticas tienen una agenda más importante que empujar (según ellos) antes de pagar sus deudas.

Recuerda, nuestras creencias importan, pero, si se desligan mucho de la realidad, los riesgos siempre encontrarán la forma de cristalizarse y, hoy por hoy, la falta de voluntad política es uno de los riesgos más importantes, creamos en él o no.


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Luis Gonzalí
  • Luis Gonzalí
  • [email protected]
  • CFA, Gestor del Fondo, VP y Co Director de Inversiones en Franklin Templeton México.
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