La primera gran concentración de la Cuarta Transformación en el Zócalo capitalino en el gobierno de Claudia Sheinbaum, fue un reflejo del momento político que vive Morena. No solo por la multitud que acudió al evento, sino por los mensajes que dejaron las omisiones y los gestos de su élite política.
Uno de los episodios más comentados fue el desaire que sufrió la presidenta Claudia Sheinbaum, cuando la cúpula morenista prefirió tomarse una foto con Andy López Beltrán antes que saludarla. Ahí estaban Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Manuel Velasco y María Luisa Alcalde, figuras clave del lopezobradorismo, pero no al lado de la mandataria, sino del hijo del ex presidente López Obrador.
A pesar de que se quiso justificar como un “descuido de protocolo”, la realidad es que en política los descuidos rara vez son inocentes. En la forma está el fondo, y este gesto dice más de lo que los involucrados quisieran itir a pesar de que pidieran disculpas públicas a través de sus redes sociales.
Sheinbaum intentó restarle importancia, como si fuera un tema menor. Pero en el ámbito del poder, donde cada imagen, cada saludo y cada omisión tienen peso, lo que ocurrió en el Zócalo es una muestra clara de la división interna en Morena y de cómo ciertas figuras parecen querer dejar en claro a quién le deben lealtad.
No es un simple error logístico. Es una falta de respeto, y más aún, una señal de que dentro de la 4T hay quienes ven en Andy López Beltrán una figura con influencia real, al nivel –o por encima– de la presidenta.
Si este es el trato que Sheinbaum recibe en los primeros meses de su gobierno, la pregunta es qué tanto margen de maniobra tendrá en los años por venir. Porque una cosa es el discurso de unidad y continuidad, y otra muy distinta la lucha por el poder que ya se libra dentro de su propio movimiento.
