A partir de marzo, una casa fresca en tiempo de sequía o canícula es un privilegio que sólo unos pocos podrán disfrutar en la frontera en Tamaulipas, donde los cárteles idearon un nuevo impuesto criminal.
Tres habitantes de esa región –dos en el municipio de Valle Hermoso y uno en Río Bravo– aron con MILENIO para revelar que los grupos criminales Los Ciclones y Los Metros, escisiones del cártel del Golfo, ya cobran a las familias por cada árbol que ensombrezca un hogar en esa calurosa zona de México.
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“Tengo claro cuándo pasó esto, porque fue un día después del cumpleaños de mi esposo: 27 de marzo. Llegaron unas personas que dijeron ser de ‘La Empresa’ (Los Ciclones) y nos dijeron que a partir de ya iban a cobrar por los árboles en las casas. Se metieron a la fuerza y me contaron cuatro, hasta uno chiquito que le hace sombra al perro cuando se tira encima de la tierra, ahí en el fresco”, se queja Graciela, cuyo nombre real ha sido modificado a petición suya.
¿Qué es 'el derecho de sombra'?
La mujer de 62 años llama a esa extorsión “el derecho de sombra”.
Antes de este año, la sombra era uno de los pocos placeres –gratuitos, simples– que conservaba en una tierra arrasada por el crimen organizado, la migración forzada y la pobreza: “tomar el fresco” en el pórtico de la casa de un piso que comparte con su esposo, Ignacio, de 70 años, es beber un vaso de agua fría bajo un frondoso encino que la refresca desde que era niña.
Ahora, ese gozo tiene precio: 100 pesos mensuales por disfrutar la sombra del árbol, le dijeron esos tres jóvenes veinteañeros de Los Ciclones en una mañana que el Servicio Meteorológico Nacional indicaba que en Valle Hermoso la temperatura alcanzaría los 34 grados.
Si Graciela no paga, deberá talarlo. Ni ella ni su esposo tienen la fuerza para hacerlo, y sus hijos viven desde hace varios años en Estados Unidos, así que, si incumplen con la extorsión, deberán apartar de sus ahorros para pagarle a uno de los muchachos del cártel para que derribe el encino y los otros tres árboles que están anotados en la libreta del jefe de plaza.
“Aquí no te perdonan que seas viejo. Todos pagamos. Otros vecinos pagan por la reparación de su casa, por tu carro, por los animales. Aquí no hay nada de eso del respeto a los viejos: no pagas, entonces te matan”, dice Ignacio, con su voz trémula, del otro lado de la línea telefónica, cerca de la ardiente frontera con Texas.
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