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  • Armando Colina: qué hay tras el prestigio de Arvil

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Armando Colina, cofundador y director de la Galería Arvil. (Foto: Jesús Quintanar)

El director de uno de los espacios más icónicos de la plástica mexicana recrea los momentos que han marcado una vida entregada a la cultura y al arte.

“Tiempos mejores, tiempos peores y sigo aquí”, repite Armando Colina, aludiendo a la letra de una canción del musical Follies que alcanzaría popularidad en la voz de Shirley Bassey. Y es que este 2025 festeja sus 90 años, al mismo tiempo que la Galería Arvil cumple 55. Fundada por él y Víctor Acuña, se distingue como una de las iniciativas culturales más importantes del país si consideramos sus aportaciones a la difusión del arte mexicano en el mundo. Arvil, acrónimo de Armando, Víctor, Libros, es la última estación de una historia protagonizada por un joven que a los 16 años descubrió la cultura y a eso dedicó el resto de su vida. “Se me volvió una manía, una adicción”, afirma Armando Colina, y cuenta que en su vida anterior había sido sastre. “Es un decir. Mi padre se asoció con un sastre, llevaba la parte financiera. Ante la urgencia de ganar un sueldo para mantenerme, me ofrecieron trabajar por comisión en la sastrería. Estaba en la calle de Hidalgo, en el centro de la ciudad. Seguido iba al Palacio de Bellas Artes y me hice amigo de la secretaria del . A través de ella, logré venderles los fracs para la orquesta sinfónica. Como solía regalarme boletos, la diversión para mí era asistir a conciertos y exposiciones”.

Poco después, para solventar sus gastos, Armando Colina tomó el turno de noche en la Librería Misrachi, fundada por Alberto Misrachi en 1933. “Ahí descubrí la cultura”, dice, “a través de los libros y la obra de arte expuesta para venderse. Fue un momento fantástico”.

Armando Colina destacó por ser un gran vendedor, tanto, que lo invitaron a hacerse cargo de la Galería Misrachi en la Zona Rosa, negocio de otro de los familiares de don Alberto. Ahí conoció a una canadiense, Anita Cohen, clienta de la galería. “Era elegante, muy simpática. Un día me dijo: ‘Armando, por qué no hacemos una librería’. Hipotequé la casa de mi mamá y abrimos Dalis, discos arte y libros, en la calle de Amberes. Fue un éxito, pues estaba bien ubicada y yo conocía a todo mundo en la comunidad, proveedores, artistas. En buena parte, se debió a mi personalidad”.

Finalmente, distintas circunstancias lo llevaron a crear su propia galería en sociedad con Víctor Acuña. “Hicimos buen equipo, una relación maravillosa que duró 63 años. Abrir la galería significó mucho trabajo. Compraba de todo, consultaba miles de catálogos, iba a ferias del libro, trabajé como loco. Víctor se burlaba porque me metía en unas broncas fenomenales. Decía: ‘Pagas para que te alquilen’. Toda mi vida ha girado alrededor del arte. Empecé a los 16 años y nunca he tenido que rogarle a nadie. Todo ha sido fruto de mi trabajo”.

Arvil se convirtió en un espacio para promover artistas y reunir a la comunidad intelectual. El momento fue propicio: la Zona Rosa, en la década de 1970, vivía su esplendor. “Tuvimos exposiciones extraordinarias. La primera de Feliciano Béjar. Luego, José García Ocejo, Carmen Parra y muchos más. Al mismo tiempo, la librería se complicaba por cuestiones de aduana. Luego abrió Gandhi, que vendía saldos. Algunas tiendas de departamento comenzaron a promover libros para jalar gente. Decidimos, para dolor mío, quitar los libros, pero en venganza comencé a producir los propios. Algunos con Francisco Toledo, otros con Carlos Mérida. Siempre he estado unido a los libros”.

Una muestra del trabajo editorial de Arvil es la exposición que se exhibe en estos días en el Museo del Estanquillo: Francisco Toledo: grabador de enigmas, que conmemora, por un lado, cinco años de la muerte del artista, y, por el otro, 55 de la galería. El recorrido incluye cinco carpetas creadas por Toledo entre 1970 y 1980: Toledo/ Sahagún, Chilam Balam, Augurios y abluciones, Guchachi y Nuevo catecismo para indios remisos. Asimismo, vemos sesenta piezas del maestro creadas en colaboración con Arvil gráfica, dos autorretratos y dos retratos de Armando Colina expuestos por primera vez y que marcan el inicio de una amistad de sesenta años, hasta que el pintor oaxaqueño falleciera.

“Toledo vino en 1966, cuando tenía Dalis”, recuerda Armando Colina. “Un día vi entrar a un hombre joven, bien parecido, de pelo largo y huaraches. Fue directamente a los libros de arte. Miró y se fue sin saludar. Días después un amigo mutuo, Roberto Donis, me trajo varias obras en papel. Me parecieron fascinantes, nunca había visto algo así, pero eran muy caras, 40 dólares. Pude comprar una. Más tarde volvió: ‘Dice mi amigo que te hace unos retratos a cambio de libros’. Negociamos. Me citó en una callecita atrás del cine Latino, en la Zona Rosa. En el cuarto de servicio de un edificio viejo estaba el de los huaraches. Fui de sorpresa en sorpresa porque entendí que él era el pintor. Además, pintaba en el piso, yo nunca había visto algo así. Me hizo tres retratos, pero uno de ellos no le gustó y lo rompió. Desde ahí le tomé respeto para siempre. Un hombre extraordinario. Francisco era único”.

Arvil se distinguió por sus propuestas audaces, ya fuera descubriendo artistas noveles o invitando a figuras del extranjero. “A quién se le ocurriría exponer a Alfons Mucha”, dice Armando Colina. “Era una obra costosa, un pintor complejo, pero nos dio una imagen. Lo mismo Erté, que causó sensación. Trajimos las gráficas originales y fue tal el éxito que decidió venir. Imagínate, el gran maestro del art déco en Arvil. Eran cosas extraordinarias que ninguna galería comercial habría hecho; resultaba muy arriesgado. Hicimos lo que nadie, porque el mercado no era el interés principal. Apostamos por lo extraordinario, lo novedoso, lo que aportaba algo. Y nos divertimos”.

Con ojo certero, Arvil logró hacerse de obra relevante, Rivera, Kahlo, Mérida, Goeritz, y dirigirla a colecciones privadas, así como a exposiciones dentro y fuera del país. “No teníamos alma de comerciantes, más bien de calidad, de lo único, lo que podría atraer a nuestros coleccionistas. No fue una galería de colgar y vender. Al principio hicimos de todo, tuvimos arte latinoamericano, norteamericano, hasta un Picasso, pero nos fuimos decantando hacia los mexicanos porque era una buena imagen para el país. He sido un patriota romántico”.

Armando Colina ha sido constante promotor del arte mexicano. (Foto: Jesús Quintanar)
Armando Colina ha sido constante promotor del arte mexicano. (Foto: Jesús Quintanar)

Destaca, en este sentido, la gestión realizada entre Arvil y las instituciones públicas para promover la cultura mexicana. Un ejemplo de cómo se involucraron con museos a nivel internacional sucedió hace cuarenta años cuando se presentó en la galería una señora alemana, Erika Billeter. Historiadora del arte, solicitaba ayuda para organizar “la más importante exposición de arte mexicano en Europa”. Así empezó Imagen de México, que recorrió varios países. Después de esta experiencia, Arvil fue invitada a participar en una muestra de Frida Kahlo. “Hace treinta años, era casi imposible armarla”, comenta Armando Colina, “entonces propuse hacer El mundo de Frida Kahlo”. Le siguió Europalia, un festival con gran diversidad de actividades culturales. En Esplendores de 30 siglos, una inmensa retrospectiva de arte mexicano que reunió cerca de cuatrocientos obras, la sala del Siglo XX abrió con un cuadro espectacular del Dr. Atl aportado por Arvil.

“En casi todos los museos importantes hemos sido necesarios porque o bien tenemos las obras o sabemos dónde están y, en general, los coleccionistas no le prestan a las instituciones, no confían en ellas. Claro, hubo momentos en que las instituciones públicas nos apoyaron. Por ejemplo, hicimos una exposición en Bellas Artes de toda la gráfica de Carlos Mérida, un trabajo complejo. Ellos mismos aportaron el catálogo que hoy es clave porque ahí se registran todas las obras. Nuestro interés siempre estuvo dirigido a la posibilidad de comprar obra y financiar nuestros proyectos. Eso nos dio libertad para hacer lo que ninguna galería comercial habría hecho”.

El ánimo de acoger a artistas emergentes también tuvo su momento entre las hazañas de Arvil. Fue el caso de una joven promesa, Enrique Guzmán. “Le tomamos un departamento, le dimos una mensualidad y un crédito en la Casa del Arte. Cuando presentamos su obra en una primera exposición, nuestros clientes y amigos pensaron que estábamos locos, que era una obra suicida, fría, agresiva, pero nosotros creíamos en él. Hoy resulta que es un parteaguas, porque en esa época la moda era la escuela de Nueva York y él surgió con un realismo onírico que no se conocía en ese momento”.

Con Carlos Mérida fue distinto. Lo acogieron siendo ya un artista respetado. “Sucedió cuando llegaron las cajueleras”, recuerda Armando Colina, “las que traen a vender obras en la cajuela del auto. Ofrecían pinturas de Mérida. Me escandalicé. Afortunadamente conocía a su hija, Ana. Le llamé y quedó de traerme a su padre. Un día llegaron a la galería y comenzamos a trabajar. Le propusimos hacer un álbum para Arvil gráfica. El resultado fue Un canto al libro sagrado, una nueva versión del Popol Vuh que había hecho cuarenta años atrás”.

Cuando Armando y Víctor quisieron conocer el archivo de Carlos Mérida, este se negó tres veces. “¿Por qué, maestro?”, le preguntaron. “No voy a autopromoverme como Cuevas”, respondió. Finalmente, les dio . “Estaba en cajas de cartón con mecates”, refiere Armando Colina. “Ordenar aquel desastre nos tomó dos años. Logré un archivo importante de su vida artística. Ahí encontramos una autobiografía que no estaba publicada, cartas de Orozco. Hay que decirlo, las exposiciones más importantes de Mérida las hicimos nosotros. Se organizó, a petición mía, un homenaje nacional en Bellas Artes y una muestra en el Museo Nacional de Arte, donde ahora se resguarda el archivo. También doné 75 placas de cobre y metal de los siglos XVIII y XIX encontradas en capillas de Puebla y Tlaxcala al Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Son las que intervino Toledo y conforman el Nuevo catecismo para indios remisos, única ficción de Carlos Monsiváis”.

Esto y más se suma a las acciones de Arvil en favor del arte y sus artistas. Entre otros proyectos sustantivos destacan la exposición con la que se inauguró la nueva embajada de México en Washington; la muestra México 1900-1950: Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco y las vanguardias, en el Dallas Museum of Art. En su momento, Arvil impulsó la reapertura de la Sala de Arte Público Siqueiros; patrocinó el circuito Toledo/ Borges: zoología fantástica, colección que se mostró en 52 países. Armando Colina y Víctor Acuña encabezaron el patronato del Museo del Estanquillo y respaldaron a editoriales como ERA y Artes de México. En suma, Arvil ha sido una galería de excepción en el sentido de la apuesta por iniciativas que enriquecieron la vida cultural del país y la difusión del arte mexicano. No en balde mereció, entre otros reconocimientos, un homenaje a su labor por parte de la UNAM y la Medalla Bellas Artes.

“Fui amigo de Lola Olmedo”, concluye Armando Colina. “Con gran generosidad, me confió sus colecciones. Viajé con ellas alrededor del mundo. Cuando hizo su museo le regalamos el boceto de El matemático, de Diego Rivera, una pintura cubista fundamental. Ahora que han decidido traer el museo a Chapultepec (una idea afortunada porque habrá mucho más público), quiero donarles una libreta de apuntes de cuando Rivera fue a Tehuantepec. De ahí salieron cuadros importantes y será muy útil para el nuevo museo”.

El proyecto más reciente de Armando Colina es un libro conmemorativo por los 55 años de la Galería Arvil con cien testimonios de amigos. “Estoy documentando lo que ha sido Arvil, un currículum ilustrado con alrededor de mil entradas. Si me da la vida terminaré una autobiografía con experiencias que no se conocen. Siempre estoy cavilando algo”.

Con 90 años recién cumplidos, este “obrero de la cultura” no se ha detenido. “No, porque creo en ello”, dice. “Después de la muerte de Víctor tuve que reinventarme. Me di cuenta que tenía cierto prestigio, nexos, amigos, y ahora ayudo a otros artistas. A mí me dieron, quiero dar”.

AQ

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