Cultura

De fieras contra símbolos

Bichos y parientes

Ante la tendencia mundial de convertir los poderes judiciales en servidumbre para el ejecutivo hay algo más oscuro que una tendencia política.

La autoridad se va cayendo a pedazos porque tiene un defecto constituyente: sólo se sostiene por los símbolos. Y los símbolos están a la baja.

Samuel Kimzey, en The American Mind (órgano del Claremont Center), quiere ver a Trump dar un manotazo sobre la mesa: “pasos firmes, como el incumplimiento por parte del ejecutivo de órdenes judiciales de dudosa autoridad constitucional, son absolutamente necesarios para reafirmar la independencia del Ejecutivo y frenar el avance expansivo de la tiranía judicial”.

Carmen Villoro, escritora. (UdG) arrow-circle-right

El jurista noruego Hans Petter Graver, frente a los casos de Hungría y Polonia, escribe un artículo para precaver a los jueces estadunidenses: están frente a un dilema que vimos en Alemania, en los años treinta del siglo pasado, y ustedes, quienes conforman el poder judicial, son la última barrera. Los confronta con el choque de poderes que busca el Ejecutivo y el Judicial no podrá evitar. Entre las perlas, lo dicho por el vicepresidente J.D. Vance en su cuenta de X: “a los jueces no les está permitido controlar el legítimo poder del Ejecutivo”.

Ese uso, que tergiversa el uso de nociones como “legítimo”, “mayoritario”, que estira facciosamente una victoria electoral para convertirla en voz del pueblo o voluntad general, es una apuesta ciega por algo peor que la barbarie: la bestialidad. El bárbaro ignora los signos de civilización, pero las fieras no viven según los símbolos. Y ahí vive el miedo.

Por todo el mundo y, escandalosamente en el mundo que llamamos occidental, que se precia de haber inventado la limitación y la división del poder, los poderes judiciales están presionados, si no destruidos, por parte de gobiernos que solamente entienden la acumulación de poder y su aclamación. Y, en un entorno de ferocidad, el Judicial es, con mucho, el componente más débil de los tres poderes.

El caso es que una búsqueda en Google arroja miles de entradas, variopintas, como suele, y principalmente de fuentes estadunidenses, pero también polacas, israelíes, checas y, por allá, un puñado de latinoamericanas. La empresa Verisk Maplecroft veía, en 2021, 45 países en los que la separación de poderes estaba en riesgo. Riesgo, no de plano anulada, como en Cuba, Nicaragua, Venezuela o Corea del Norte y quizá pronto en México.

Los juristas y politólogos dirán lo suyo, pero ante la tendencia mundial de convertir los poderes judiciales en servidumbre para el ejecutivo hay algo más oscuro que una tendencia política. Y no se trata de una ideología, como los revolucionarios a la violeta, los buenismos de izquierda o los pacifismos floridos de los años setenta. Es una temperatura generalizada, sin un cuerpo teórico, pero contagiosa como la peste. Pareciera que la ciudadanía mundial hubiera retrocedido décadas. Israel, un país con alto nivel educativo, logró frenar la deturpación del poder judicial que intentó Netanyahu en 2023.

Y es que el judicial es distinto. Es un poder que depende de la decencia. No tiene dientes ni esbirros. Su poder es simbólico. Frente a los seres ferales, no puede nada. No puede castigar. Vale si, y sólo si, los otros dos poderes deciden respetar la autoridad. Y hay una diferencia real. Poder tiene un sujeto con una pistola: hay que obedecer. La autoridad, en cambio, se puede ejemplificar con el diccionario: seguirlo porque uno reconoce su valor, pero el pobre diccionario no puede nada contra quien decida ignorarlo. El poder judicial sólo cuenta con los símbolos y la ciudadanía capaz de regirse por ellos.

En una era de separación entre Iglesia y Estado, y desde la Antigua Roma, los jueces sobrellevan lo que aún puede quedar de la función sagrada en una República, y por eso son el único componente republicano que viste ropas ceremoniales.

Thomas Hobbes creía firmemente en el poder absoluto del rey (que uno solo mande) y hallaba que, para gobernar y legislar, dicho rey debía estar en “estado de naturaleza”; esto es: en un estado previo al de quien participa en el contrato social y se rige por las leyes. Estar en el estado de naturaleza es, pues, ser como las fieras, que tienen poder, pero no reconocen autoridad más allá de sus fuerzas.

El asunto no es cosa de que unos cuantos matones se hayan impuesto y sometido a los demás. Las sociedades mismas los buscan, los votan, quieren que gobiernen, y gobiernen ferozmente, sin esos estorbos que dividen el poder y lo limitan. Quieren fieras. Piensan en leones, pero eligen hienas; en águilas y acaban cebando buitres.

AQ

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