Cultura
  • Elena Poniatowska: la escritura como destino

  • Homenaje

Elena Poniatowska Amor: “Soy amor, está en mi apellido, mi mami me une a México”. (EFE)

La autora de ‘La noche de Tlatelolco’ cumplirá 93 años el próximo 19 de mayo. Aquí, una celebración de su vida, de su literatura y del periodismo que para ella “es un compromiso con las causas nobles”.

Me contó con entusiasmo: “Su curiosidad me informa. Sus preguntas son incisivas, recordé mil cosas ¡tan lejanas! Al hablar con ella le di otra dimensión a los hechos. Incluso resignifiqué acontecimientos perdidos en mi memoria. Su interés ¡tan genuino!, hace fluir mis recuerdos. Es alegre, de conversación ligera, muy sonriente, simpática, nos reímos mucho. Me sentí confiado, a gusto”. Así me relató Adolfo Sánchez Vázquez uno de sus encuentros con Elena Poniatowska. Ella lo entrevistó mientras escribía Tinísima, conversaron sobre la Guerra Civil Española.

En ese tiempo yo era alumna de la licenciatura en Filosofía, Sánchez Vázquez, mi profesor de Estética. Había leído en la preparatoria, como tantos jóvenes, La noche de Tlatelolco, a veinte años de su publicación el libro y Elena ya eran leyenda. Ese coro de voces me enseñó a sentir indignación y la importancia de tener una postura política. Años antes, Querido Diego, te abraza Quiela, fue una sacudida brutal, una montaña rusa de emociones y sentimientos. Con catorce años, al leer la última página pensé: “amaré tanto como Quiela pero nunca a un hombre como Diego Rivera”.

Elena Poniatowska era una heroína para jóvenes como yo, lectoras de la revista FEM. Ni en mis sueños imaginé acompañarla un día a marchas, revisar juntas algunos de sus libros o verla dedicar cientos de ejemplares de sus obras a multitud de lectores. Los atiende con cariño, se esmera, les dibuja flores, los escucha atenta ¡ellos la aman! No les importa esperar horas para gozar de ese instante cuando los mira con cariño, les sonríe, se toma fotografías con ellos, mientras le cuentan de su familia, de sus amores, le comparten opiniones políticas o cuánto les gustó La vendedora de nubes o Lilus Kikus. Mientras desfilan decenas de chicas, muchachos, niños, hombres, señoras, gente de todo tipo, de todas las condiciones sociales y económicas, ella nunca muestra el menor asomo de cansancio, siempre está alegre, con una sonrisa eterna. Cuando le llegué a preguntar ¿quieres descansar?, ¿les digo que ya no seguirás firmando?, me decía firme: “No, estoy bien. El amor se recibe y se honra”.

La sonrisa

“Usted encontrará en ella el conflicto

que tiene en su propio corazón.

Es como un choque entre deseos y necesidades;

el deseo de pureza y la necesidad de saber”.

Lilus Kikus, Elena Poniatowska

José Joaquín Blanco en “La sonrisa de Elena Poniatowska” pinta no solo el rostro de la escritora, también su estilo: “Sonríe con una arruga severa de labios, una verdadera sonrisa del alma, austera, seca pero florecida”. Elena cuando escribe no inventa, ni cuando hace ficción, su imaginación borda fino para dar un testimonio lo más fiel posible de qué ve y escucha, escucha, hizo de escuchar con atención un oficio. Su vida y obra están unidas de un modo íntimo, indisoluble, no hay fronteras entre lo cotidiano, personal, público o político. Para ella cada individuo es persona, país, cultura, un todo indivisible. Sin proponérselo, concuerda con Aristóteles: los seres humanos somos animales políticos, y con el feminismo: lo personal es político. Su mirada, su oído, lo atraviesan todo, la güerita feliz y traviesa, como más de uno de sus contemporáneos la llamó, tiene una honestidad fiera, dice las cosas sin ambages, al punto de parecer inocente. Quienes quieren salir bien librados de su agudeza, confunden ese sentido crítico con inocencia, al modo del dicho mexicano: “Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”.

Un día me atreví y le expresé: “Eres muy valiente”. Ella un tanto molesta respondió: “No soy valiente, solo describo los hechos, no se te olvide que soy periodista”. Le importan los conflictos, los puntos de quiebre en la vida de cualquier ser humano, tanto como los grandes movimientos sociales. Da cuenta de la vida política, social, a partir de qué y cómo sienten las personas. No habla de problemas de masas, describe el sufrimiento de seres con nombre y apellido. Para ella cada historia de vida es irrepetible, por eso cuenta. Es implacable, incisiva, para algunos incluso insolente. Su perspicacia sirve a un propósito, sin piedad pone el dedo en la llaga y lo sabe, lo hace porque confía: si duele dejamos de ser indiferentes, tomamos conciencia, ese es el principio de la acción.

Así arrancan sus reportajes reunidos en Fuerte es el silencio:

“‘Pues póngale nomás Juan’ como si con dar su nombre temieran molestar, ocupar un sitio en el espacio y en el tiempo que no les corresponde, ‘nomás Juan’. Al principio, cuando les preguntaba: ‘Cómo se llama usted’ venía el sobresalto: ‘¿Quién?’ ‘Usted.’ ‘¿Yo?’ ‘Sí, usted.’ ‘Pues póngale nomás Juan, o lo que quiera, Ciro me llamo pero puedo responder a otro nombre, al que usted mande, cualquiera es bueno’. Me di cuenta que su ‘¿quién?’ equivale a ‘nadie’. ‘Quién anda allí?’ ‘Nadie’ contesta la multitud. Todo regresa al silencio y todos lo nutrimos porque los que responden preguntando: ‘¿Quién?’ nunca han tenido derecho a nada, ni siquiera a que se les designe con un nombre, toda su vida ha sido un largo y continuo soportar que se les haga a un lado.”

Cada entrevista, crónica, cuento, novela y poema nacen de una experiencia de vida, del compromiso con lo más importante para ella: el amor. Me dice con una sonrisa pícara: “soy amor, está en mi apellido, mi mami me une a México”. Cuenta historias, cuando construye personajes, relata sucesos o se embelesa para crear poesía lo hace desde el amor. Con ese amor toma las palabras para describir el dolor, la alegría, hilvana la complejidad desde la iración y el asombro, como un orfebre. Interactúa con sus personajes, ficticios y reales, se involucra con ellos, comparte sus experiencias de vida, no se limita a ser testigo, mera espectadora, ella es coprotagonista, con Jesusa Palancares exclama al unísono Hasta no verte Jesús mío; hace suyo el espíritu de Las siete cabritas; sigue los pasos de Las soldaderas, nos enseña porque Fuerte es el silencio y con firmeza exhorta No den las gracias.

El amor por México, por la familia, por la vida

“Muchas veces las gentes lloran porque

encuentran las cosas demasiado bellas.

Lo que les hace llorar, no es el deseo de poseerlas,

si no esa profunda melancolía que sentimos

por lo que no es, por todo lo que no alcanza su plenitud.”

Lilus Kikus, Elena Poniatowska

En 2014, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, después de comer, acompañé a Elena Poniatowska a su habitación de hotel. Con orgullo, como quien comete una travesura, sacó de un buró y me enseñó un puñado de gafetes para participantes en la feria: “se los he pedido a todos mis amigos que se van, los estoy guardando para los padres de los estudiantes de Ayotzinapa. Los invité hablar el día de la presentación de mi libro El Universo o nada”. Aquel día hubo un mitin político en la FIL, su deseo de visibilizar, de dar voz, está detrás de cada una de sus acciones. Nace como escritora en el compromiso con el periodismo, disuelve hablar en primera persona para compartir, comprender y ser capaz de dar voz. Más de una vez repite como proclama: “El compromiso del periodista es con las causas nobles”, “El periodismo es una lección de modestia y humildad”. Le conmueve hondo el sufrimiento, nos acerca al doliente con ternura, sabe cómo despertar en sus lectores esa emoción, nos presenta la vulnerabilidad descarnada, al verla queremos ser suaves, delicados, tener calidez para brindar apoyo, apreciar, ser como ella: solidarios.

En sus libros Elena Poniatowska dibuja el gusto por la vida, desde ahí crea un contra punto, para hacer aún más evidente la tragedia. Parte de la alegría, incluso de la euforia, para develar paradojas, denunciar contradicciones, mostrar con crudeza, sin tapujos: abuso, violencia, atropello, dolor, en el mejor de los casos, insensibilidad. Nos conduce a asomarnos al abismo, pero no nos desalienta, ¡nos conmueve! para dejarnos sin salida, después de leerla no hay forma de ser neutrales.

La noche de Tlatelolco es uno de los clímax de esa forma de alzar la voz sin gritar, arranca así: “Son muchos, vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con la que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro, estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en dónde el centro del tiro al blanco lo serán ellos…”. No para, en esa línea nos entregó El tren pasa primero, Amanecer en el Zócalo o La herida de Paulina: crónica del embarazo de una niña violada.

Para Carlos Monsiváis “Entre los rasgos inevitables de la obra de Elena Poniatowska (novelas, cuentos, reportajes, crónica) se halla su pasión épica, por los seres en verdad singulares que se revelan a la luz de las tragedias, batallas políticas, desgracias naturales, rupturas amorosas, olvidos y egoísmos gubernamentales y sociales. Lo que se escapa de la norma le interesa”. Más de una vez, como a Santa Rita de Casia, la llaman: abogada de las causas perdidas.

Pero para Elena Poniatowska México no es solo dolores, injusticia y carencias, también es algarabía de artistas, sentido del humor, ocurrencias, fiesta, desafío, exuberancia, con Palabras cruzadas, De ida y vuelta y Todo México nos lleva de la mano para saber de nosotros a través de Cantinflas, Rufino Tamayo, María Conesa, Fernando Braudel, José Revueltas, Benita Galeana o El Santo entre tantos y tantos más.

El amor de Elena Poniatowska concilia, ha sido su motor para conocer, investiga, indaga, quiere entender a su país, a las personas, a sus amigos, a su familia. Habla con orgullo de sus hijos y nietos. Su trayectoria, todos los frentes a atender, no la alejaron del eje de su vida: su familia. Al recibir El Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes en 2013 puso al centro a sus nietos, en todas las fotografías están al frente, la rodean, departen con los reyes de España, opinan. Es periodista, escritora, madre, abuela, amiga, todo con la misma intensidad. El amor le da sentido a su vida.

La solidaridad

“La inquieta por las noches un mar negro,

casi malvado, y piensa en el viento

que lo castiga sin cesar”.

Lilus Kikus, Elena Poniatowska

En una charla reciente, muy difundida en redes sociales, Elena Poniatowska nos invita: “Vayan a las cárceles, hablen con los presos, escuchen a personas completamente distintas a ustedes, saber de otros transforma”. Marcha en manifestaciones con estudiantes, obreros, campesinos, médicos, damnificados, no solo para hacer su trabajo, ante todo para sumarse. Cuando leemos sus crónicas experimentamos el gozo de ser parte, en esa alegría ganamos fuerza para enfrentar las inclemencias. Elena Poniatowska se forjó a sí misma lejos de la idea del intelectual, incluso del famoso intelectual orgánico de Antonio Gramsci. No le interesa participar en la organización, no crea teorías, ni hace análisis sesudos de las causas. Se suma a las protestas, denuncia, se solidariza en los momentos de desgracia, alguna vez contó:

“El 19 de septiembre, después de aquella sacudida, empezamos a buscar medicinas, alimentos, colchones, a cargar cubetas con cascajo para liberar a los que se habían quedado atrapados. Recuerdo mucho a los chavos banda, cuando me veían con la cubeta de pedruscos en la mano me decían: ‘A ver abuelita, déjeme que yo lo haga’. Mi primer impulso fue ayudar a las víctimas como fuera, aunque sea haciendo tortas para los brigadistas. Entonces recibí llamadas de Carlos Monsiváis y Julio Scherer, me dijeron ‘deja de buscar colchones y ponte a escribir’. Fui muy obediente y así lo hice. Esos días fueron terribles, porque trabajé como si estuviera en un campo de guerra. Iba a los lugares por la mañana y por la noche escribía para luego enviarlo a los periódicos”.

Durante meses se dedicó a hacer decenas de crónicas y compilar testimonios, luego los reuniría en Nada, nadie. Las voces del temblor. Esa no fue la única ocasión para proceder así, también lo hizo con el EZLN, en Amanecer en el Zócalo, los 50 días que confrontaron a México. Decenas de artículos, crónicas y entrevistas publicados en México y el extranjero se gestaron en esa solidaridad.

La escritura

Elena Poniatowska llama a su amor por la escritura: oficio. Parece una redundancia pero en su caso no lo es, es escritora porque escribe, no se ve a sí misma como artista, pero sin duda ¡lo es! Escribe todos los días, le gusta pensar: “ejerzo un oficio”. Con su eterna y amplia sonrisa, afirma: “No tengo textos inéditos, todo tiene una finalidad, escribo sin parar desde 1953, trabajo como un carpintero, como un zapatero. Escribo por las mañanas, tengo esa disciplina”.

Ha contado varias veces cómo comenzó a escribir: “Fue en un colegio de monjas, niña, ahí hice mis primeros textos, después Magdalena Castillo, mi Nana, fue una gran maestra. Me contó muchas historias, saber cómo era su vida y la de otros, me permitió ver la diferencia entre mi privilegio y las carencias de los demás. En ese tiempo, en mi infancia, en la Ciudad de México se caminaba mucho en la calle, vivíamos en la colonia Juárez, hacíamos todo a pie, la convivencia con Magda, con el panadero, la lavandera, fue desarrollando en mí un sentido de pertenencia. Lo diferente me causó fascinación, por ejemplo, la forma de hablar de Jesusa, ella decía que los locos, los insensatos, hablaban puras distancias, su forma de expresarse me encantaba”.

Sergio Pitol la describió con acierto: “…ha convertido la entrevista en un género mayor, que ha logrado un estilo perfectamente individual, que es una novelista dotada y una conferencista que reúne públicos multitudinarios y, para decirlo pronto, que es uno de los mejores escritores de México. Hablar también de su valentía, del uso certero que ha hecho de la palabra para defender a quienes carecen de ella; destacar, sobre sus diversas dotes, ese grano de dinamita disimulado bajo su sonrisa eterna y su nariz fruncida, capaz de hacer añicos la grosería, la crueldad y la arrogancia con que suelen cubrirse los triunfadores de este mundo (…) creo haberme quedado corto.”

En La Flor de Liz, Elena Poniatowska nos da algunas pistas de cómo se configura el español como su lengua de escritora, entendemos por qué la elige. Sus libros de cuentos son la prueba contundente de una voz narrativa poderosa, única: De noche vienes, Tlapalería y Hojas de papel volando, impactan por su compromiso con la oralidad, el habla coloquial, la riqueza de expresiones populares. Poniatowska usó su origen, educación, entorno social, para captar la diversidad cultural, sus personajes, la mayoría mujeres, despliegan el sentir no solo de México, de lo humano.

Con esa chispa tan suya comparte: “De joven solo me lanzaba a decir cosas, ahora trato de tener pudor. La lectura me ayudó, leer en varios idiomas fue muy útil, desde niña hablé inglés, francés y después español. Amé la biblioteca de Alfonso Reyes, él era muy accesible, me permitía escudriñar en todos sus libros”.

Elena Poniatowska no se formó en las aulas universitarias, fue en la entrega al trabajo de todos los días donde conquistó innumerables reconocimientos, doctorados honoris causa de prestigiadas universidades y premios literarios en México y el mundo.

Los años por venir

Elena Poniatowska cumple 93 años. La Poni, como le dicen con cariño sus lectores, cuenta con gusto: “Me siento muy contenta de saber cómo cada vez más niños van a la escuela. La Universidad Autónoma de México y otras universidades siguen creciendo y le dan más a México, mi sueño es que todos nos vayamos a la cama habiendo comido más o menos lo mismo”. Ella es ejemplo, su trabajo, irrefutable, le da reconocimiento, pero su mayor fuerza está en cuánto la ama la gente. En todas partes la abrazan, le expresan cariño, sus palabras, como su sonrisa, ya son eternas. Despierta conciencias. Celebramos su vida cómo ella celebra la nuestra: la vida de México.

AQ

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