Cultura

Enrique Bátiz, un director entre el genio y la tormenta

Tras la muerte del músico, recuperamos una conversación con el célebre director de orquesta mexicano, donde habló de su legado, su retiro forzado, las acusaciones que marcaron su declive público y su batalla contra el Parkinson.

“No estoy muerto. Sigo vivo”. Así comenzaba la entrevista que Enrique Bátiz concedió a MILENIO en 2020, cuando la enfermedad de Parkinson lo mantenía lejos de los escenarios y del ojo público. En esa conversación —una de las últimas que ofreció con amplitud—, el director de orquesta nacido en 1942 hablaba con ironía, pero también con una claridad que contrastaba con la opacidad que había rodeado sus últimos años de carrera. Hoy, tras su fallecimiento, sus palabras resuenan con una nueva carga.

Bátiz fue, durante décadas, una figura clave en el panorama sinfónico mexicano. Fundador y director emblemático de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM), su carrera estuvo marcada por el virtuosismo, la exigencia implacable y una personalidad tan irada como temida. Grabó más de 145 discos y condujo a más de 500 orquestas en el mundo, pero el cierre de su trayectoria se vio ensombrecido por denuncias y escándalos que sacudieron su reputación.

En la entrevista, el músico anunciaba la escritura de sus memorias. “Detallaré lo que verdaderamente ha sido mi vida y mi aportación a la música mexicana y al resto del mundo clásico”, decía, mientras compartía archivos, fotografías y recortes que daban cuenta de sus cinco décadas de carrera.

El retiro y las sombras

En 2018, luego de 47 años al frente de la OSEM, Bátiz fue apartado de su cargo. El diagnóstico de Parkinson, anunciado por él mismo en 2016, fue la razón oficial. Pero su salida coincidió con acusaciones por maltrato hacia músicos —presentadas ante la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México— y, días después, con una denuncia pública de la violinista suiza Silvia Crastan, quien lo acusó de violación en un hotel de Zúrich en 1996. La denuncia no llegó a instancias judiciales. Crastan zanjó el caso poco después.

“La disciplina y el amor a la música continúan siendo un aliciente”, dijo Bátiz en aquella conversación. A pesar de los reveses, insistía en su inocencia, acusaba a los medios de linchamiento y prometía limpiar su nombre con pruebas. “No hay una sola mujer en el mundo que me acuse”, aseguró.

Entre anécdotas y ajustes de cuentas, Bátiz evocó con orgullo sus años de formación y sus largas jornadas de estudio musical en Toluca, donde pasaba los días entre partituras y recuerdos. “Durante mis cincuenta años de trayectoria luché contra la mediocridad y el confort. La música clásica demanda una interpretación justa y correcta”, dijo.

Sus enemigos, pensaba, no eran las personas sino lo que representaban: “Mis enemigos son algunos músicos que no conocen el respeto absoluto hacia Euterpe, la diosa del Olimpo que otorga el talento musical a pocos, no a todos”.

El Enrique Bátiz que habló en esa entrevista no era un hombre vencido. Era un hombre rodeado de silencios —de los escenarios, de la opinión pública—, pero convencido de que aún tenía algo que decir. Con su característico tono hiperbólico, hablaba de política, de López Obrador, de la orfandad de la cultura en México, y del histórico concierto que dirigió durante la campaña presidencial de Luis Donaldo Colosio.

Sus memorias, si llegaron a concluirse, tal vez arrojen más luz sobre un personaje cuya figura fue siempre objeto de pasiones cruzadas. Para muchos, fue un revolucionario de la batuta; para otros, un déspota en el podio.

ÁSS

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