Las películas de Pedro Almodóvar son un contraste entre el humor involuntario, el absurdo y a veces, cuando se trata de un drama, entra el toque trágico. Le gustan los hospitales, la enfermedad es su recurso de las situaciones límite. Ha filmado diferentes versiones de hospitales, enfermedades y pacientes, en la última hospitalización cinematográfica, ingresa a Tilda Swinton con un cáncer terminal. La narración de La habitación de al lado es entre dos amigas: Tilda y una escritora que encarna Julianne Moore.
La historia avanza y a pesar de que los personajes hablan, no hay diálogo, y tampoco conflicto. La primera parte es el largo monólogo de Tilda sobre su enfermedad y su vida, porque las amigas no se ven desde hace años. Julianne hace caras y reacciones tipo “ah, no me digas, “Uy, qué mal”, etcétera. El guión es extraño porque los personajes carecen de vocabulario, hablan con la corrección del instructivo de la lavadora. Lo que permite que el personaje exista es su forma de hablar, una escritora debería hablar diferente que una corresponsal de guerra, cada una tiene su estilo. Aquí no sucede.
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La enferma está desahuciada y decide ir a morir a una casa lejos del hospital, ahí planea suicidarse. Le pide a su amiga que la acompañe. Esta sencilla anécdota que podría ser más emotiva, en cambio da pie a largos monólogos y momentos deshilvanados, que no van a ningún lado. Esto sucede porque no hay un antagonista, no hay un intercambio de fuerzas, la enfermedad no es antagonista, ni siquiera se siente dentro de la película, la platican, pero no la vemos, la reacción más recurrente es el cansancio de la enferma.
Sin un antagonista es imposible desatar la acción y por eso la película son explicaciones y monólogos sobre el pasado, entonces resulta monótona y pretenciosa. Depositar toda la película en los diálogos entre dos personajes se logra si el guionista es Shakespeare, no Almodóvar. Existen más personajes pero se podrían omitir, ninguno aporta algo para que la historia adquiera tensión, para que exista un conflicto, solo ilustran los monólogos.
Los últimos días de un enfermo terminal podrían generar escenas interesantes. Aquí todo es un informe o un memorándum porque no hay una relación de amor u odio entre la enferma y los personajes. Su hija, su examante, su amiga es de educada indiferencia, hay más intensidad entre los pasajeros del metro. A pesar de que los recuerdos pretenden ser “extraordinarios”, es una vida sin sentimientos. ¿Cuál es el interés en inventarla, narrarla o mirarla? Ninguno.
Estéticamente es muy Almodóvar: mucho rojo, buenas decoraciones y ropa sensacional. La música de Alberto Iglesias es excelente. La casa que eligen para los últimos instantes es deprimente, con la puerta metálica parece un refrigerador. Almodóvar es un autor muy autorreferencial, explota sus trucos y obsesiones hasta volverse predecible. En esta película están metidas varias de sus películas, la diferencia es que aquí se puso solemne y tedioso, no hay razón para ver el final de la historia.
ÁSS