Lenguaje | Por Alberto Blanco

Meditaciones

Con las traducciones del autor de esta serie, este año Amherst College publicará una edición bilingüe de Emily Dickinson precedidas de un ensayo y sus poemas de ‘Amherst Suite’.

La capacidad de simbolización

es un rasgo esencial del lenguaje;

pero la habilidad de representarnos

a nosotros mismos mediante las palabras

dista mucho de ser cosa probada y evidente

o un resultado automático de la evolución.


Esta conciencia de ser nosotros

quienes somos, ha sido gradual,

alcanzando su culminación

en el Siglo de las Luces con Descartes:


“Y notando que esta verdad:

yo pienso, por lo tanto soy,

era tan firme y cierta…

juzgué que podía itirla,

sin escrúpulo alguno,

como el primer principio de la filosofía…”


Dos siglos de yo es nada si se piensa

en los cuatro millones de años

que con parsimonia nos preceden…


Pero el apego que el yo ha suscitado

al unísono con el reinado absolutista

del habla, el lenguaje y la escritura,

no tiene parangón en la naturaleza.

Y no me parece exagerado a estas alturas

hablar más bien de una auténtica tiranía

que no de una monarquía absoluta.


Los seres humanos vivimos hablando

con los demás pero, sobre todo,

día y noche con nosotros mismos.


Un río de palabras que no cesa

y que se dedica a construir historias

de todo género y toda clase,

sobre todo acerca de nuestra vida.


Estamos tan acostumbrados

a este interminable río de palabras

que la mayor parte del tiempo

ni siquiera nos damos cuenta de que existe.


Pero ahí está: hablando sin cesar…

un perico formidable en cada mente.


Y el perico lo único que quiere

es hablar y hablar y hablar…


Hablar sin pausa y sin sosiego

y mantener concentrada la atención

en su discurso, por absurdo,

coherente o deshilachado que este sea.


¿Cómo prestar atención a los acuerdos,

a la belleza, al misterio del cosmos,

a la real existencia de los demás,

si el perico no deja de hablar?


AQ

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