La expectativa terminó la noche del 8 de mayo cuando seis mujeres jóvenes con atuendo a go-gó salieron al escenario del Palacio de Bellas Artes. Tristes y serias, cambiaron la actitud cuando se abrió el telón y apareció la orgía del Duque de Mantua (Arturo Chacón) y su terrible corte, con un Rigoletto (Alfredo Daza) que fue el dueño de la situación a pesar de ser el bufón de ese noble libertino. Y así estuvo hasta que le cayó la maldición del conde de Monterone.
De esta forma arrancó Rigoletto, la ópera clásica de Giuseppe Verdi bajo la dirección escénica de Enrique Singer, quien la ubicó en los años 60 del siglo XX en México con el objetivo de hablar de temas graves y vigentes que toca la maravillosa y triste historia de Victor Hugo (El rey se divierte, 1832) que el músico italiano llevó a la inmortalidad con su grandiosa música.
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Una triste historia que deja de manifiesto que el poder, muchas veces todavía, aplasta al pobre, a la persona con discapacidad y a la mujer. Sin embargo, hay que hablar de estos temas, dijo la soprano Leticia de Altamirano a MILENIO hace apenas unos días.
La adaptación gustó a unos, a otros no, pero todos sin excepción disfrutaron de las grandes voces y actuaciones de la compañía, en la que claro, el barítono Daza (Rigoletto), De Altamirano (Gilda) y el tenor Chacón se llevaron las ovaciones y este último el reconocimiento del público que le pidió el bis cuando cantó “La donna e mobile” al inicio del tercer acto.
Chacón logró así lo que pocos cantantes de ópera en el escenario más importante de México, y se unió a una lista selecta que data de los años 30 y en la que se encuentran cantantes como Giuseppe Di Stefano, Giulietta Simionato, Robert Merrill, Rosa Rimoch, Plácido Domingo, David y Alfredo Portilla, Ramón Vargas, Rosendo Flores, Javier Camarena y Rebeca Olvera.

Leticia de Altamirano tuvo su gran momento con la aria “Caro nome” que conmovió por el sentimiento de adolescente enamorada que la soprano imprimió a su Gilda; una dulzura que contrastó con el drama del final, cuando decide sacrificarse por el amor que le tiene al ingrato Duque de Mantua.
Sociedad deforme y enferma
No era la única mujer sufriendo en el escenario, Maddalena (la mezzo soprano Guadalupe Paz) también se enamora del duque y pide a su hermano, el sicario Sparafucile (José Antonio García) que la explota al mejor postor. Las jóvenes en escena, mujeres a disposición de la frívola corte (masculina) del Duque.
Mujeres que destacan a la par del elenco principal en la puesta en escena. El tema es, como se mencionó, hacer visible las situaciones de maltrato y violencia de género que datan de siglos atrás, más atrás del siglo XVI en que se sitúa la historia.
Incluso hay una escena dentro de la escena, al inicio de la ópera, en que se ve que el conde Ceprano golpea y amenza a su esposa a pesar de que quien busca seducirla es el Duque de Mantua. Esa es la intención de la adaptación. Enrique Singer dijo en la conferencia de prensa de hace unas semanas que la ópera debe hablar de nuestra realidad, y la violencia de género desgraciadamente lo es.

Sin embargo las agresiones no solo son para las mujeres y esta puesta en escena, a propósito o no, y la obra en sí misma reflejan otra violencia milenaria: la ejercida hacia las personas con discapacidad con el jorobado Rigoletto, que en esta versión lo que sufre es de cojera.
“Rigoletto es odiado por la sociedad porque lo encuentra un tanto repulsivo y él se ha envenenado por esa razón y porque la sociedad misma está deforme y enferma”, dijo el protagonista Alfredo Daza a MILENIO la semana pasada. Un Daza que hizo sentir un nudo en la garganta con la última línea de la obra: “¡Oh, la maldición!”
El barítono también destacó la paradoja, la fascinación del público por el Duque, un hombre frívolo y mezquino, que enamora, engaña y se burla de las mujeres, en el sentido de jugar con su honra, y con su corazón, la peor de las afrentas.
Daza sitúa esa fascinación en un solo momento cumbre: la interpretación de “La donna e mobile”, sí, a pesar de reiterar los estereotipos femeninos: las mujeres son volubles, como si fuera un permiso para hacer con ellas lo que se desea.
Pero quizá el encanto reside en lo más hermoso de la ópera de Verdi y no en la historia de Victor Hugo: su música sublime, hermosa, grandiosa, y en el talento mexicano con sus grandes voces, que brillaron la noche del 8 de mayo en el Palacio de Bellas Artes, el mejor escenario para el bis de Arturo Chacón que ya es parte de la historia musical de México.
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BSMM