Según el Informe Mundial sobre la Felicidad 2025, que se publicó en marzo, el país más feliz del mundo es Finlandia, seguido de cerca por Dinamarca, Islandia y Suecia.
Esta noticia no fue ninguna sorpresa. El informe, publicado anualmente desde 2012 por un consorcio de grupos entre los que se incluye Gallup, suele incluir a estas cuatro naciones nórdicas —todas ellas democracias estables con ciudadanos prósperos y sanos— en los primeros puestos de su lista o cerca de ellos. En la parte inferior (de 147 países evaluados) se encuentra Afganistán, después Sierra Leona, Líbano y Malawi.
Estas clasificaciones refuerzan un supuesto clave de nuestro orden político y económico globalizado: los países pobres son infelices porque son pobres, y la riqueza es un prerrequisito fundamental para el bienestar individual y social. El Fondo Monetario Internacional fomenta el comercio y el crecimiento económico basándose en la teoría de que la felicidad aumenta con la prosperidad material. Pensadores políticos como Francis Fukuyama y Steven Pinker hablan de querer ayudar a las naciones pobres y turbulentas a “llegar a Dinamarca”.
- Te recomendamos Alan Sahir Márquez, diputado federal por Guanajuato, impulsa iniciativa para priorizar la salud mental en las escuelas Comunidad

Sin embargo, hay razones para sospechar que las clasificaciones del Informe Mundial sobre la Felicidad —y el modelo de desarrollo internacional que a menudo se toma para justificarlo— no captan la plenitud del bienestar. A los encuestados se les hace una sola pregunta: que imaginen una escalera de 11 peldaños cuya parte superior e inferior son las mejores y peores vidas posibles, y que sitúen su vida en uno de ellos.
Esta métrica, conocida como evaluación de la vida, puede ser un dato útil, pero la felicidad es casi con toda seguridad un fenómeno más complejo. Puedes estar enfermo pero seguir teniendo una fuerte sensación de que la vida tiene sentido, o ser alguien económicamente inseguro pero seguir manteniendo relaciones estrechas con familiares y amigos.
También hay pruebas de que, al pedirle a la gente que evalúe su vida, la forma en que se plantea la pregunta puede inducirlos a fijarse en la riqueza y el estatus por encima de otros aspectos del bienestar.
Con ello se corre el riesgo de sesgar los resultados: si la evaluación de la vida es, en efecto, otra forma de medir la prosperidad económica, no es ni sorprendente ni esclarecedor que las clasificaciones del Informe Mundial sobre la Felicidad estén vagamente correlacionadas con el producto interno bruto.
Los tres (Johnson, VanderWeele y Case) concebimos la felicidad —o el bienestar— de una manera más amplia: como un estado en el que todos los aspectos de tu vida son relativamente buenos, incluyendo los entornos sociales en los que vives.
Si examinamos no solo la evaluación de la vida, sino también las relaciones con familiares y amigos, la participación comunitaria y política, la salud, las emociones predominantes, el sentido del propósito de la vida, los sentimientos de seguridad económica, etcétera, podríamos comprender mejor lo que significa vivir una buena vida y cómo los gobiernos y las instituciones internacionales pueden contribuir a que la gente sea más feliz.
Otro enfoque
El miércoles de la semana pasada publicamos un conjunto importante de investigaciones —decenas de artículos académicos, incluido un resumen de alto nivel de los resultados en la revista Nature Mental Health— basado en el primer año de datos de nuestro Estudio sobre el Bienestar Global , un proyecto de cinco años que plantea más de 100 preguntas a más de 200 mil personas de 22 países de seis continentes. Combinando las respuestas a preguntas relativas a varios ámbitos del bienestar —salud, felicidad, significado, carácter, relaciones sociales y prosperidad material— calculamos una puntuación de bienestar compuesta para cada país.
Nuestros resultados presentan una imagen diferente del bienestar global. Como era de esperar, Suecia, por ejemplo, obtuvo calificaciones elevadas en la evaluación de la vida, solo detrás de Israel, otro caso típico de buen desempeño en el Informe sobre la Felicidad en el Mundo. Sin embargo, cuando ampliamos el enfoque, el panorama cambió: Suecia apenas alcanzó el puesto número 13 en bienestar compuesto, básicamente empatada con Estados Unidos y considerablemente más baja que Indonesia, Filipinas e incluso Nigeria, cuyo producto interno bruto per cápita en 2023 era algo menos del 2 por ciento que del de Estados Unidos.
En toda la muestra de 22 países, el bienestar compuesto nacional general disminuyó ligeramente a medida que aumentaba el PIB per cápita. Los únicos países de altos ingresos que se situaron en la mitad superior del bienestar compuesto fueron Israel y Polonia. La mayoría de los países desarrollados del estudio declararon tener menos sentido, pocas y menos satisfactorias relaciones y comunidades y menos emociones positivas que sus contrapartes más pobres. Es posible que la mayoría de los países que declararon un alto nivel general de bienestar compuesto no fueran ricos en términos económicos, pero tendían a ser ricos en amistades, matrimonios y participación en la comunidad, especialmente en comunidades religiosas.
Japón, donde solo el 3 por ciento de los participantes declararon asistir a servicios religiosos al menos una vez a la semana, registró el nivel más bajo de bienestar compuesto, así como las evaluaciones más bajas en muchas facetas individuales del bienestar, como el sentido de la vida y las relaciones sociales. Indonesia, por el contrario, donde el 75 por ciento de los participantes declararon asistir a servicios religiosos al menos una vez a la semana, obtuvo las calificaciones más altas tanto en el bienestar compuesto como en muchas facetas individuales del bienestar.
A menudo se compara desfavorablemente a Indonesia con Japón en los debates sobre desarrollo internacional, poniéndola como ejemplo de la llamada trampa del ingreso medio , en la que el crecimiento económico se estanca antes de alcanzar niveles de ingresos altos. Esto es cierto hasta cierto punto, pero nuestro estudio sugiere que enfocarse en el crecimiento económico solo cuenta una parte de la historia.

Conexión con lo sagrado
Para ser claros: ser pobre no es deseable, y debemos esforzarnos por mejorar las condiciones materiales. Pero nuestra investigación, aunque se encuentra en sus primeras fases, debería llevar a la gente a preguntarse si priorizar el crecimiento económico y la prosperidad material por encima de todo lo demás ha impuesto costos a las naciones desarrolladas, y si es probable que hacerlo imponga estos costos a las economías en desarrollo que siguen el camino de Europa y sus antiguas colonias.
Tenemos que averiguar cómo fomentar el desarrollo económico sin comprometer el sentido, el propósito y las relaciones. Israel, un raro país rico con una elevada puntuación de bienestar compuesto (el segundo en nuestro estudio), es altamente religioso según los estándares del mundo desarrollado, con un tercio de sus ciudadanos que afirman asistir a servicios religiosos al menos semanalmente.
- Te recomendamos ¿Cómo proteger la salud de mi perro ante la llegada de la primavera? Tu Mascota

¿Podría algo de la experiencia de Israel servir de modelo para que Indonesia mejore su crecimiento económico y su estabilidad política sin erosionar las comunidades unidas de las que la vida allí obtiene gran parte de su valor?
¿Podría incluso ser posible para Suecia “llegar a Indonesia” —en términos de restaurar las relaciones y las comunidades, el sentido de la vida y la conexión con lo sagrado— sin sacrificar la salud, la riqueza y la estabilidad que tanto le ha costado conseguir?
No hay respuestas sencillas a estas preguntas. Pero, como mínimo, nuestro trabajo ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las formas en que gran parte del mundo desarrollado podría haberse desviado del camino y de explorar los caminos que podrían conducirnos de nuevo a vidas más felices. _
Byron Johnson es profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Baylor; Tyler J. VanderWeele es catedrático de Epidemiología en Harvard y director de su Programa de Florecimiento Humano, en el que Brendan Case es director asociado de investigación.
c.2024 The New York Times Company