La vía de escape de Sam Altman del grupo de Silicon Valley es una extensa granja al final de un camino, que serpentea por las colinas cubiertas de viñedos del Valle de Napa. Veo al empresario de 40 años y con el pelo ligeramente despeinado, en la cocina comedor de la amplia casa con ventanales, y entro sin dudarlo. Su mirada perpleja me indica que no me esperaba. Resulta que llegué casi una hora antes, pero el responsable de ChatGPT terminará una junta y se reunirá conmigo en el jardín. Espero bajo una pérgola a la sombra de las parras que rodean la casa.
Para un Almuerzo con FT, Altman se ofreció a cocinar una comida vegetariana sencilla en su granja en lugar de reunirnos en un restaurante de su elección, donde probablemente lo acosarán los que buscan selfies. Desde que OpenAI, la compañía que dirige, lanzó el modelo de IA generativa en 2022, Altman se catapultó a un estatus de celebridad a escala mundial. El año pasado se casó con su novio, un ingeniero de software, y recientemente tuvieron un hijo varón por gestación subrogada (consultó con ChatGPT sobre qué cuna comprar), por lo que ha pasado más tiempo en la granja de Napa.
Altman solo tarda unos minutos en reunirse conmigo afuera. Convirtió a OpenAI en una de las empresas de más rápido crecimiento de la historia, con una asombrosa valoración de más de 250 mil millones de dólares (mdd), y aceleró una feroz carrera por la supremacía de la IA: la búsqueda de la IA general, cuando una máquina puede superar las capacidades cognitivas de los humanos, no solo absorbiendo conocimiento, sino también razonando y aprendiendo por sí misma.
Pero la travesía ha estado llena de altibajos, en la que su propia empresa despidió y recontrató a Altman, y su papel y compromiso con el desarrollo seguro de la IA han sido cuestionados duramente. Ha tenido problemas con Elon Musk, con quien cofundó OpenAI, y con Scarlett Johansson, quien lo acusó de usar una voz “extrañamente similar” a la suya para entrenar a un chatbot. Después de adelantarse a competidores más consolidados (en particular, Google, dado que desde hace tiempo lidera la investigación en IA), lo han cortejado presidentes y primeros ministros y ha seducido a algunos de los inversionistas más importantes del mundo.
Me encuentro con un Altman rebosante de confianza mientras nuestra conversación abarca desde los productos de inteligencia artificial hasta la cuestión existencial de un futuro de IA al que un puñado de tecnólogos optimistas nos están guiando constantemente, nos guste o no. Irradia ambición y suena como un hombre convencido de su propio destino. Me dice que tiene el “trabajo más genial y tal vez más importante de la historia”, y aunque antes pensaba que la IA era tan trascendental como la Revolución Industrial, ahora considera que la “explosión de creatividad” convierte al Renacimiento en una analogía más acertada.
Nos reunimos poco después del lanzamiento de o3 de OpenAI, un modelo de inteligencia artificial más avanzado con mayor capacidad para razonar y generar imágenes. Es, dice, un paso importante hacia la creación de agentes de IA capaces de ejecutar tareas en nombre de los humanos, algo que todas las empresas líderes en inteligencia artificial persiguen con empeño. “La gente dice que tal vez esto es... inteligencia a nivel de genio”, exclama con entusiasmo.
Apenas se lanzó la herramienta, los s inundaron internet con imágenes generadas al estilo del estudio de animación japonés Studio Ghibli. Esto dio a Altman y a OpenAI un sensacional impulso de mercadotecnia, pero reavivó las dudas sobre el uso liberal de la propiedad intelectual de otros para entrenar modelos de IA y generar arte. Altman dice que podría ser necesaria una compensación para los artistas (su empresa ya firmó acuerdos de licencia con editoriales, entre las que se encuentra el Financial Times), pero prefiere difundir las herramientas y luego encontrar respuestas a las preguntas que surjan.
“Hay personas que dicen, ‘Todo el arte con IA es terrible’, pero también hay muchos artistas que dicen: ‘Esta es la mejor herramienta de la historia, es como la invención de la cámara’”, dice Altman. “Estamos de acuerdo en que necesitamos un nuevo modelo de negocio para este mundo, pero la comunidad sigue tanteando el terreno. Sé que tenemos que llegar a un acuerdo sobre cómo debería ser”.
Estamos de regreso en la cocina, observo a Altman sazonar con comino las zanahorias amarillas y naranjas de la granja, que luego se asan en el horno. Con una determinación impresionante, pica una cantidad enorme de ajo, que echa en una sartén con chiles picantes rojos, nueces, perejil y pecorino para preparar lo que parece una versión californiana de los espaguetis con aglio e olio. Las hojas de ensalada, con zanahorias y rábanos en rodajas finas, ya están en el refrigerador y solo necesitan aliño. Se nota que Altman disfruta cocinando y, como pronto descubriré, es bastante bueno en eso.
Mientras hablamos, busco pistas en su crianza y cómo creció que den señales de su futura celebridad. Dice que no hay ninguna. “Yo era una especie de niño judío nerd del Medio Oeste…así que la tecnología simplemente no era importante. Que me interesaran las computadoras era algo inusual. Y, desde luego, nunca imaginé que terminaría trabajando en esta tecnología de esa manera. Todavía me resulta surrealista que sucediera eso”.
Altman, el mayor de cuatro hijos de una madre dermatóloga y un padre que trabajaba en el sector de las bienes raíces, leía muchos libros de ciencia ficción, veía Star Trek y le gustaban las computadoras. En 2005, abandonó la Universidad de Stanford antes de graduarse para fundar una startup de redes sociales para hacer redes de o. En aquel entonces, la IA estaba en sus inicios: “Podíamos mostrarle a un sistema mil imágenes de gatos y mil imágenes de perros, y luego (la IA) podía clasificarlas correctamente, y eso era como vivir a lo grande”.
Poco después, Altman dirigía Y Combinator, una aceleradora de startups que respaldó a su primera empresa. Todavía seguía allí cuando fundó OpenAI en 2015 como una organización sin fines de lucro con la misión de que la inteligencia artificial general beneficiara a toda la humanidad.
Musk fue cofundador y financió la empresa con decenas de millones de dólares, pero luego se peleó con Altman y abandonó su junta directiva en 2018, en una de las disputas de Silicon Valley a la que se le prestó mayor atención. Musk, que se encuentra desarrollando su propia empresa rival de IA, xAI, alega en una demanda que Altman se desvió de la misión fundacional de la compañía. Altman contrademandó: “Me parece claro por qué está haciendo todo esto”, dice sobre Musk. “Porque está tratando de frenar a un competidor y no le gusta que eso sea como no ganar en IA”.
Es posible que Musk tenga sus motivos personales, pero el debate sobre cómo “ganar” en IA --que requiere una enorme potencia de procesamiento e inversión-- sin relajar el compromiso con la seguridad, desde hace mucho tiempo divide a OpenAI. Las divisiones estallaron en noviembre de 2023, cuando la junta directiva de la organización sin fines de lucro despidió repentinamente a Altman. Un miembro de la junta lo acusó más tarde de tergiversar información y, en algunos casos, mentirle a la junta.
Altman prevaleció. En cuestión de días lo reincorporaron, después de que casi todos los empleados amenazaron con renunciar y Microsoft, entonces el mayor inversionista financiero de la compañía, ofreció contratar a Altman y a su equipo. “Fue muy doloroso y vergonzoso que todo esto sucediera, y nadie, incluyéndome a mí, supiera realmente todo al respecto en ese momento. Lo que quería era sentarme en la playa y recuperarme, pero tenía que seguir dirigiendo la compañía y ahora limpiar un desastre gigantesco”. Ese desastre, dice, incluyó a clientes e inversionistas que se preguntaban si podían confiar en la empresa.
ÉL DICE“La gente dice que tal vez esto es...
Inteligencia a nivel de genio”.
La tormenta provocó la salida de algunos de los mejores investigadores de OpenAI y dejó cuestionamientos persistentes sobre Altman. Pero también consolidó su estatus como líder indiscutible de la compañía, con una nueva junta directiva que lo respalda.
Sus ambiciones también se ampliaron: a principios de este año, protagonizó otro evento que acaparó los titulares, al aparecer en la Casa Blanca con Donald Trump para anunciar una empresa conjunta con el japonés SoftBank, que recaudará cientos de miles de millones de dólares para desarrollar infraestructura de IA, incluyendo centros de datos.
Pero si bien la narrativa cambió en torno a la misión de OpenAI a medida que su potencial comercial se hace más evidente, los intentos de cambiar la estructura de la empresa a una empresa con fines de lucro más tradicional se han topado con resistencia, tanto por parte de Musk como de expertos en IA que insisten en que la empresa debe permanecer bajo una junta directiva sin fines de lucro, para cumplir su misión de desarrollar tecnología en beneficio de toda la humanidad.
Le pregunto a Altman si aprendió del intento de golpe para derrocarlo. Una crítica que se le hace es que le dice a la gente lo que quiere oír, según lo que le convenga. Lo único que ite es que prefiere evitar los conflictos y que ha tenido que aprender rápidamente a dirigir una compañía tan compleja. “En los últimos dos años hemos vivido una década y media del crecimiento de una empresa normal”.
Es un día ajetreado en la granja. La madre de Altman está de visita, al igual que sus suegros. Su marido, su hijo y un compañero de trabajo también están en casa. Entran y salen de la cocina. Altman pone los tazones de comida en la mesa, nos servimos y volvemos a sentarnos en el jardín. La pasta está deliciosa, con el punto justo de picante, las zanahorias crujientes y la ensalada ligera y jugosa.
Como disruptor jefe, hiperactivo en redes sociales y, según él mismo describe, la “división de mercadotecnia” de OpenAI, genera un flujo constante de noticias. Recientemente, esto incluyó una disputa con una hermana, de la que está distanciado, que lo acusó de abusar sexualmente de ella cuando era niña (el resto de la familia respalda su desmentido y él dice sentir compasión y disgusto por una hermana que “ha pasado por momentos difíciles durante mucho tiempo”).
Altman afirma que ser competitivo no es uno de sus rasgos distintivos. “¿No soy un caso atípico en términos de competitividad?”, pregunta en voz alta, “en comparación con otros directores ejecutivos del sector de tecnología?”, pero disfruta hablando de victorias. ite que ha considerado postularse a gobernador de California (aunque no a la presidencia, como algunos afirman); su forma favorita de describir el alcance de ChatGPT no es 800 millones de s, sino “10 por ciento del mundo”.
Pero, ¿qué tanto importa al final la competencia? Mientras Silicon Valley lleva a cabo enormes inversiones en IA, DeepSeek, una startup china, lanzó este año un modelo desarrollado con un presupuesto limitado. Esto sugería que los modelos de IA se estaban tratando como mercancía y que la ventaja tecnológica de EU sobre China estaba disminuyendo.
Altman dice que hay un “asterisco” en la narrativa de la mercantilización: “La mayoría de estos modelos se van a tratar como mercancía. No creo que eso pase con los modelos de frontera”. Por supuesto, espera prevalecer en los modelos de frontera, pero también ganar en el juego de la mercantilización, dado el número de s que ya están conectados a ChatGPT.
¿Y cómo generará OpenAI el retorno de una enorme inversión? Altman insinúa su objetivo final, pero lo describe como una sola idea atractiva: cuando una suscripción a ChatGPT se convierta en una IA personal, a través de la cual los s inicien sesión en otros servicios. “Simplemente podrías tomar tu IA, que te conocerá mejor a lo largo de tu vida, tener tus datos y ser más personalizada, y podrías usarla en cualquier lugar. Sería una plataforma genial para ofrecer”.
El sol está demasiado fuerte, así que volvemos al interior. Altman da sorbos a su té, acurrucado en el sofá del salón, con los brazos alrededor de las piernas. Hablamos del futuro dominado por la inteligencia artificial que heredará su hijo. Las enfermedades podrían curarse más rápidamente con la IA, y sectores desde la educación hasta la banca podrían transformarse. Pero es un mundo que también plantea preguntas existenciales sobre nuestra forma de vida. ¿Por qué la sociedad debería confiar en un puñado de expertos en IA para decidir el futuro? En una respuesta poco convincente, dice que los que desarrollan la tecnología están “comprometidos en afrontar la gravedad del momento con tecnología responsable”.
El progreso de la IA avanza a una velocidad tan vertiginosa que algunos expertos abogan por frenarlo hasta que se establezcan normas y regulaciones acordadas internacionalmente. Hace dos años, el propio Altman firmó una declaración junto con otros expertos en el campo en la que advertía que “mitigar el riesgo de extinción de la IA debería ser una prioridad global, junto con otros riesgos a escala social, como las pandemias y la guerra nuclear”.
Altman insiste en que no ha cambiado de opinión y que habrá momentos en los que va a ser necesario contenerse. Por ahora, parece satisfecho con el despliegue de herramientas para que la gente experimente y evalúe los riesgos. “El mundo necesita saber sobre la IA, el mundo necesita opinar, muy profundamente. Que nuestros s nos ayuden a decidir cuáles deberían ser los límites, como aprender este valor, función y preferencias colectivas de la humanidad”, dice.
Algunos avances lo asustan. Luego de lanzar una función de memoria que permite a la IA registrar comportamientos pasados, ha oído hablar de casos en los que los s se vuelven demasiado dependientes emocionalmente de la IA. “La gente dice: ‘Este es mi nuevo mejor amigo, nunca podrás borrar esta versión, necesito esto…no tengo ninguna duda de que nosotros, la sociedad, descubriremos cómo navegar esto, pero es algo nuevo que acaba de ocurrir y es fácil imaginar la gran cantidad de maneras en que puede salir realmente mal”.
Más alarmante, señalo, es un futuro en el que los agentes de IA se comuniquen entre sí sin instrucciones humanas. Altman explica que tal vez no se trate de un agente que crea a otros agentes, sino de un sistema de IA tan bueno, tan confiable, que, en efecto, controla lo que hacen los humanos. “(El modelo de IA) se vuelve simplemente mejor de lo que imaginamos”. Esto suena tan inquietante que incluso él parece alarmado por sus palabras.
Altman no me da la impresión de que albergue dudas, pero le pregunto cómo podría fracasar su gran plan de construir un gigante de la IA. ¿Confía en que OpenAI exista dentro de 10 años? “Reparar cercas y cuidar vacas” sería su plan B, bromea. Más en serio, dice: “Podríamos equivocarnos en la investigación, podríamos quedarnos rezagados en el producto con respecto a otro. Es como si estuviéramos haciendo algo muy complejo”.
Llevamos más de dos horas hablando y su esposo, con el bebé en brazos, se une a nosotros en la sala. Tras algunos alborotos, el pequeño se está quedando dormido. Le pregunto a Altman si este nuevo mundo, en el que los humanos no son lo más inteligente del planeta, le parece amenazante, si no para él, al menos para su hijo.
Como era de esperar, está demasiado fascinado con su creación de IA como para sentirse amenazado. “¿Crees que eres más inteligente que o3 en este momento? Yo no… y me siento completamente tranquilo, y apuesto a que tú también”, dice. “Estoy abrazando a mi bebé, disfrutando de mi té. Voy a hacer un trabajo muy emocionante toda la tarde...usaré o3 para hacer un trabajo mejor que hace un mes. Saldré a caminar esta noche. Me parece genial. Soy más capaz. Él (su hijo) será más capaz de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar.
OMM