Leía en días recientes el enésimo artículo sobre los peligros de que la inteligencia artificial se salga de control y desarrolle una superinteligencia que represente un peligro existencial para la humanidad, como sucedió en su momento con la bomba atómica y los cálculos llevados a cabo por el equipo de Oppenheimer, sobre la probabilidad de que la bomba prendiera fuego a la atmósfera entera y acabara con la vida en el planeta, que en su momento se estimó como de una en tres millones. En el caso de la inteligencia artificial, se trata del antiguo temor/fantasía plasmado por ejemplo en Terminator o The Matrix de que las máquinas querrán dominar a la humanidad para poder ¿vivir? acorde a sus propios fines. Sin embargo, esta fantasía justo no explica un tema crucial para la acción, como es el de la voluntad que la anima, pues no termina de quedar claro cuál sería el anhelo o impulso que las máquinas querrían satisfacer con la pretendida voluntad de dominio sobre la humanidad.
En cambio, lo que a menudo sucede con este tipo de fantasías apocalípticas es que opacan los efectos negativos reales de las tecnologías que las desatan. Es decir que si bien la bomba atómica no incendió la atmósfera y acabó con la vida en el planeta, sí fue utilizada para exterminar a cientos de miles de civiles de manera bastante innecesaria (a propósito del filme Oppenheimer, uno de sus momentos más escalofriantes es cuando los militares estadunidenses están decidiendo sobre qué ciudades arrojar la bomba, y al parecer Kyoto se salva porque uno de ellos había vacacionado ahí, en una macabra danza entre frivolidad y elección de lugares para cometer un exterminio masivo), y fue después la punta de lanza de una política exterior planetaria justo
estructurada a partir del miedo y la amenaza de destrucción total. En el caso de la inteligencia artificial, es altamente probable que suponga la obsolescencia de millones de empleos, con las consecuencias económicas que ello implica, y también es probable que erosione otro tanto capacidades cognitivas y creativas que se deleguen de manera creciente en las máquinas. Así que ni falta hace de que una súper inteligencia superior domine a la humanidad, pues ya los efectos tangibles lucen lo suficientemente dañinos para millones de personas.
Y lo que más bien se ilustra con estas fantasías es la muy real y presente voluntad de destrucción del ser humano, única especie que utiliza tanta energía y recursos en idear formas de destruir tanto a otros de su propia especie como al entorno natural que hace en primer lugar posible la vida. Que es quizá el impulso que se proyecta/desplaza en este caso hacia la inteligencia artificial y las máquinas, pues resulta más digerible a nivel psicológico y emocional adscribirles a estos entes inanimados las potenciales consecuencias funestas de lo que no deja de ser en el fondo una extensión de la propia humanidad. Pues si acaso las máquinas en algún momento desarrollaran conciencia, y esta no fuera una extensión de la conciencia humana, sino se pareciera más bien a la de cualquiera de las demás especies que pueblan el planeta, probablemente se alejarían de la voluntad de destrucción humana que se encuentra detrás de estas recurrentes fantasías apocalípticas. Pues incluso Terminator decide inmolarse ante la conciencia de que su existencia representaría una amenaza nuevamente para la humanidad, por lo que más que temerle a las máquinas, hay que temerles a sus creadores, que son quienes parecen empeñados en idear nuevas formas de dar rienda suelta al apocalipsis permanente, ahora a través del imaginado descontrol de la inteligencia artificial.