De manera más que recurrente, en el ámbito de la educación y lo escolar, siempre hacemos alusión a lo tradicional para referirnos a aquello que parece haberse detenido en el tiempo y se resiste a transitar, a desplazarse, a movilizarse, tanto en el ámbito del pensamiento como de la acción. Entonces hablamos de “prácticas tradicionales”, de “maestros tradicionales”, de “escuelas tradicionales” que buscan tipificar y enunciar lo que se niega u opone a lo nuevo, lo innovador, lo que se ha instituido como necesario y actual. ¿Qué significa el modelo curricular de la Nueva Escuela Mexicana? ¿es algo nuevo, innovador o necesario? ¿por qué hay infinidad de maestras y maestros que se niegan a ello? ¿Están anclados en alguna tradición pedagógica? O bien, ¿suponen que la tradición les ofrece mejores resultados? Reflexionar sobre ello, nos lleva a reconocer una tensión entre la tradición y la innovación.
No siempre lo tradicional debe remitirnos a lo antiguo sino también a lo reciente y en variadas ocasiones, a lo inventado. Al respecto, Eric Hobsbawm (1983) nos refiere a la concepción de “tradición inventada” que implica un grupo de practicas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado.
Y efectivamente, parece ser que la tradición implica cierto apego al statu quo, a lo que parece inamovible. Una condición que tiene su soporte en reglas o “acuerdos” para que las cosas sigan como están o bien que haya continuidad en las prácticas y formas de hacer las cosas. Esta es una manera en que se configura la cultura al mantener costumbres, prácticas o creencias de que las cosas son así. Esta configuración es producto de las experiencias y de la transmisión que se hace el conocimiento de generación en generación. En este tenor, es como se puede explicar el sinfín de tradiciones educativas y pedagógicas que están presentes en nuestra cotidianidad escolar.
La tradición no nos conflictúa, el conflicto proviene de la ruptura con la tradición. La tradición nos coloca en cierto ámbito de conformismo y/o estabilidad, la ruptura con ello nos implica atrevimiento e incursión a lo desconocido. Esto podría explicar porque en las prácticas cotidianas de las maestras y maestros hay resistencias “a lo nuevo”. Las formas pedagógicas que se han aprendido en la experiencia o que “nos han heredado” nuestros antecesores, son “formas probadas en la práctica” de las cuales uno no quiere desprenderse. Aun cuando esas formas no se correspondan con los enfoques curriculares y pedagógicos que se promueven hoy en día. El riesgo que se corre es que el apego a la tradición nos lleve a la ritualidad y rutinización de la práctica o también a la descontextualización en tanto que nuestra enseñanza puede perder sentido y significado en razón a las demandas y necesidades formativas actuales.
El apego a la tradición también puede entenderse como un posicionamiento político-pedagógico de resistencia y defensa del origen. Los docentes podemos pensar “si la forma en que me educaron resultó buena, entonces puede ser buena hoy en día”. Este sentir de añoranza nos impide advertir la trascendencia de los tiempos y no queremos desconectarnos del pasado. Es necesario reflexionar y encontrar puntos de articulación que nos lleven a recuperar lo valioso de la tradición pedagógica para incorporarla en las prácticas que se demandan. Comprender “lo tradicional” significa encontrar posibilidades y vetas de pensamiento y acción, que articuladas “con lo nuevo” podrían ofrecer mayor pertinencia a la acción educativa. El posicionamiento crítico que exige la Nueva Escuela Mexicana no debe perder el sentido histórico y cultural de la pedagogía mexicana, de la construcción histórica de la docencia y de la evolución que ha tenido nuestra educación. La tradición y la historia van de la mano, y lo que más nos conviene es una comprensión armónica de ello para hacer frente a las demandas de innovación y tránsito que nos plantea la sociedad.