Autofotografiarse con los ojos que devoran imágenes de México y el mundo, que dulcifican la tragedia, que saborean la amargura de la vida. Autorretratarse con su cámara, con un pez en la boca, con caracoles transitando por su cuerpo, con pájaros en sus párpados, con serpientes en los labios, con grabados de seris bajo los pómulos. O el autorretrato de los pies de la fotógrafa en la tina donde Frida Kahlo se bañaba en la Casa Azul. Muy lejos de la selfie, sin ego de consumo para Instagram, ella capta los surcos de su rostro y vuelve al tiempo inmortal, en blanco y negro, en versión análoga, cuando la foto final se revela en el cuarto oscuro, no en el disparo de un clic.
Graciela Iturbide tiene el ojo izquierdo más pequeño que el derecho. Es chiquita pero enorme se pierde en los pueblos para brindarnos lo que animales, hombres, mujeres y naturaleza se mezclan para crear un misticismo donde, al ver sus imágenes los clasificadores de arte han llamado realismo mágico o surrealismo. No, no y no. Despertares chamánicos, de corte antropológico, quizá: porque vive en situación de trance los momentos en que dispara el obturador, sin pensarlo, apenas onírico, como la nómada que cruza las tribus del universo y regresa con su caza para traer sensaciones al espectador que la observa en el museo.
He mirado varias veces su obra en diferentes espacios. Creo que sus autorretratos son fundamentales para entender su arte. Ella quiere ser parte de ese indigenismo y naturaleza que retrata de manera constante, con aires de poesía visual. Usa cámara sin flash ni trípode ni telefoto. Usa su propio destello con el que atrapa las cabras del monte, los perros de India, los pájaros que vuelan sobre la cabeza de un hombre. Se usa a sí misma para dejarnos la huella de una artista que se desnuda ante nosotros a través de sus autorretratos.
Felices galardones a una mexicana con historia y obra, referente de la mejor fotografía que han dejado Manuel y Lola Álvarez Bravo, Gabriel Figueroa, Nacho López y Enrique Metinides. O Yolanda Andrade como continuadora de una estirpe donde el ojo, único, jamás repite la misma imagen. Pero hoy me quedo con los autorretratos, la carita y los pies de Graciela Iturbide.