"Este acuerdo pone al Reino Unido (RU) de nuevo en el mapa internacional”, declaró ufanamente el primer ministro británico en ocasión de la firma de un acuerdo con la Unión Europea (UE) que constituye el primer paso en el camino de regreso a Europa. Después de cinco años de bravatas e ilusiones bucaneras incapaces de contrarrestar el estancamiento económico, los ingleses itieron que el Brexit fuera un equívoco garrafal. Bueno, no todos.
Los conservadores salieron a las calles rasgándose las vestiduras y Kemi Badenoch, líder del partido tory, declaró que el acuerdo con la UE significa una traición al electorado que hace 9 años eligió separarse de Europa.
“Es un retroceso, es renunciar a lo que logramos mediante Brexit, es claudicar y entregar nuestra recién conquistada independencia a la tiranía de Bruselas”, dijo con la expresión de quien se encuentra en el velorio de su madre.
Lo que conquistaron mediante Brexit de hecho fue la pérdida del 4 por ciento de su PNB.
Nigel Farage despotricó otro tanto acusando al Partido Laborista de vendepatria, e insistió en la catástrofe que el acercamiento a la UE implica.
Los liberales están de plácemes mientras los conservadores entonan respuestas por la patria sacrificada.
“Es renunciar al futuro en nombre del pasado”, clamó inspirado Farage como si estuviera pulsando la lira ante el apocalipsis. Es un entusiasta incorregible de la hipérbole.
Desde Brexit, Ukip (el partido que fundó Farage y que se desintegró subsecuentemente), así como el espejismo de los 350 millones de euros que según el bromista Boris Johnson serían recuperados semanalmente para apuntalar el decrépito sistema de salud pública, se desvanecieron en medio del cinismo de los conservadores. No es que Brexit no funcionara, sino que faltaba tiempo para cavar más profundamente la fosa del anhelo independentista.
Los 15 años de gobierno conservador dejaron el país al borde de la bancarrota. Y luego hubo la plaga que diezmó la fuerza de trabajo y exprimió el erario público.
En estas circunstancias el cambio de gobierno no sorprendió a ninguno. Tampoco que desde hace 100 días el Partido Conservador es historia pasada, ocupando actualmente un lugar tan modesto que es probable que en poco tiempo se reduzca aún más terminando casi dos siglos de alternancia en el poder. Badenoch es la encargada de las pompas fúnebres, incapaz de nada más que repetir lugares comunes xenófobos (tanto más escandalosos porque ella es inmigrante africana), promesas que ninguno escucha y martillar junto con Farage los prejuicios contra los inmigrantes porque es inaceptable que lleguen al país para trabajar y contribuir al fisco.
Badenoch preferiría un acuerdo agropecuario con Estados Unidos para producir pollo tratado con cloro y otros químicos y carne de ganado engordado con hormonas. Lo cierto es que sin descuidar el mercado norteamericano, Starmer se decanta por el que geográficamente le corresponde.
“Somos víctimas de una invasión”, dicen los supremacistas.
“A ver, ¿para qué sirven los inmigrantes que quieren apoderarse de lo nuestro?” El energúmeno mira enconadamente alrededor.
Alguien piensa que para atender enfermos, para manejar ambulancias y proporcionar servicios paramédicos, para cuidar viejos, niños y discapacitados físicos y mentales, para limpiar oficinas y casas, para dar clases, para cocinar y servir en restaurantes, para hacer todo lo que los aborígenes consideran indigno de su dignidad aria. Pero quien así reflexiona aprieta el paso. Tratar de razonar con la turba de Reform UK es cortejar la violencia.
La reunión en Londres del primer ministro Keir Starmer con Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, persigue restablecer relaciones comerciales, participar en la defensa europea y en el fondo de armamento, más ágil a Europa para los británicos que hasta ahora deben resignarse a las filas interminables y mayor colaboración en cuanto a la prevención de crímenes y migración. Otros acuerdos cubren derechos de pesca (que han sido recibidos negativamente por los pescadores británicos), acuerdos agrícolas y ganaderos y el regreso de las becas Erasmus que permiten el intercambio de estudiantes graduados de licenciatura para continuar estudios en cualquier universidad europea.
Rachel Reeves, ministra de Finanzas, declaró que este acuerdo renovaría el interés por invertir en Inglaterra. El estancamiento económico es la amenaza que Reeves tiene que disipar para poder a su vez aflojar los lazos con que ha debido amarrar el presupuesto provocando con ello una reacción crítica por parte de los pensionistas que fueron mayoritariamente excluidos del apoyo del que gozaban para comprar combustible para el invierno.
El primer paso para restaurar el país es aceptar que la independencia absoluta es una entelequia. Como los individuos, los países dependen unos de otros y sobre todo en el contexto geopolítico actual con Putin empeñado en restablecer las fronteras imperiales. Conforme se percaten los ciudadanos de la fragilidad nacional y europea, acosados por Rusia y el populismo hábilmente promovido por las redes sociales, las elecciones reflejarán una cautela cada vez más necesaria ante el canto de las sirenas totalitarias.
Por BRUCE SWANSEY