Casi 300 millones de personas utilizan inteligencia artificial (IA), según Statista, pero a mí, me duele pedirle algo a esta nueva tecnología… porque no es cualquier cosa.
Shaolei Ren, un investigador de la Universidad de California, Riverside, rastrea el impacto ambiental de la IA; lo que ha encontrado quizá como punta de iceberg, es bastante grave, en uno de sus artículos recientes, describió que los centros de datos de grandes marcas de computación en EE. UU. pueden evaporar 700.000 litros de agua dulce limpia directamente al entrenar sus modelos, pero de acuerdo con Ren, esta información se ha mantenido en secreto.
Charlar con un chat inteligente y pedirle tareas que usualmente hacemos como escribir o analizar con datos, exige que una maquinaria inmensa, global y súper avanzada, consuma mucha energía, y como sabemos, el mundo sigue luchando, o eso dicen sus gobiernos, por generarla con el menor impacto ambiental posible, lo cual hasta ahora tiene sus detalles.
Los centros de datos necesitan mantener frescos sus servidores, que se calientan como motores de coche. Imagínate, usan torres de enfriamiento que tragan millones de galones de agua al año sólo para que no se quemen los equipos, para mantener la humedad justa y que todo funcione bien, pero el problema es que cada vez necesitamos más datos, y eso significa más consumo de agua.
Un reciente artículo titulado “Haciendo que la IA sea menos "sedienta": Descubriendo y abordando la huella hídrica secreta de los modelos de IA.”, documentó que una simple consulta de algunas palabras, similar a las de un post en redes sociales equivale a tirar 500 mililitros de agua.
Por otro lado, de acuerdo con datos de la ONU, 884 millones de personas en el mundo no tienen a agua potable segura, 2.6 mil millones de personas carecen de a saneamiento básico, lo que representa el 40% de la población mundial, además, muchas regiones del mundo se encuentran en “estrés hídrico” en consecuencia al crecimiento demográfico-económico y al cambio climático, y el 36 por ciento de la población mundial (2 mil 500 millones de personas) viven en zonas bajo “estrés hídrico” y más del 20 por ciento del PIB global ya se produce en zonas de riesgo de escasez de agua.
Y aunque la inteligencia artificial se está implementando cada vez más para potenciar la investigación científica, sigue teniendo una naturaleza paradójica. Por un lado, la IA ofrece herramientas valiosas para abordar desafíos globales apremiantes, como la mitigación del cambio climático; sin embargo, el desarrollo y la operación de modelos de IA, especialmente los de gran escala, contribuyen significativamente a la degradación ambiental. Además, la IA se está utilizando extensamente en la industria del entretenimiento, lo que exacerba aún más su huella.
Esta dualidad subraya la necesidad crítica de evaluar y abordar la sostenibilidad intrínseca de los sistemas de IA. No basta con reconocer los beneficios de la IA; también debemos comprender y mitigar su impacto ambiental, así como los costos asociados a la implementación de medidas de mitigación. Esto implica hacer una crítica a su uso, para que se considere tanto la huella de carbono como la huella hídrica, entre otros factores, para asegurar un desarrollo de la IA que sea verdaderamente sostenible a largo plazo.