Es indudable que los magnates de Silicon Valley han adquirido un sitio en el imaginario público que rivaliza con el de futbolistas, celebridades y estrellas de rock. Acaso debido a lo mismo, tampoco en excentricidades se quedan atrás, y a menudo sus delirios se extienden más allá de los confines planetarios, soñando con fundar colonias en Marte o crear relojes que continuarán marcando el tiempo a lo largo de la eternidad. Si bien estos despliegues megalomaníacos en un sentido distraen la atención de los efectos reales que produce el sistema que les permite concentrar a tales grados la riqueza –pues entre la filantropía y las fantasías futuristas se consigue transmitir una imagen de preocupación social y buena onda generalizada–, en cierto sentido resultan un tanto inocuos, y resulta hasta divertido imaginar a Jeff Bezos volando por el espacio en el cohete de su compañía espacial, como sucederá próximamente, imaginando estrategias de marketing para apoderarse de otro tanto más de cuota de mercado.
Pero existe otra idea común a prácticamente todos los multimillonarios de empresas tecnológicas, consistente en fundar ciudades o territorios autónomos privados, que fungirían como una nueva especie de feudos con normas propias, donde pudieran escapar lo más posible a la regulación o injerencia gubernamental. La fantasía más común consistía en adquirir islas, pero ahora por ejemplo Elon Musk se ha hecho del pueblo de Boca Chica en el sur de Texas, para fundar una suerte de ciudad privada llamada Starbase, y varios de sus pares se encuentran desarrollando proyectos similares. Lo curioso es que una búsqueda simple en internet arroja cientos de artículos que detallan cómo estas megacorporaciones ponen en práctica toda suerte de artilugios fiscales para prácticamente no pagar impuestos, y abundan también las crónicas del horror laboral que padecen empleados a los que literalmente se les monitorea el tiempo que tardan en ir al baño. Entonces: ¿de qué regulación exactamente es de la que quisieran escapar con la fundación de sus ciudades privadas? O, dicho de otro modo: ¿qué más quieren que el actual orden de cosas no les permita ya tener o realizar?
En todo caso, podemos imaginar una istración muy eficiente, apoyada en algoritmos de buena gobernanza, que detecten si el número de likes es particularmente bajo en alguna zona de la ciudad, para poder enviar a un escuadrón policiaco (en chanclas y camiseta, por supuesto) a verificar si los niveles de dopamina se encuentran en el umbral correcto, o si en su defecto los habitantes de dicho barrio deben pasar más tiempo en la alberca de pelotas para poder relajarse. Las apps de ligue tendrán tal información de los s que de tan infalibles enterrarán para siempre el concepto de amor a primera vista, y en general las vidas de los habitantes de estos feudos corporativos serán tan parametrizadas, felices e integrales, que se impondrán como el modelo a seguir de organización sociopolítica, con lo que los gigantes de Silicon Valley acabarán de una vez por todas de mejorar irreversiblemente a la humanidad. Amén.
Eduardo Rabasa