Aunque es cierto que el poder y la influencia globales de la Iglesia católica han disminuido en las últimas décadas, no hay duda de que, aunque sea en el plano de lo simbólico, sigue jugando un rol importante en el escenario político y espiritual del mundo. Algo ha estado sucediendo en las entrañas del Vaticano desde la asunción de Francisco que ha hecho que la Iglesia acepte una verdad incontrovertible: o se adaptan a los cambios y exigencias de la sociedad o difícilmente podrán sobrevivir.
La elección de Robert Francis Prevost, oriundo de Chicago, de padre francés y madre española, asume el pontificado para suceder a Francisco, un papa reformador que intentó abrir las puertas de la Iglesia hacia sectores históricamente excluidos o relegados a segundo plano –la comunidad LGBTQ+ y las mujeres-, limpiar las opacas finanzas de la Iglesia de Cristo a la par que hizo esfuerzos por esclarecer los innumerables escándalos de abuso sexual dentro del clero. A Prevost, bajo el nombre de León XIV, parece que le tocará consolidar ese legado.
El nuevo pontífice, aunque de origen estadounidense, también tiene nacionalidad peruana, y realizó gran parte de su vida pastoral en la diócesis de Chiclayo, una ciudad cerca de la costa, al norte del Perú. Su conexión con América Latina es fuerte y así se vio en su primer mensaje al mundo, dando un mensaje en español, italiano y latín, desde el balcón de la Capilla Sixtina.
Para muchos, su perfil se traduce en alivio y en continuidad a la ruta que estableció Bergoglio, pero los desafíos de León XIV no son pocos ni menores. Se enfrentará a una iglesia dividida, a una Europa amenazada por el fantasma de la guerra y con profundas divisiones políticas y sociales y a un mundo occidental ultraconservador, nacionalista y hostil con el migrante. Esta última cuestión es relevante porque la migración fue una bandera de lucha de su antecesor.
Además, al igual que León XIII, Prevost se enfrentará a un importante cambio tecnológico y político. La irrupción de la inteligencia artificial y si sus aún insospechadas consecuencias, así como el reajuste de las potencias hegemónicas en el mundo suponen una serie de cambios sociales, económicos y políticos que transformarán a la humanidad. Y aún es incierto cuál será el rol de las religiones tradicionales en esa nueva ecuación.
No es casualidad entonces que ante un escenario tan retador, la religión con mayor número de seguidores en el mundo haya elegido a un hombre que parece ser la antítesis de los liderazgos que dominan actualmente la escena global.
Al primer papa estadounidense de la historia le tocará la ardua labor de establecer el mapa de ruta que seguirá la Iglesia a la que dirige: recuperar su posición de liderazgo global o sumirse en la total y absoluta irrelevancia. Lo veremos con el tiempo.