Política

Se necesitan operadores políticos

LUIS M. MORALES
LUIS M. MORALES

Si fuera un local comercial, el gobierno de la 4T tendría un letrero en sus vitrinas que diría: “Se necesitan operadores políticos”. Y no porque el negocio haya nacido trunco, sino porque los desafíos se han multiplicado.

El diseño original del gabinete de Claudia Sheinbaum deposita esencialmente en la propia Presidenta las tareas fundamentales de la operación política, la relación con los poderes formales y los fácticos (gobernadores, dueños del dinero, sindicatos, generales, etc.). La Secretaría de Gobernación, encabezada por Rosa Icela Rodríguez, asumió un papel más de “cerradora” de negociaciones que de estratega, una oficina para concretar los acuerdos definidos por la mandataria. En ese sentido, se desechó el diseño al que se había recurrido durante la campaña, durante la cual Juan Ramón de la Fuente funcionó como una especie de segundo al mando del equipo. Para el inicio de su gobierno, Claudia Sheinbaum prefirió concentrar todas las tareas de representación, vocería y estrategia, prácticamente sin intermediaciones.

Tal esquema de centralización no carece de lógica. Ella necesitaba una inmersión absoluta en los diversos frentes y responsabilidades políticas que conlleva la presidencia. Para delegar tareas inteligentemente, primero se necesita conocerlas en profundidad. La formación científica y la personalidad metódica de Sheinbaum la han convertido en una excelente a. Aunque no procede de las ciencias económicas, es evidente que maneja con soltura el mundo de las finanzas públicas. Por lo demás, el grueso de su equipo de confianza se ha concentrado en estas áreas.

Esto no significa que sea neófita en materia política. Nació en un hogar politizado, fue activista en la universidad y militante toda su vida. Los retos como delegada en Tlalpan o jefa de Gobierno de la capital entrañan una carga política evidente. Es errónea la visión de quienes atribuyen ingenuidad política a Sheinbaum simplemente por venir del terreno científico o técnico; posee la sensibilidad política de una veterana.

Sin embargo, necesitaba de esa inmersión en la política nacional y un o directo con los poderes reales durante los primeros meses de su presidencia. Primero, porque sus responsabilidades como alcaldesa de la capital la mantenían ajena a buena parte de la dinámica nacional, particularmente en otras regiones. Tenía que conocer de viva voz las tensiones y la correlación de fuerzas de cada lugar. Segundo, porque necesitaba establecer su liderazgo sobre el mosaico en el que se fragmenta el poder a lo largo de la geografía nacional. Era necesario construir una relación fluida con cada gobernador, con los empresarios, con líderes sindicales y con los hombres y mujeres fuertes de cada región. Pero, sobre todo, tenía que asegurar, en el terreno, su preeminencia como piloto de la nave en la que viajamos todos.

Había razones para centralizar el ejercicio político del gobierno en su persona durante los primeros meses. Sin embargo, creo que es momento de revisar esta premisa, al menos parcialmente. Los frentes abiertos se han multiplicado, entre otras razones, por un contexto económico y político cargado de nubarrones. Con pocos recursos para tantas expectativas, se exigirá un enorme esfuerzo para gestionar, resolver, neutralizar o postergar demandas con los más variados actores sociales, económicos y políticos. Hay un límite a las capacidades de la presidenta, o de cualquier persona, para desdoblarse. En algún momento, el “costo de oportunidad” (estar en un lugar y no en otro) comienza a pasar factura.

Incluso López Obrador lo entendió así en la segunda mitad de su mandato, cuando nombró a Adán Augusto López como secretario de Gobernación, luego de las elecciones intermedias en las que hubo derrotas inesperadas. Como se recordará, durante el primer trienio, esta oficina tuvo un papel más cercano a una vicepresidencia de relaciones públicas, en manos de Olga Sánchez Cordero. Por el contrario, Adán Augusto asumió otras atribuciones para aliviar la carga del presidente, particularmente en la relación con gobernadores y otros actores de poder.

El problema para Claudia Sheinbaum es que encontrar operadores políticos resulta más fácil decirlo que conseguirlo. Como en el fútbol, una estrategia de juego solo tiene sentido si se encuentran los jugadores con las habilidades necesarias para llevarla a cabo. De lo contrario, se convierte en una pésima idea. Lo que menos se necesita son alfiles como los actuales coordinadores en las cámaras (el propio Adán Augusto y Ricardo Monreal), dados a prácticas viciosas de la vieja política, caudillos ensimismados en sus propios intereses.

Claudia carece en el terreno político de una pieza similar a lo que Omar García Harfuch representa en el área de la seguridad pública: un conocedor profundo de la materia, con amplio reconocimiento entre la comunidad, eficaz y absolutamente leal a la Presidenta. Los cuadros más experimentados del gabinete o de sus equipos ampliados, como Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Mario Delgado, Javier Corral, Martí Batres o Cuauhtémoc Cárdenas, por mencionar algunos, en principio no parecen ser ideales para ocupar el papel de operador político central, aunque algunos de ellos no son descartables. No es fácil porque proceden de otra fracción del movimiento, han sido rivales de la presidenta o porque serían recibidos con desconfianza por sectores clave del obradorismo.

Encontrar a la persona adecuada no es fácil, pero tampoco imposible. El caso de la joven empresaria Altagracia Gómez, que no estaba “en el radar” de la escena pública hasta hace poco y que hoy coordina aspectos fundamentales de la relación con la iniciativa privada, muestra una posible vía. Es decir, la búsqueda de un cuadro fresco. Otra opción podría ser un gobernador o ex gobernador con quien la presidenta se sienta cómoda.

Los atributos de la persona elegida son importantes, pero la confianza que la Presidenta le otorgue a ojos del resto de los actores es aún más crucial. El éxito o el fracaso de un operador para descargar al soberano de una parte de sus tareas depende de la certeza que tengan los demás en la confianza de los acuerdos alcanzados. La CNTE exige sentarse con la Presidenta para llegar a una negociación porque asume que la Secretaría de Gobernación no tiene capacidad para resolver sus problemas. El peso que adquirió Adán Augusto López no residió en sus capacidades personales, bastante limitadas por lo demás, sino en la percepción de los gobernadores de que todo lo conversado con él sería reconocido por la presidencia.

En suma, definir criterios, dar seguimiento, corregir errores, responder a ataques y ofrecer explicaciones en tantas pistas simultáneas supone un desgaste físico, pero sobre todo político. Esta es la razón de fondo. Al ser la responsable directa de toda acción y de toda respuesta, la presidenta se niega a sí misma el útil recurso de tener un fusible para quemar en caso de un error mayúsculo o de la necesidad de un giro repentino. Para eso también sirven los operadores políticos. Asumir ella misma la defensa de su gobierno en cada situación polémica entraña un enorme riesgo, más allá de la habilidad de Sheinbaum para salir al paso en cada mañanera. Sin embargo, el desgaste será inevitable.


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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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