
Siempre estuvo acompañada de la palabra.
Incluso en los momentos de mayor soledad.
Cuando los tropiezos de sus relaciones más emocionales parecían derribarla, la palabra.
Cuando la identificación de las injusticias en contra del mundo indígena, la palabra.
Cuando el convencimiento de la necesaria vía femenina, la palabra.
Cuando la indignación ante el abatimiento de las más jóvenes y puras manifestaciones de libertad, la palabra.
Cuando el encuentro de la imaginación y la página en blanco, la palabra.
Así florecieron los años de Rosario Castellanos (1925-1974) hasta que un accidente absurdo la privara de la existencia muy lejos de su tierra, acompañada solo de su pequeño hijo.
Truncándose a un tiempo vida y obra, ahora celebradas en oportunidad del centenario de su nacimiento, casi un acontecimiento de la cultura nacional.
En buena hora para esta “mujer de palabras”, como bien la identifica la vehemente investigadora literaria Andrea H. Reyes que, durante varios años, emprendió la tarea de compilar la obra ensayística y periodística de Castellanos.
El primer resultado fueron tres tomos publicados hace veinte años por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y ahora reunidos en dos por el FCE y la UNAM, adicionando algunos textos no incluidos entonces.
Los nuevos libros comienzan con artículos de Castellanos publicados hacia finales de los 40 del siglo pasado y concluyen con su última colaboración periodística en el diario Excélsior, con fecha 26 de agosto de 1974.
Imaginarán los y las lectoras el montón de temas y tratamientos incluidos acerca de las preocupaciones centrales de su autora.
Siempre también una postura explícita ante ellos de parte de Castellanos, y que en una anterior reunión, José Emilio Pacheco anotaba:
“Cuando se relean sus libros se verá que nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de mujer y mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente, no supimos leerla”.
A manera de corrección (ahora tenemos dos mejores libros y más posibilidades para acercarse a la obra de la autora, no sólo en la coyuntura de lo escrito sino en la panorámica de su producción completa) la nueva edición de Mujer de palabras se divide en los años que van de 1947 hasta el 1968 y de 1969 hasta el año de su muerte, en Tel Aviv.
Periodización a la que habrá que insertar las datas de sus obras narrativas, poéticas y dramatúrgicas (por suerte el mismo FCE tiene casi la totalidad de la obra reeditada con constancia).
Dónde se detendrán las y los lectores de la nueva versión de Mujer de palabras.
Lo cierto es que habrá sitio para cualquier interés.
Sin duda.
Entre Spota, Zepeda, Duras y Tolstoi, Sor Juana y Balzac.
De sus escritos a Elías Nandino (1956) donde le advierte del descubrimiento del teatro guiñol como “el más eficaz de los medios persuasivos” para acercarse a las comunidades indígenas hasta la conocida “Carta a las Reyes Magos: el rumor vence a la verdad”, del 6 de enero de 1969, tiempos de generalizado trauma en todo el país.
Un texto que conocida la ferocidad con la que el régimen respondió a “un pleito estudiantil” no sabemos bien cómo, casi sesenta años después, pudo sortear la censura y la supresión.
“¿Qué ha pasado aquí?”, preguntó Castellanos.
“¿O es que aquí no ha pasado nada? ¿Se puede llamar democrático a un régimen en cuya cúspide reina el misterio y en que la verdad es patrimonio de unos cuantos iniciados que cuando hablan es como por enigmas? ¿Puede existir una participación en la vida política, ya no digamos de una mayoría que carece totalmente de información?”
Cuatro años después, en diferente tono, la misma autora, escribirá:
“Mira, le digo a Gabriel [su hijo], señalando a la luna que continúa su sereno curso más allá del nubarrón de cuya sombra no queda ni la más leve cicatriz”.
“Y Gabriel mira. Con gravedad. Porque es ya otra luna y es ya otro niño. Y yo no soy más que una madre que no ha podido dar a su hijo más que lo que tenía: un poco de verdad, que es como la sal que queda cuando se han evaporado las lágrimas. Sal que duele cuando se frota contra la carne viva de las heridas. Sal que sazona el alimento con el que se sustenta nuestra reciedumbre”.
Mujer de palabras.
Centenaria y presente Rosario Castellanos.