La baja participación en la jornada electoral de este domingo, representa un duro golpe de realidad para el gobierno federal morenista, y si fueran honestos la cancelarían por falta de legitimidad, porque ninguno de los cargos en disputa llega con el respaldo popular.
Por supuesto que ese el deber ser, pero mañana desde muy temprano, nos venderán la falsa idea de que la elección fue un gran ejercicio democrático, y no se que tantas justificaciones más.
En lo personal no acudí a votar, por la sencilla razón que desconocía por completo el nombre de los contendientes, y eso de marcar al azar la boleta tampoco se me hacía honesto, porque eso lo hice alguna vez en un examen de la preparatoria y me fue como en feria.
Recuerdo que aquella ocasión, las últimas preguntas no alcancé a estudiarlas indebidamente, debo reconocer, porque en esos años era mi única obligación y estaba incumpliendo al esfuerzo que hacían mis padres para darme el estudio.
Por eso me prometí nunca volver a hacerlo, porque eso es fallarme a mi mismo y en aquel entonces a mis padres, eligiendo al "de tín marín de do pingüé", cuando la vida se trata de decidir de manera responsable.
¿O acaso se debe elegir una carrera profesional sin analizar antes los pros y contras? ¿O se puede seleccionar a la esposa o esposo de un catálogo? Nadie en su sano juicio haría eso.
El colmo es que ya entrada la tarde, la Sala Superior del Tribunal Electoral, determinó que nada impedía a los ciudadanos acudir a las urnas con un "elemento físico o electrónico en los que se indiquen las candidaturas de su preferencia".
La justificación fue que como se trataba de una elección compleja, se permitirá ese tipo de "apoyos" para que la gente pudiera emitir su voto, con la única condición de que no la exhibiera ante todos y lo hiciera en la intimidad de la casilla.
En opinión de millones de mexicanos este proceso se debería anular, y volver a realizarlo cuando haya las condiciones y los procesos que garanticen su transparencia.
Como eso no va a suceder, tendremos que pagar los errores de la improvisación y la voracidad de los políticos en turno que como en la película del pinche Varguitas (La Ley de Herodes 1999), van por todo el poder.