Me parece increíble que con el pasar de los años en mi o con las adicciones, la codependencia y algunos otros trastornos, se sigue repitiendo la fórmula destructiva que tanto daña a los seres humanos en todos los ámbitos: los resentimientos y la amargura.
La primera vez que leí sobre este tema me parecía que era una especie de exageración para crear consciencia, cuando en los libros de Alcohólicos Anónimos decían que los resentimientos son veneno puro para los enfermos de alcoholismo.
Hoy, creo que se quedaron cortos. Los resentimientos generan amargura y son veneno puro para cualquier ser humano que lo limitan en su desarrollo en todos los sentidos de su existencia, además de ser una de la causa principal del odio, la discordia y los conflictos entre las personas.
En una interesante conferencia a la que asistí la semana pasada, decía con mucha autoridad quien impartía (me reservo el nombre por respeto al grupo organizador), que las personas llenas de resentimientos normalmente juegan el papel de víctimas, no han podido asumir su responsabilidad en las diversas circunstancias de la vida y, están completamente lejos de Dios porque están llenos de amargura.
Con todo el respeto que las personas ateas o agnósticas me merecen, sin entrar en controversia sobre el tema de Dios en este texto, me parece que la frase tiene mucho de razón y me recuerda alguna terapia de grupo que tuve hace algunos años en una clínica de adicciones en la que les decía a los internos que nadie que estuviera lleno de soberbia, egocentrismo y orgullo, podía permitirle un espacio en sus vidas al Poder Superior (como lo llaman los grupos de 12 pasos), por la sencilla razón de que estaban ocupados en sí mismos.
Una persona que pasa por la vida quejándose de todo, sintiéndose la víctima de todos y echándole la culpa a todos, como si no hubiera nada que agradecer por mínimo que pudiera ser o como si no tuviera ninguna responsabilidad en la consecuencia de sus actos, suele ser esa persona llena de amargura y vacía del alma, como desafortunadamente hoy abundan.
Volver los ojos a lo positivo que existe a nuestro alrededor, perdonar, aceptar la realidad, itir nuestra responsabilidad en lo que la vida nos va presentando y sanar las heridas antes de que se conviertan en resentimientos, es una forma de poder transformarnos y cambiar el camino que nos lleva de las tinieblas a la luz de la alegría de vivir.