DOMINGA.– Casi todos los casos que armó la extinta policía de espionaje –la Dirección Federal de Seguridad (DFS)– estaban repletos de mentiras. Aún hoy es difícil saber qué detalles son verdad y cuáles no. Pero según su versión, el 7 de mayo de 1975, a las 6 de la tarde, rodearon la casa del No. 57 en la calle Hermenegildo Galeana, en Atizapán de Zaragoza. Iban tras un grupo de “guerrilleros” de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Los agentes de la DFS no iban acompañados de cualquier policía aquella tarde, era un escuadrón de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia, corporación de la Dirección General de Policía y Tránsito que durante los últimos años había torturado y montado investigaciones en contra de cualquiera que pudiera ser enemigo del Estado.
Un informe, elaborado por los agentes que participaron en el operativo, cuenta que ese 7 de mayo se les invitó a salir a los ocupantes de aquella casa en la colonia Juárez. Por supuesto que ellos se rehusaron. Así que los agentes tuvieron que “abrir fuego a discreción” y lanzar gases lacrimógenos. Una hora y quince minutos duró el tiroteo, hasta que salieron por su propio pie.
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Una vez desarmados pudieron entrar a la casa que funcionaba como imprenta, no sólo localizaron guerrilleros, sino algo que le importaba más al presidente Luis Echeverría Álvarez. Un miembro del comité de prensa que editaba el periódico Madera, creado por la Liga Comunista 23 de Septiembre. Una publicación clandestina que buscaba sumar simpatizantes o sensibilizar a los lectores sobre la revolución socialista que emprendían. Llegaron a armar tirajes de hasta 70 mil ejemplares.
Esa tarde fue detenido en la casa de Atizapán el señor David Jiménez Fragoso, un impresor que trabajaba en el oficio hacía más de 15 años, junto con otros tres integrantes de la Liga, todos muy jovencitos. Como en toda causa que armó la DFS, aseguraron que no se los llevaban por la propaganda, sino por el arsenal de explosivos conectados a la luz eléctrica, pistolas 38 súper, una de 9 mm y dos granadas.
Hoy los informes que elaboraron los agentes de espionaje, paradójicamente, se han convertido en el último rastro del señor David: mientras los demás fueron presentados ante un juez de Distrito, él no. David Jiménez Fragoso sigue desaparecido. Durante cuatro años la familia lo buscó, hasta que un día de 1979, la DFS informó llanamente: “murió en fuego cruzado el día del enfrentamiento”, sin dar más razón del cuerpo.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye la historia del impresor David Jiménez Fragoso, que según la DFS murió pero que sus propios informes revelan una verdad aún más atroz.
Una familia perseguida por el Estado mexicano

Aunque la DFS aseguró que murió el día de su detención, informes internos demuestran que al menos hasta el mes de julio de 1975, el señor David estuvo vivo en centros de tortura clandestina. “Había mucha saña a la familia porque el gobierno le tenía rabia y coraje a mi papá”, dice Alejandra Cartagena, nieta del impresor. Y es que él no era cualquier maestro de impresión.
El señor David era el padre de El Chano, David Jiménez Sarmiento, líder histórico de la Liga Comunista 23 de Septiembre y un objetivo importantísimo para el gobierno del presidente Echeverría. Habría estado involucrado en el intento de secuestro a Margarita López Portillo, hermana del sucesor de Echeverría. El Chano sería asesinado por el Estado Mayor en las calles de la colonia Condesa, el 11 de agosto de 1976.
En los años siguientes, la venganza del gobierno priista se extendió a otros de la familia de David Jiménez Fragoso: Teresa Hernández Antonio, entonces esposa de su hijo mayor, ejecutada extrajudicialmente el 15 de junio de 1975 en Ciudad Universitaria (CU). Ángel Delgado Sarmiento, primo, también fue desaparecido junto con su esposa, Olivia Ledesma Flores, el 6 de julio de 1977.
Carlos Jiménez Sarmiento, otro hijo del impresor, estuvo preso seis años y fue ejecutado luego de salir libre en 1978, después de que Francisco Sahagún Baca, exjefe policiaco le advirtiera que algún día iría por él; y finalmente Joaquín Porras Baños, esposo de la hija del impresor, Lilia Jiménez Sarmiento, también asesinado por la policía.
Morir o desaparecer: el destino de la Liga Comunista 23 de Septiembre

Aunque la DFS aseguró que David Jiménez Fragoso fue asesinado ese 7 de mayo de 1975, un informe resguardado por el Archivo General de la Nación, firmado por el propio Luis de la Barreda, entonces director de la agencia, da evidencia de lo contrario. Ahí se anexa una declaración del señor David donde cuenta que había nacido 44 años antes y había estudiado hasta la primaria. Que sus padres fueron el señor Luciano y la señora Dionisia, que tenía otros seis hermanos; que a los 18 se había casado con Gloria Sarmiento y con ella había tenido seis hijos; que el hijo mayor llevaba su nombre, David Jiménez.
En esa primera declaración dijo que la mitad de su vida había sido impresor, hasta que sufrió un accidente en la imprenta Moore-Business, cuando una guillotina le cortó una mano y parte del antebrazo derecho, lo que le causó un severo trauma psicológico. Esto le impidió seguir en el oficio por algunos años después del accidente. Hasta el mes de enero de 1974, cuando su hijo mayor lo invitó a unirse a un movimiento disidente del que ahora era parte: La Liga Comunista 23 de Septiembre.
“Mi abuela nos platicó que en una ocasión iban al cine y cuando iban caminando, salió algo de la Revolución Cubana y que mi abuelo dijo ‘nosotros aquí tan tranquilos y [allá] está pasando esto’. Mi abuela sí dice que la entrada a la Liga fue una decisión de familia”, recuerda Alejandra, su nieta.
Su hijo David le presentó a otro joven, Jorge Manuel Torres Cedillo, entonces responsable del comité de impresión de la Liga en la Ciudad de México. “Querían empezar a hacer un periódico y pues él tenía la capacidad y la experiencia y el conocimiento. Mi abuelo empieza a enseñarles en otras partes del país”. Según la transcripción de su declaración, durante meses estuvo trabajando en una casa de seguridad en Texcoco, donde trabajó revelando rollos fotográficos e imprimiendo el periódico Madera.
Para abril de 1974, regresó a la Ciudad de México donde empezó a recibir cursos de Marxismo. Ese primer reporte de la DFS incluso adjunta una fotografía que parece ser del día de su ingreso a las instalaciones de la agencia: llevaba una camiseta que parece blanca y mira de frente.

El 23 de mayo de 1975, dos semanas después de su detención, David Jiménez Fragoso volvió a ser interrogado. Esta segunda declaración es la segunda prueba de que no murió en el supuesto fuego cruzado. Tras días de tortura habló de su hijo, de la lucha revolucionaria que encabezaban él y su nuera Teresa; que tenía dos nietecitos que ahora cuidaba su exesposa Gloria; que otro de sus hijos, Carlos, estaba recluido en una cárcel preventiva desde hacía tres años por ser parte del movimiento.
El testimonio de sobrevivientes, como José Luis Moreno Borbolla, aseguraron que habían visto y reconocido al impresor a mediados de junio de 1975 (un mes después de su detención) en las celdas del cuartel del Batallón de Granaderos de Tlatelolco, en la Ciudad de México, que hoy se sabe sirvió como centro de tortura clandestina durante la Guerra Sucia. Otra evidencia más de que no murió en la detención de la imprenta, si no que estuvo bajo custodia de elementos de la DFS, mantenido con vida y torturado al menos un mes después, que se pierde su rastro. Hoy todavía lo busca su familia.
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Una persecución en Ciudad Universitaria
El 15 de junio de 1975, sólo dos semanas después de la última declaración que rindiera David Jiménez Fragoso, se organizó una exhibición de perros en Las Islas, ese jardín central al lado de la Biblioteca Nacional, que es Patrimonio de la Humanidad, en el campus CU de la UNAM. Eran las 10 de la mañana cuando agentes de la DFS y la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia ingresaron a las instalaciones universitarias, tenían información de un encuentro de integrantes de la Liga Comunista.
Los detalles de ese día son escasos pero, más tarde, el gobierno mexicano aseguraría que cuando fueron descubiertos cerca de Las Islas, uno de los guerrilleros sacó su arma y les lanzó unos disparos para luego darse a la fuga. Impune como operaba por esos años la policía, puso en riesgo a más de mil 500 estudiantes y personas que visitaban la exposición de perritos. Ese mismo día la propia DFS acosó a cientos de estudiantes a través de agentes infiltrados para saber qué vieron y la respuesta fue inminente:
Dos personas jóvenes, un hombre y una mujer, corrían desesperados intentando escapar de tres hombres que parecían policías. A sólo dos metros de distancia y por la espalda, les dispararon. Sin embargo, lo peor de esta historia es que cuando les alcanzaron y, a pesar de estar heridos sobre el pasto, les dieron el tiro de gracia en la cabeza y por la espalda, frente a los estudiantes. Esa mañana fueron asesinados Teresa Hernández Antonio –la entonces esposa de El Chano– y Adolfo Lozano Pérez, militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Una nota de prensa de esa época recuerda esos momentos: los estudiantes corrían nerviosos mientras los perritos ladraban y trataban de escapar de Las Islas. Tras asesinarlos, los policías cortaron cartucho y levantaron su arma apuntando al cielo mientras gritaban a los estudiantes: “¡atrás todos!”. Esa noche el médico perito José Huerta González corroboró la versión de los testigos: a Teresa le dieron nueve tiros por la espalda y a él, cinco. Aunque omitió mencionar en su informe el tiro de gracia en la cabeza.
Por supuesto que, en sus informes posteriores, aseguraron que llevaban cuatro granadas de mano. Los reportes de la DFS también exhiben que ni muertos dejaron de acosarlos: hasta el panteón de Los Reyes se infiltraron para documentar quienes asistían al sepelio. También elaboraron un árbol genealógico de la familia Jiménez Sarmiento para poder vigilar de cerca las actividades de todos, hermanos, padres, primos.
Ese mismo año la DFS iría por más integrantes de la familia del impresor: Joaquín Porras Baños, esposo de Lilia Jiménez Sarmiento, la hija del señor David, fue detenido por la DFS y murió en circunstancias violentas.
La desaparición de Leticia y ‘El Chano’
En agosto de 1976, Leticia Galarza Campos, de 23 años, estaba embarazada. Su bebita era de David Jiménez Sarmiento, el líder del grupo al que ella se había unido meses antes en Ciudad Juárez, Chihuahua. El Chano afinaba los últimos detalles del secuestro a Margarita López Portillo, la hermana del presidente electo en ese momento, José López Portillo. Sería raptada durante su visita a su madre, en la colonia Condesa.
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Pero todo salió mal. El 11 de agosto, el intento de secuestro terminaría en el asesinato del Chano. Por supuesto que las autoridades aseguraron que ocurrió en fuego cruzado. Alejandra Cartagena, su hija, me cuenta que eso es parcialmente verdad. Aunque El Chano recibió impactos de bala durante estos acontecimientos, muchos años después se sabría la verdad. “Cuando muere mi último tío, mi abuela mandó a sacar los restos de mi papá y de mi otro tío. Y pues vieron que sí tenía el tiro de gracia”.
Han pasado 49 años desde que El Chano fue asesinado por el Estado Mayor en la colonia Condesa y Alejandra Cartagena, la bebé que Leticia llevaba en el vientre, es idéntica a ella: tiene el cabello negro y lacio y los ojos igual de chinitos. Se llama Alejandra en honor a la mejor amiga de su madre, pero también a la primera esposa de su padre, Teresa, la que asesinaron en CU, quien era conocida como “Alejandra” dentro de la Liga.
Alejandra es gentil con su historia. Pero eso no evita que después de tantos años haga silencios y se le vengan las lágrimas al recordar la saña con la que el Estado desapareció a su familia. Aunque me da la impresión de que la historia más dolorosa es la de su madre.
Para enero de 1976, aunque El Chano fue asesinado, Leticia Galarza Campos seguía activa en la Liga Comunista 23 de Septiembre. Por esos días vivía en una casa de seguridad con Mario Álvaro Cartagena López, otro integrante de la Liga. La persecución a la familia Jiménez Sarmiento se había vuelto intensa durante ese año e incluso ya había sido detenida toda la familia, antes de que llegaran a la casa de Atizapán acusándolos de “guerrilleros”.

Estos hechos hicieron que meses después, Mario Álvaro llamara a su madre, la señora Graciela, que vivía en Guadalajara, y le hiciera una petición inusual: quería que viajara al D.F. a recoger a una bebita. Un día de 1977 su madre la entregó en una de las terminales de autobuses de la ciudad.
“Mi mamá Graciela platicaba que llegó con juguetes, con una cunita y conmigo cargando una cobijita. Me dijo que se le hizo muy chistoso porque, cuando me entregó, se le veía la pistola a mi mamá. Nada más nos fuimos con la cobijita envuelta y la pañalera”. La señora Graciela contó que las últimas palabras de Leticia fueron que su hija no fuera a pensar que ella era una mala persona, pero que no podía irse con la niña.
El último paradero de Leticia está registrado el 18 de febrero de 1978. Fue en esa fecha cuando la detuvieron en una casa de seguridad e interrogada más tarde por agentes de la DFS.
“Me platican que cuando detienen a mi mamá, la sacan de la casa y traía un bulto que ellos pensaban que era yo, pero no, eran armas. La gente le avisó a mi abuela [Gloria, la mamá del Chano]. Entonces, hubo un tiempo en que mi abuela me buscaba como desaparecida”. Lo que su abuela no sabía era que unos meses antes su nieta había sido trasladada a Guadalajara, con la familia de Mario Álvaro Cartagena.
La pista de qué pasó con su madre podría estar en las fotografías que le tomaron en la DFS: lleva el pelo corto, parece tusado, y una mirada de terror. “Se nota que tiene sus ojitos, muy asustada”, dice su hija. Parecería que, como acto de maldad, la DFS agregó en el informe otra fotografía de su madre sonriente, feliz, junto a un arbolito de Navidad y con Alejandra en la panza. Se sabe que Leticia fue trasladada al Campo Militar No. 1, el último lugar en el que fue vista con vida. Su madre sigue desaparecida.

“El Estado no te quita sólo a una persona, te quitan tu historia”
Alejandra dice que nunca ha podido entenderlo o explicarlo pero desde muy pequeña sabía que no era hija de los Cartagena, aunque le habían dado su apellido. Hasta que, a los cinco años, gracias a la información proporcionada por sobrevivientes de la Guerra Sucia, su tía Judith se apareció en su casa de Guadalajara y le soltaron la verdad.
Unos años más tarde, cuando tenía 12 años, Mario Álvaro Cartagena quien había logrado sobrevivir a la Guerra Sucia, le dijo: “¿Quieres ver una foto de tu papá?”. Ella respondió que sí y Mario sacó un ejemplar de la revista de nota roja ‘Alarma!’, donde se anuncia su muerte con fotos explícitas. “Fue difícil, fue doloroso, conocer a mi mamá y a mi papá por lo que hablaban los demás”.
Más de 40 años después, aún se investigan sus casos, sin que haya llegado la justicia. En el caso de su abuelo, llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Yo les digo que cuando desaparecen a alguien, el Estado no sólo te quita a una persona, te quita tu historia y evidentemente son cosas que te marcan y te atraviesan todo el tiempo…”.
Paolo Sánchez Castañeda contribuyó en la búsqueda de este archivo
GSC/LHM