El control territorial del narcotráfico va más allá del tráfico de drogas. En diversas regiones del país, grupos criminales han establecido estructuras de poder paralelas, regulando la vida social, económica y hasta política de comunidades enteras.
La presencia del narco no siempre se manifiesta con violencia visible, pero sí con un dominio silencioso y constante. Este fenómeno, complejo y arraigado, responde a múltiples factores que se entrelazan.
En MILENIO te contamos cinco claves para entender la problemática.
Plazas estratégicas del narco
El dominio territorial del narcotráfico en México es el resultado de décadas de abandono estatal y desigualdad estructural.
Regiones como el Triángulo Dorado —Sinaloa, Durango y Chihuahua— y Tierra Caliente — Michoacán, Guerrero y Estado de México— ofrecieron condiciones ideales para el crecimiento del crimen organizado debido a su geografía montañosa, la débil presencia gubernamental y comunidades marginadas que encontraron en la producción y tráfico de drogas una forma de subsistencia.
Con el tiempo, estas zonas dejaron de ser simples corredores para el paso de sustancias ilícitas y se convirtieron en plazas estratégicas para el narcotráfico.

Narco al sur: la silenciosa conquista que expulsó a comunidades enteras
La llegada del crimen organizado al sur del país comenzó con una presencia discreta. Con el paso del tiempo, esa presencia se transformó en control directo, imponiendo reglas sobre horarios, cobros obligatorios y restricciones a la movilidad de los habitantes.
La frontera de Chiapas con Guatemala, considerada por la DEA desde 1998 como un corredor estratégico, se convirtió desde 2021 en una zona de fuerte disputa entre organizaciones criminales, que buscan controlar mercancías, personas y servicios, afectando gravemente la vida de la población local.
Organizaciones civiles han documentado el uso creciente de violencia extrema para consolidar ese control territorial.
El miedo como arma silenciosa en el control territorial del narco
El miedo es una herramienta fundamental que los cárteles de drogas emplean para controlar territorios en México, especialmente a través de la extorsión en la economía local.
La llamada “economía del miedo” sostiene su poder al exigir pagos periódicos —el “cobro de piso”— a comerciantes, transportistas y productores, quienes temen represalias como secuestros, incendios o asesinatos.
Este mecanismo permite a las organizaciones criminales mantener un flujo constante de ingresos sin necesidad de presencia física continua, ya que su reputación y la impunidad con que actúan generan obediencia y sometimiento.
Negarse a pagar puede significar el cierre violento de negocios y amenazas directas a sus propietarios, consolidando así el control del narco mediante el terror.
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El dominio criminal en el cruce México-Estados Unidos
La frontera entre México y Estados Unidos se ha convertido en una zona crucial y altamente disputada por los cárteles de drogas.
Más allá de ser un punto migratorio, este territorio estratégico permite a los grupos criminales controlar rutas, imponer cuotas y regular el flujo tanto de personas como de mercancías ilegales, consolidando así su poder en la región.
En años recientes, el tráfico de migrantes se ha convertido en una fuente importante de ingresos para los cárteles.
Este negocio paralelo no solo tiene fines económicos, sino que también les permite monitorear movimientos de autoridades y crear distracciones que facilitan el paso de drogas, armas y dinero, fortaleciendo su dominio y su capacidad para evadir operativos.

Violencia cotidiana y sus impactos: efectos psicológicos del control del narco
Numerosos estudios han demostrado que vivir en un entorno de violencia constante tiene un impacto profundo en la salud mental de las personas.
En 2005, la psicóloga mexicana María Elena Medina Mora Icaza señaló que las consecuencias de la violencia pueden manifestarse en trastornos severos como depresión, ansiedad generalizada y trastorno por estrés postraumático (TEPT).
Además, Medina Mora destacó que no todas las afectaciones son evidentes como TEPT; muchas personas experimentan problemas en su funcionamiento social, síntomas físicos y dificultades psicosociales que persisten por años, afectando su calidad de vida sin desarrollar un síndrome clínico completo.
RMV.