Cultura

Julio Jaramillo fue “comunista sentimental”: Galo Mora Witt

Entrevista

En ‘Cuando llora mi guitarra’, el músico y exministro de Cultura en Ecuador explora las facetas artística y política de la mayor figura musical y popular de su país.

Escritor, músico, antropólogo y exministro de Cultura en Ecuador, Galo Mora Witt realizó en México una investigación sobre la mayor figura musical y popular de su país natal: el cantautor Julio Jaramillo.

En Cuando llora mi guitarra (Fondo de Cultura Económica, 2025), el político ecuatoriano de izquierda adelanta una versión preliminar y abreviada de la historia del cantante de “Nuestro Juramento” dentro de la colección Vientos del pueblo que rinde homenaje a otro intelectual, el poeta Miguel Hernández.

En su retrato, con ilustraciones de Pepeto y que parte de una fotografía de 1978 que muestra a los dos grandes ídolos de Ecuador, Jaramillo y el futbolista Alberto Spencer, Cabeza Mágica, Mora Witt se enfoca en facetas poco reconocidas del bolerista: su filiación política y su origen étnico y de barriada.

“Julio Jaramillo representa una heredad de identidad de lo que significa la música popular, y de un cantor que pese a haber triunfado en todo el continente, de haber tenido la oportunidad de conquistar públicos y de ganar mucho dinero, jamás fue desclasado. El emblema particular de su identidad personal está en ese gran ser, que pese a su enorme triunfo, a pesar de su talento inigualable, jamás se sintió fuera de los linderos de su extracción popular y de su origen social”, dice el político ecuatoriano.

Y destaca el fondo social de las canciones de Jaramillo frente a la música que escuchan los jóvenes hoy, como el reggaetón, que a su juicio tiene trasfondo ideológico de derecha para que dejen de reflexionar.

El reggaetón es un proyecto político de las élites y hay que enfrentarlo como proyecto político, resume el fundador del grupo musical Pueblo Nuevo e integrante del gabinete del presidente Rafael Correa.

Mora Witt (Loja, 1957), en entrevista la víspera de la segunda ronda de elecciones presidenciales en Ecuador, el 13 de abril pasado, en que el derechista Daniel Noboa enfrentó a la candidata opositora de izquierda, Luisa González, el también autor de Mujeres en las tormentas (FCE, 2020), que retrata a cuatro personajes que lucharon por los derechos de la mujer, subraya la actividad política de Jaramillo.

“Julio Jaramillo no hizo una vida pisoteando a nadie en su avance social; por el contrario, su afirmación de clase era tan impresionante que ahí está su servicio, su donación, su condición de cotizante de un partido revolucionario”, dice sobre el apoyo del “Ruiseñor de América” al Partido Comunista de Ecuador.

Y destaca la presencia del bolerista en México, donde consagró su éxito, y que enmarca en un largo intercambio político-cultural que data de hace dos siglos entre México y Ecuador, cuyas relaciones diplomáticas se rompieron el 5 de abril de 2024 cuando Noboa ordenó la invasión policiaca violenta en la embajada en Quito para arrestar al asilado exvicepresidente Jorge Glas, correligionario de Mora Witt.

“La invasión a la embajada mexicana es una de las aberraciones mayores y de afectación mayor a la democracia”, dice quien fuera ministro de Cultura ecuatoriano durante el gobierno de Rafael Correa.

El intelectual y político ecuatoriano reprueba la cancelación en Quito de la gala de la pianista mexicana Argentina Durán, a quien el ecuatoriano Eduardo Florencia le compuso un concierto para piano que ella estrenó en Palacio de Bellas Artes, e hizo recuento de la fuerza de los lazos culturales binacionales.

“Hay que considerar que Vicente Rocafuerte, que fue el primer ecuatoriano presidente de Ecuador después del venezolano Juan José Flores, antes fue el primer embajador plenipotenciario y extraordinario de México ante Reino Unido, nombrado por Guadalupe Victoria, en el tiempo en que no teníamos esta mordaza de la nacionalidad. Y luego tenemos una cadena extraordinaria de sucesos que enlazan la cultura de ambos países y pueblos, aunque haya una diferencia abismal en torno a la superficie, los habitantes y la historia misma. La invasión a la embajada la ha roto. Yo conozco a Eduardo Florencia, es un gran compositor, lástima que se haya suspendido el concierto”, explica.

Y subraya cómo se está haciendo arte sobre Ecuador en México y pone de ejemplo a la guitarrista Anastasia Sonaranda, invitada al Encuentro de Guitarristas Mujeres en la ciudad de Cuenca, quien compone una obra sobre la Capilla del Hombre, una joya del artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín.

“Y podemos citar la influencia del sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva o del filósofo Bolívar Echeverría en la UNAM. Y a la inversa también: el historiador Rafael Ramos Pedrueza, agregado político de la embajada mexicana en Quito en 1924, genera la Sociedad Amigos de Lenin en Ecuador que desemboca en la fundación del Partido Socialista Ecuatoriano (PSE). Y Vicente Lombardo Toledano, en 1939-40, empuja la creación de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), de la primera central reconocida en América Latina, la Central de Trabajadores de Ecuador (CTE); y, antes, está un mártir de la batalla fundacional, Alfaro Ramos y Duarte, médico y combatiente asesinado el 1 de mayo de 1895, cuyo asesinato da pie a la declaratoria de guerra total a través de la cual llega al poder el general Eloy Alfaro (1895-1901 y 1906-11), del Partido Liberal Radical Ecuatoriano”, cita ejemplos.

“No hay manera de bloquear esta identidad, esta enorme historia entre México y Ecuador, por más torpezas que haya”, sostiene a poco más de un año de la invasión violenta a la embajada mexicana.

¿Por qué en lo personal se ha enfocado a investigar la vida de Julio Jaramillo?

Primero, por ser connacionales. Yo también nací en Ecuador, aunque ahora soy ciudadano mexicano, ecuatoriano-mexicano. Julio Jaramillo representa una enorme idolatría popular en Ecuador, pero eso sería un factor común. El factor importante es mi grata amistad con su hermano Pepe. Y a través de él, de sus confidencias, de sus confesiones, como una memoria común sobre las necesidades de la gente, los artistas populares, se fue creando una enorme relación de amistad, de compañerismo y de camaradería con Pepe. Y a raíz de eso fui encontrando en las conversaciones con él esa figura mítica, popular de Julio Jaramillo, que ha sido abordada desde diversos aspectos a través de la cinematografía y de ciertas obras literarias, pero yo pensaba ahondar en razones no muy evidentes y no muy conocidas.

¿Por ejemplo, el origen negro de Julio Jaramillo?

Exactamente, la condición de ser descendiente de jamaiquinos. Hay que recordar que para fines del siglo XIX, como súbditos del imperio inglés, llegaron muchos trabajadores jamaiquinos a la construcción del ferrocarril en Ecuador, uno de los más complejos en su construcción porque había que serpentear la cordillera de Los Andes para hacer la línea Quito-Guayaquil, que era la búsqueda del general Eloy Alfaro, entonces presidente de la república, para acabar con el regionalismo y con esa separación absoluta entre lo que era una conventual y franciscana ciudad de Quito y Guayaquil, más grande y siempre abierta al mundo a través del comercio marítimo. La constructora del ferrocarril era inglesa y no se le ocurrió mejor cosa que llevar a trabajos forzados a súbditos jamaiquinos. Muchos perecieron durante la construcción de aquella vía, y también muchos se quedaron después en Ecuador.

¿Cómo encontró que la madre de Jaramillo, Apolonia, fue parte de esa migración forzada?

Por una fotografía que me sorprendió mucho. Están en ella Julio Jaramillo (1935-1978) y Alberto Spencer (1937-2006), el mejor futbolista de Ecuador (y también de ancestros negros jamaiquinos), aunque no jugó en el país sino más que los primeros años, fue un gran jugador 11 años en uno de los grandes equipos de entonces, el Peñarol de Montevideo (Uruguay), fue campeón de la Copa Libertadores, su máximo anotador hasta hoy (54 goles). Ahí estaba en esa fotografía, con Julio a sólo un mes de su desaparición física. Dos íconos de la cultura popular ecuatoriana, unidos en esa foto. Allí empezó la indagación, los recuerdos de conversaciones, las interpretaciones de canciones, la búsqueda incesante por saber dónde estuvo. Fui a investigar en la Biblioteca José Vasconcelos, en la Hemeroteca, a buscar anuncios en el teatro Blanquita, que me fue llevando a la reconstrucción de sus pasos perdidos.

Usted es antropólogo. ¿Diría que la trascendencia de Julio Jaramillo como artista ayudó a que haya un reconocimiento o valoración de la herencia y cultura negras en Ecuador? En México apenas estamos vislumbrando el gran legado de las culturas de la tercera raíz, como se le dice.

No creo que sea así. Voy a hacerle una parábola. Si bien al término de una etapa de la construcción de la nacionalidad, de la lucha contra el español. Jonatás se llamó una esclava negra “adjudicada”, como se decía, a Manuel Sáenz, años después compañera sentimental y de armas del libertador Simón Bolívar. Pero, Manuela no tomó a Jonatás en calidad de esclava, sino de amiga y contaba que aprendió a bailar el bambuco con ella, a cultivar una amistad desde la infancia. En el caso de México, Vicente Guerrero es presidente, tiene esta fuerza descomunal de su historia personal; sin embargo, como que se empieza a olvidar la trascendencia de gente de la Costa Chica, de los afromexicanos.

En Ecuador, los negros también fueron sometidos, marginados, en términos de su representación social, política y económica. Pero, en México, la situación ha sido más compleja porque fueron ocultados. Más que como antropólogo, puedo hablarle como historiador, en esa búsqueda incesante de nuestras raíces, de esa negritud importante, que en América Latina la recogen fundamentalmente los poetas, tenemos grandes poetas negros en toda América Latina: Nicolás Guillén, en Cuba; Nicomedes Santa Cruz, en Perú; Antonio Preciado, en Ecuador... Y todo esto te va llevando a la memoria que se trae de esa África perdida, de ese continente matriz, añorado desde la sangre pero ignorado desde la práctica. Así que, claro, diría que lo negro no tiene el mismo peso en México que en Sudamérica.

Ahora que vive en México, ¿cómo valora la relación de Julio Jaramillo con nuestro país, que siempre fue muy fuerte? Sus canciones siguen escuchándose en cantinas, fiestas, bohemias.

Vivo en Santa Cruz Atoyac desde hace varios años. Y siempre me pareció tan singular que un vecino despertaba a todo el condominio con música de Julio Jaramillo. A las seis de la mañana se escuchaba: “No puedo verte triste / porque me mata / tu carita de pena, / mi dulce amor... ('Nuestro juramento')”. Y yo me pregunté quién era ese vecino y si tendría alguna relación con Ecuador. Pudimos conversar y me dijo que nada que ver, que él sólo sentía profunda iración por Jaramillo, que lo sentía como propio. Y recordé anécdotas: En Maracaibo, fui a conocer ese hermoso lago hace algunos años, y estando con amigos entramos a una cantina. Y ahí había una rocola y se ponía música de Julio Jaramillo. Y cuando dije que era mi compatriota, el dueño de la cantina, un hombre corpulento, se puso muy molesto y me aseguró que Jaramillo era de Maracaibo. Esas cooptaciones de identidad son extraordinarias, importantes.

En México Jaramillo debutó en 1960. ¿Cómo describiría su historia en el país?

En México, el teatro Blanquita acoge a Julio Jaramillo como estrella e hijo pródigo porque iba y regresaba, a veces por temas complejos, persecuciones de maridos (celosos). Ahí hay una categoría de profunda irresponsabilidad, digo yo, pero Julio Jaramillo era el más querido de los irresponsables, porque era un mujeriego de una etapa no superada de América Latina de machismo ancestral y patricarcado violento, y Julio representaba esa imagen de latin lover y de macho. Eso no ha cambiado mucho, pero se ha degradado más. ¿Por qué lo digo? Porque los versos que cantaba Julio Jaramillo, más allá de su condición de mujeriego y de copas, hay un ensalzamiento de la mujer a través del vals, del bolero, de la canción ranchera, mientras que hoy vemos el reggaetón que es pura ofensa, vemos más bien que en el texto se ha degradado. También en la vida cotidiana no sé si ha cambiado lo suficiente. Con México, Jaramillo tiene una relación de profundo amor, hasta el punto que encontré en la Biblioteca de José Vasconcelos los avisos publicitarios que convocaban al teatro Blanquita y al Esperanza Iris, y él era primera figura por sobre Los Panchos, Pedro Vargas o Javier Solís. Me pareció de enorme trascendencia la convocatoria de su voz, al punto que hoy se lo sigue escuchando, es verdad.

¿Cómo relaciona la música de Julio Jaramillo con la izquierda?

En 1962, Julio Jaramillo graba un disco de tangos con Astor Piazzolla, con una canción creada por Atilio Carbone, que es una especie de militancia escondida, “Jornalero”, que es una denuncia, como si fuese una canción de protesta, un género que también estaba en boga, aunque a mí no me gustan las etiquetas. Era el tiempo de Atahualpa Yupanqui en Argentina o Violeta Parra en Chile. Y Julio Jaramillo graba esa canción que termina con una frase un poco amarga, en el sentido del maltrato a los trabajadores. Y 14 años más tarde, con la junta militar argentina, esta canción es prohibida por “bolchevique y alborotadora”. No sé si Julio, que murió dos años después, supo de la prohibición.

Y ahí encuentro también el canal de hilación con aquello que me confesaba su hermano Pepe Jaramillo; es decir: su militancia política como de “un comunista sentimental”, lo llamaba. Porque, además, era un bohemio que no se amparaba en los capitales financieros, no tenía cuenta corriente de banco, ni libreta de ahorro, sino que todo lo guardaba en el bolsillo. Y cuando regresaba a su casa de Guayaquil, repartía el dinero, como un Papá Noel criollo. Y decía: para ti, para mi mamá, para mis hijos, para el Partido Comunista... Y esto me parece a mí que tiene una simbología fundamental.

Portada de ‘Cuando llora mi guitarra’. (FCE)
Portada de ‘Cuando llora mi guitarra’. (FCE)

Publica esta memoria de Julio Jaramillo en la colección Vientos del pueblo del FCE, creada en homenaje al poeta español Miguel Hernández, con clara alusión ideológica hacia la izquierda. Con los cambios políticos-ideológicos en los gobiernos ecuatorianos, ahora con la ultraderecha de Noboa, ¿cómo esa situación ha influido en la visión de los ecuatorianos sobre este personaje?

Julio sigue manteniendo ese estatus de ícono de mitología popular. Baste decir que cuando él se sintió muy mal de salud, le pidió a su esposa, de nacionalidad colombiana, que si hubiese el desenlace fatal que podía preverse, se hiciera un velatorio en la intimidad familiar. Bueno, fue imposible porque Radio Cristal anunció su muerte y lo velaron tres días con una asistencia de 300 mil personas. Eso es un elemento que coadyuva a la construcción de la mitología popular. Y sigue siendo. Hay radios que tienen horas y horas de música de Julio, porque grabó 5 mil 500 canciones. Debe de ser uno de los récords mayores de grabación. Grababa con todo el mundo. Julio tiene aquella extraordinaria portada En la cantina, junto al jefe boricua Daniel Santos. Compartía Óscar Agudelo, el Cantor de Colombia: “Aquí en Colombia, Julio era Dios”. Hay esos elementos que la sociedad sigue asumiendo así.

Izquierdistas y derechistas son fanáticos de Julio Jaramillo, me parece.

Como siempre ocurre después de haber sido despreciado por una cultura elitista, ésta pasó a intentar apropiarse de su figura, pero eso ha sido muy difícil porque Julio está en una entraña popular. La literatura y la misma vorágine de acontecimientos siempre ha situado a Julio al lado de la gente más humilde, donde él se sentía realizado, donde él trabajaba. Él fue zapatero en su primera juventud. Y hay que recordar que linotipistas, zapateros, artesanos fueron quienes llevaron las ideas socialistas desde Italia y Europa a América Latina. Y ahí ellos se concentran en estas grandes agendas de transformación. Hoy no se puede decir que sea un ícono político porque su historia política estaba desconocida, aunque no es desconocida del todo, porque en el Coliseo donde él fue velado, su féretro, digamos, fue cubierto, amortajado, si vale el término, con la bandera de Ecuador y con la bandera del Partido Comunista, con la hoz y el martillo. Es decir, había gente allí que sabía de esta militancia escondida o romántica.

¿Cómo se siente de que su ensayo sobre Julio Jaramillo vaya a ser difundido en una colección popular a precio muy bajo, destinada a los jóvenes y que honra a Miguel Hernández?

Vientos del pueblo me parece una colección extraordinaria. Ya usted mencionó a Miguel Hernández, pero hay que sumarle a Víctor Jara, que hizo la canción “Vientos del pueblo”, sobre la base de una de las estrofas del poema del gran poeta Miguel Hernández, que murió en Alicante, víctima del fascismo. Es una extraordinaria obra el pensar en una auténtica difusión de la literatura, del libro, de la lectura, porque, el cine y la literatura son la única fórmula a lo largo de la vida de sensibilización de una sociedad, de compenetrar con la historia, con los recovecos que a veces están en el olvido.

La memoria es un hecho fundamental. Mi compatriota, el ensayista Benjamín Carrión, que tiene una bellísima estatua aquí, en la Alameda central, y que recibió el premio Benito Juárez en 1968, decía que 'la biografía es el soneto de la Historia'. Y este aporte que estoy haciendo, sin llegar a considerarse una biografía porque no era ese el propósito, sino como un ensayo memorial, recoge precisamente esa naturaleza de entregarle a la gente lo más digno de un representante de la cultura popular.

¿Cómo un artista como Julio Jaramillo, o su par en México, que quizás sería Pedro Infante, pueden imponerse en la actualidad con su música a esos ritmos, como el reggaetón, esa música que degrada a otras personas o que ensalza la violencia, o los narcocorridos?

Ahí no es una cuestión de elección, sino que hay un proyecto político manejado desde las élites para evitar la reflexión entre los jóvenes. Esos jóvenes que hoy escuchan reggaetón no han escuchado a Mercedes Sosa ni a Alfredo Zitarrosa o a Amparo Ochoa, por decir nombres. ¿Por qué? Porque esa canción repetitiva, sin ningún nivel poético, con agresiones, tiende a reproducir imágenes de violencia que es la que se prevé desde esa cultura dominante, para que no haya una reflexión. Por lo tanto, yo no culpo al joven, ni al intérprete siquiera, sino que se está validando un gran proyecto ideológico.

Las artes son ideología también. Ya Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Juan O'Gorman, todo el gran trabajo del muralismo mexicano, nos mostraron cuál es la evidencia de un arte popular de esta naturaleza, me refiero al arte que está en la calle. En la calle también está la canción. La gente la susurra, la silba, la canción la acompaña en su camino. Pero es evidente que sí hay un proyecto político que viene desde muy lejos y que tiende a quitarle la esencia fundamental a una juventud que de por sí debía ser rebelde. Salvador Allende decía que ser joven y no ser revolucionario es un contrasentido. Ahí hay un proyecto político y hay que enfrentarlo como tal, como un proyecto político. Y por eso también mi esfuerzo, por indagar, por proponer una lectura sobre Julio Jaramillo.

¿Cómo ubica su ensayo en esa línea?

Forma parte de un trabajo mayor, que incluye a 20, 22 cantores. Muchos de ellos tuve el privilegio de conocer y conversar con ellos. Van desde Charles Aznavour, en Francia, hasta Amparo Ochoa, en México, pasando por Luis Eduardo Aute y Joan Manuel Serrat, en España, o Silvio Rodríguez, en Cuba. Tiene un fundamento; es decir, cantar opinando, decía Héctor Agosti, escritor argentino. Esto (esta música) ha sido ocultado o está en lucha de ocultarse para que no haya reflexión. No tomemos (estos ritmos como el reggaetón) como una aberración de los jóvenes, sino como un proyecto ideológico desde las élites que intenta que ellos no piensen, que no reflexionen y que su camino de la cotidianidad festiva no tenga tampoco la capacidad de tener un pensamiento crítico.

AQ

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