Oficialmente hoy comienza la avalancha de fotografías de candidatos caminando por calles enlodadas, saludando a gente que nunca más volverá a tomar en cuenta, cargando bebés, y montones de flyers, espectaculares, anuncios y bardas con sus rostros y nombres que será imposible escapar de ellos; es decir, arrancan las campañas electorales.
Y sí, apenas empiezan hoy, según lo estipulado por el INE, aunque se sienta que ya casi vamos para el año, porque con sus designaciones de “coordinador”, los partidos le encontraron el hueco a la ley electoral y hace meses que comenzaron con la propaganda para la elección del 2 de junio… y todavía nos falta.
En todo este tiempo lo único que han podido promover es su imagen, ahora sí les toca difundir propuestas para convencer al electorado, y ese es un verdadero reto, porque más que planes de trabajo concretos, este periodo se caracteriza por las múltiples descalificaciones lanzadas entre los “suspirantes” por un cargo público.
Las campañas electorales se convierten en una especie de reality show, cuyos protagonistas pasan en pleito, dimes y diretes propios de una versión de The Real Housewives of…, en el que la veracidad de sus declaraciones termina siendo irrelevante, lo que importa es que resuenen e influir en la arena pública.
Lo peor es que caemos en este espectáculo de “chachalaca” y “chueco hipócrita”, como si lo más importante es discutir quién lanzó el insulto más creativo digno de un titular, pero olvidamos que la persona por la que votemos en unos meses será la encargada de llevar las riendas del país, del estado, del municipio.
Debemos ser capaces de ver y escuchar más allá de esta “serie” política, exigir que se presenten propuestas claras sobre problemáticas que nos aquejan en lo individual y en lo colectivo, valorar y verificar el mar de información que inundará cada espacio y medio de comunicación, y asumir nuestra responsabilidad ciudadana.
El show ya comenzó, promete entretenimiento y controversia, pero no hay que dejar de verlo con ojo crítico.