No importó que la cámara estuviera encendida. Disparó dos veces contra Valeria. Una en el pecho y otra en la cabeza. En plena transmisión en vivo, la influencer cayó sin vida.
El video se compartió infinidad de veces, sirvió como material de análisis para miles de s en redes sociales que un día son expertos en geopolítica, otro en finanzas, y al siguiente hasta policías investigadores.
Nadie fue indiferente al crimen que tiene todos los elementos para hacer de la tragedia una serie de Netflix: una víctima joven y atractiva, especulación en su vida amorosa, amigas con actitudes que despiertan teorías de conspiración, la aparición repentina de un ramo de rosas que pide perdón...
Poco más de una semana ha pasado desde entonces y, a pesar de que hay más dudas que certezas, el linchamiento mediático de Valeria no cesa. El cabello rubio, la figura esbelta y sus posesiones son elementos suficientes para que miles de desconocidos con a un teléfono móvil definan quién es ella y por qué; eso basta para colocarla en el banquillo de los acusados, aunque ya no esté para defenderse.
En vez de que el asesinato de la influencer abriera la conversación sobre la violencia feminicida, el caso ha sido sobreexplotado mediáticamente para alimentar al monstruo amarillista y perpetuar el discurso patriarcal revictimizante.
No para la reproducción del momento en el que su cuerpo cae sin vida, una y otra vez, como si no estuviéramos viendo una hija, una amiga, una persona. Valeria ahora es el personaje de una historia de terror, como la que viven decenas de mujeres todos los días, aunque no haya cámaras ni seguidores que sean testigos del crimen.
La exposición de su feminicidio es un mensaje para todas: esto pasa cuando una mujer no se comporta como debería. Y detrás de esos dedos que las apuntan está un machismo enraizado que lo primero que hace es poner en duda la reputación de quien yace entre flores.
Una muerte que debe perturbarnos terminó convertida en un espectáculo gracias a una sociedad que cada vez se vuelve más indolente, hambrienta de morbo y que se consume en la banalización del sufrimiento… por un like.
