
Los mercados son caprichosos y volátiles. Siempre lo han sido. Además de caprichosos, también son poderosos, sobre todo en países que están intrínsecamente atados a ellos: es mucho más poderoso el mercado de Estados Unidos para EU que el mercado venezolano para Venezuela. Cuando el capitalismo está arraigado en una sociedad y/o cultura, “el mercado” es una fuerza relevante con voz y voto que puede marcar el derrotero de cualquier país. Si bien el mercado se comporta así, caprichoso y egoísta, en muchas ocasiones ese actuar está bien justificado y, llevado al extremo, sirve como un contrapeso para cualquier clase de exceso. Este no es un tema nuevo en esta columna, pero hoy me gustaría concentrarme en un contrapeso específico: los bond vigilantes.
El término bond vigilante es acuñado por Ed Yardeni, economista y financiero estadunidense, para describir a los inversionistas en el mercado de bonos que, a través de sus decisiones de compra y venta, ejercen presión sobre los gobiernos y las empresas para que mantengan políticas fiscales y monetarias responsables. En esencia, si las autoridades se están excediendo en el ejercicio de sus funciones (fiscales o monetarias), los bond vigilantes hacen que las tasas de interés suban de manera rápida y violenta para que se genere un desbalance en las finanzas públicas (mayor tasa de interés implica mayor costo de emitir deuda), y así forzar a dar marcha atrás a los excesos propuestos.
Hay algunos ejemplos históricos de cómo es que operan los bond vigilantes, pero me gustaría centrarme en dos de ellos. El primero se dio entre 1993 y 1994, con la victoria de Bill Clinton en EU. Antes de Clinton, con Reagan y Bush Sr., el gobierno había mantenido déficits muy elevados (entre 4 y 6 por ciento del PIB anual) con el pretexto de combatir las recesiones de inicios de los 80 y principios de los 90; sin embargo, una vez que ambas recesiones terminaron, el gobierno no ajustó su déficit y éste continuó a pesar de que la economía ya no lo necesitaba. Cuando llega Clinton al poder, el mercado ya estaba bastante preocupado de hacia dónde iba el endeudamiento público y los bond vigilantes entraron en acción. En apenas 12 meses, el bono de 10 años subió de 5 a 8 por ciento, una pérdida de valor tan brutal que a ese episodio hoy se le conoce como “la gran masacre de los bonos de 1994”. ¿Qué fue lo que hizo el gobierno con semejante presión? Empezó a reducir su déficit de manera consistente: en los ocho años de mandato de Clinton el déficit pasó de 4 por ciento del PIB a un superávit de 3 por ciento del PIB. ¡Un cambio de tendencia radical!
El otro ejemplo histórico es más reciente: septiembre de 2022. Liz Truss, a 17 días de haber tomado posesión como primera ministra de Reino Unido, presenta un plan presupuestal con los recortes impositivos más agresivos de los últimos 50 años (financiados con déficit), los cuales no fueron bien recibidos por el mercado. Al día siguiente, la libra se devaluó a su peor nivel de la historia contra el dólar y las tasas de interés subieron de una manera muy violenta, tanto, que superó el récord histórico de un movimiento de ese tipo. Además, dicho movimiento hizo que el sistema pensionario en Inglaterra (en su mayoría apalancado e invertido en bonos) estuviese a horas de quebrar. El banco central tuvo que intervenir para evitarlo. Días después, el plan presupuestal fue retirado por completo y Liz Truss dimitió varias semanas después. Su mandato duró solo 49 días.
¿Dónde estamos parados hoy? Si el mismo mercado que se espantó con el déficit observado en la década de los 80 e inicios de los 90 estuviese juzgando lo que está pasando hoy, se iría de espaldas. Hoy un déficit de 4 por ciento anual es un juego de niños: dos crisis profundas (2008 y 2020) han llevado el déficit a niveles nunca vistos en tiempo de paz y la “regularización” de ese déficit no ha llegado, y no se ve que llegue pronto. Los planes del segundo gobierno de Trump así lo indican: el efecto recaudatorio de los aranceles que espera poner palidece a lado de los recortes impositivos que continuará haciendo. De hecho, el efecto combinado de ambas políticas da como resultado un déficit aproximado de 4 billones de dólares, es decir, ¡casi 15 por ciento de déficit extra en los siguientes cuatro años! Y aquí la palabra clave es “extra”, es decir, estamos hablando del déficit que ya existe más el que se va a generar al imponer estas medidas.
Ya se empieza a notar un poco la presión de los mercados ante este posible escenario. En los últimos 50 años, cuando la Fed bajaba tasas de largo plazo, en mayor o menor medida, tendían a bajar con las de corto plazo. Esta ocasión ha sido distinta. Desde que la Fed empezó a bajar tasas, el bono de 10 años ha subido casi 0.80 por ciento. Nunca se había visto una subida de tal magnitud. Si bien 0.80 por ciento no es el 3 por ciento observado en 1994, dicha anomalía no debe pasarse por alto. El mercado está empezando a ponerse nervioso y tiene claro que, con probabilidades altas, el problema continuará. La pregunta es ¿Trump se doblará ante el mercado de deuda o no le importará y terminará haciendo su completa voluntad? ¿Sacrificará su plan de gobierno reduciendo el déficit? ¿El mercado al ver la obstinación de Trump aflojará la presión o redoblará apuestas? El panorama es muy incierto aún, sin embargo, la volatilidad y la incertidumbre no faltará en 2025. Así que, estimado lector, disfrute las últimas semanas de 2024, descanse, y prepárese para la montaña rusa que será 2025. ¡Feliz año!