Es célebre aquella frase del escritor argentino Jorge Luis Borges relativa a la música: “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como la música...”
La recuerdo hoy, en ocasión del concierto que el pasado domingo 13 de abril ofreció la Orquesta Filarmónica de Toluca al público que asistió al Teatro Morelos, en la capital del Estado de México; el programa consistió en la interpretación de la sinfonía número 10 en Mi menor, opus 93, del compositor ruso Dmitri Shostakovich (1906-1975), una obra maestra de su repertorio sinfónico, estrenada en 1953, y cuya significación histórica ha sido ya establecida: se trata de una obra que proyecta una crítica al despiadado régimen de José Stalin (1878-1953), cuyas víctimas mortales llegaron a 66.7 millones de personas entre 1917 y 1959, según los cálculos de Alexander Solzhenitsyn en su conocido ensayo autobiográfico “Archipiélago Gulag” (1973). Los horrores documentados del régimen soviético en sus diferentes vertientes, como la hambruna en Ucrania de 1932-1933 o la Gran Purga de 1937-1938, por citar solo dos episodios de honda violencia en aquel largo periodo, causaron millones de muertes y un profundo trauma social que alcanzó al compositor ruso, cuya obra fue calificada como resistente a la doctrina del “realismo socialista” que dictaba los estándares estéticos a que debían someterse los artistas y defenestraba cualquier forma de vanguardia artística.
A la muerte de Stalin, ocurrida el 5 de marzo de 1953, el compositor se sintió libre de estrenar su décima sinfonía, en cuyos cuatro movimientos plasmó el sentimiento nacional de superación de la tragedia y la opresión del régimen, que todavía se perpetuó al menos seis años más. La crítica lee en cada uno de esos movimientos una reafirmación de los valores humanistas de reivindicación de la libertad y la dignidad perdidas durante la égida estalinista.
Con ese contexto, escuchar hoy la sinfonía de Shostakovich nos permite no solo apreciar con claridad los riesgos de aceptar en el presente cualquier intención totalitarista, sino reflexionar sobre la profunda belleza artística que florece aun bajo cualquier sometimiento de la voluntad creadora.
La obra posee pasajes que transmiten emociones de tristeza o melancolía, logradas por un delicado juego orquestal de cuerdas y maderas que en el primero y largo movimiento repiten el tema central y uno o dos secundarios con armoniosa fluidez e inesperados cambios característicos de las composiciones del autor. El segundo y el tercer movimientos, más breves pero de gran fuerza expresiva, nos dejan ver diferentes coloraciones musicales, que según la crítica presentan descripciones de las personalidades del compositor mismo y del caudillo ya fallecido entonces, para dar lugar al último movimiento, pleno de belleza y sensaciones de esperanza y libertad, dada la gama instrumental de la orquesta, que se muestra en toda su plenitud.
Todo parece resuelto ya. Sin embargo, para quienes asistimos al concierto del domingo 13 de abril todo está por decirse. No basta saber el contexto de la obra para encauzar nuestras emociones al escuchar los acordes de esta obra moderna y compleja, llena de soluciones nuevas para nuestros oídos legos; quienes tuvimos el privilegio de escuchar a nuestra orquesta, en el centro de la ciudad, ante un público hegemónicamente tolucano, representa una exclamación indignada frente a los signos de deterioro social que vemos todos los días. Aquella frase de Borges, presente en su cuento “El fin” que narra la muerte de Martín Fierro y la saciedad de una venganza pospuesta por siete años, cobra sentido hoy: la música nos dice algo que entendemos, pero que es intraducible; el mensaje no es único y para cada uno de sus oyentes tiene un peso diferente, que acaso podamos verter en las palabras breves de un espacio asaz efímero como este. Lo único permanente es la música, y en este caso, la sinfonía compuesta por un hombre que habló de libertad en nombre de su pueblo, y cuyo grito hoy escuchamos con claridad para adoptarlo como propio contra todo intento de censura y opresión política.