La historia de que descarnados delincuentes se trasmuten de pronto en informantes perfectamente confiables (y creíbles) ya la vimos en el caso de Genaro García Luna, acusado sin pruebas por los mismísimos bandoleros que él persiguió.
El hombre, al parecer, se encuentra recluido en una de esas inhumanas celdas de aislamiento que el sistema penal de los Estados Unidos destina a los más endurecidos criminales siendo que la labor que desempeñó en su momento en contra del crimen organizado fue reconocida por las propias agencias federales del vecino país.
Los jefes y cabecillas de las bandas criminales pueden vislumbrar muy apetecibles ventajas al declararse culpables en los juicios que afrontan en las cortes estadounidenses. Luego de ese primer paso y ya itido el pecado ante el juez, pueden obtener más beneficios todavía si se acomodan a la tarea de relatar, a los correspondientes investigadores, las trastadas de sus antiguos cómplices. No se trata, en los hechos, de hacer un estricto y pormenorizado recuento de las cosas sino de mostrarse lo debidamente cooperadores. O sea, que se pueden maquillar algunas atrocidades o montar fabricaciones dirigidas a repartir a modo la culpabilidad de unos y otros.
Justamente, al antiguo secretario mexicano de Seguridad le fue convidada la muy tentadora oferta de transmutarse en justiciero denunciante de toda una cuadrilla política —desde luego, conspicuos personajes de la ultraderecha fascista que nos gobernó antes de que se aparecieran en el escenario los salvadores nacionales de doña 4T—pero el señor García Luna respondió que no tenía pruebas para involucrar (y desacreditar fatalmente) a expresidentes, exsecretarios de Estado, jueces, ministros y todos aquellos que estaban en la mira de los recién llegados, necesitados estos últimos de infamar a sus opositores como parte de su perversa estrategia divisionista.
Hoy, los fiscales estadounidenses tienen carne nueva a su disposición para seguirse enterando de qué tan fallido es ya el Estado mexicano (por lo menos en una tercera parte del territorio patrio) y para comenzar, a partir de ahí, a deshonrar a los asociados de turno —sí, señoras y señores, varios integrantes de la camarilla morenista han pactado con las mafias de canallas que asesinan y extorsionan a nuestros compatriotas— y, elaborada la lista de estos notables, proceder a despojarlos de la preciada visa, en el mejor de los casos o, de plano, a exigirle al supremo Gobierno de Estados Unidos Mexicanos que los extradite a Estados Unidos de América para que corran ahí la misma suerte que el desventurado García Luna.
Y sí, 29 narcotraficantes recluidos en cárceles mexicanas fueron ofrecidos como regalo a las autoridades estadounidenses, el pasado febrero, y agentes especiales del FBI y la DEA se las apañaron, por su cuenta y sin pedir permiso, para secuestrar en Culiacán a Ismael El Mayo Zambada y llevarlo en una avioneta a Nuevo México.
Muchos soplones… vamos a ver quiénes son los nuevos acusados.